Kim Pérez
No me reconocería yo fácilmente en la imagen de una mujer concreta, aunque antes de empezar mi cambio, pensé en cómo sería después, y me imaginé como una guiri un poco destartalada, muy alta desde luego, que llevase en la mano o en un gran bolso una carpeta de dibujos o pinturas.
Me imaginé desde luego con el pelo gris, poco arreglado, la cara lavada y sin pintar: una rebeca gris y una falda recta y marrón, con medias opacas, nada sexy, porque yo no soy muy sexual, pero en cambio muy libre.
Acerté, porque después he sido más bien así. Además me imaginaba viviendo en una casa con un gran porche, también destartalado... Todo eso da libertad.
Me faltaba imaginarme siendo niña o adolescente y el otro día lo conseguí, recordando a una amiga de esa edad. Habría sido tímida e introvertida, como en realidad lo fui, larga, vestida con una rebeca de color marrón, una blusilla o camisilla, y también una falda recta o tableada.
Me habría sentido a gusto vistiendo así. Hablando de mis lecturas de países lejanos con mi amiga, que vestía de esa manera, sintiéndonos muy igualadas.
Las fotos que me hizo mi primo, mucho más joven que yo, el otro día, bien peinada, bien arreglada, con largos pendientes y una gargantilla, hubieran sido como las de Corte, una obligación agradable y hasta un cuento de hadas.
Me gustaría que esa fuera mi imagen de cada día, a condición de dejarme arreglar y peinar por alguien, pasivamente, pensando mientras tanto, sintiendo el agradable roce de unas manos sobre mi cabeza, una de las sensaciones más intensas y humanas, porque yo me siento incapaz de hacer por mí misma todos esos movimientos.
Aunque sí de soñar con ellos.
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