Kim Pérez
La noción de que yo estoy dentro de mí y todo lo demás
parece fuera pero lo conozco sólo dentro de mí, es uno de estos hechos tan
reales y tan asombrosos que, cuando se reconoce su dimensión central, son
capaces de cambiar una civilización.
Porque nuestra civilización sigue completamente ajena a
esto; no es el caso de la civilización de la India, en la que se sabe que todo
soy yo, yo menor y yo mayor, pero aquí, aunque haya algunas personas que lo
comprendan individualmente, por sí mismas, sin haberlo aprendido de nadie, no
lo sabemos colectivamente.
Para poder referirme a este hecho con una sola palabra, le
voy a llamar Subjetividad, porque tiene que ver con la condición de Sujeto de
la Contemplación y de la Acción, de quien mira y quien hace, frente a la
Objetividad del objeto de la contemplación y la acción, lo que miro y lo que
hago.
Pero como todo lo que existe desde el punto desde el que
miro lo veo desde mi subjetividad, se puede decir que todo es Subjetividad.
Fijaos que decir esto está a un milímetro de la frase “todo
es subjetivo” que equivale a “todo es relativo” y que es la angustiada
expresión del escepticismo y el desencanto de hoy. Espero poder mostrar la
diferencia de matices.
Hemos formado lingüísticamente la contraposición entre
subjetivo y objetivo pensando en lo que es cognoscible sólo por mí (la
intuición) y lo que es cognoscible por todos (la razón); pero como esto es
compatible con que yo puedo conocer lo intuíble y lo racional, todo entra
dentro de mi Subjetividad.
Pero salgamos ahora de este hecho, que es el grandioso y
sorprendente, para ver cómo nuestra cultura ha empezado a sentirlo y
entenderlo.
En un principio, no terminado, creo que los humanos nos
hemos visto y nos vemos simplemente como objeto del pensamiento, igual que
cualquier otro, una persona más, vista por fuera. En la primera niñez, puede
que hayamos hablado de nosotros en tercera persona. Hasta que poco a poco hemos
descubierto el uso del pronombre “yo” y lo hayamos usado sin pensar en él.
Luego, vamos descubriéndolo, pensando en esa palabra, unos
antes, otros después. Pero nuestra cultura, nuestro conocimiento compartido, no
se ha fijado mucho en ella.
La hemos entrevisto, en la experiencia religiosa, quienes
hemos hecho “examen de conciencia”, es decir, hemos mirado dentro de nosotros
mismos, muy en serio, lo que hemos hecho bien o mal, y nos hemos acostumbrado a
saber que somos responsables del bien o el mal que hagamos… de que soy yo, en
una palabra.
Pero a la vez, esta realidad tendía a ser devaluada cuando
se pensaba en “hágase tu voluntad y no la mía” o en la idea de ab-negación, o
de negación de sí, como clave de la moral; también en la propia India, donde
más fuerte es la percepción de la Subjetividad, se tiende a hacerme desaparecer
como yo menor para propiciar que las barreras se rompan y que yo pueda entrar
plenamente en el espacio donde yo sea yo mayor.
Así se ha llegado a una valoración sólo negativa de lo que
llamo yo menor. Esta realidad negativa es verdaderamente negativa, y se ve en
expresiones, de “ego”, como “mi ego”, en tanto que vanidad, o “egoísmo” o
“egocentrismo” . Pero lo negativo son sólo efectos menores, poco entendidos.
Para poder decir “yo” han sido precisos miles de millones de años de evolución,
años o decenas de años de nuestra propia vida personal, y esto es un milagro
que debe ser valorado como milagro, de efectos maravillosos.
Mientras no hemos llegado a verlo, ha sido más fácil pensar
incluso sólo en la Objetividad y en vernos sólo como parte de ella. El
materialismo dialéctico de Marx insistía en los procesos objetivos de la
economía como base de la historia y del pensamiento humano, lo que es verdad en
gran parte, pero llegó a extremar este descubrimiento en el sentido de oponerse
al respeto a la subjetividad entendida como individualismo y falta de sentido
social.
El efecto de pensar en una humanidad sin subjetividad fue
considerar sólo su dimensión como “masas” y a cada persona como una simple
pieza de la inmensa máquina social… lo que llevaba al asesinato y al genocidio
como parte de la política… manera de pensar que de Lenin y Stalin pasó a
Mussolini, Franco o Hitler con toda naturalidad.
Hay que decir que, al mismo tiempo, Planck y Heisenberg
llevaban la ciencia, siempre objetivista, hasta el punto de que el materialismo
dialéctico había pretendido ser científico, a un punto sorprendente: el
experimento de las Dos Ranuras, en que si hay un Observador, los fotones que
pasan por ellas actúan como partículas, y si no lo hay, se comprueba después
que han actuado como una vibración sin más forma que la de la vibración.
En otras palabras, que si yo miro, el Universo, formado por
estas partículas, existe, y si no miro, no existe.
O sea, lo que decía sobre la Subjetividad, siguiendo a
Berkeley: todo lo que veo está dentro de mí y no hay nada fuera de mí que pueda
ver… incluso esa vibración.
Que es quizá lo que los yoguis de la India y los otros
místicos creen ver como yo mayor: esa vibración, esa negación de los contrarios,
esa luz no existente, ese trascender de la ciencia, ese saber no sabiendo…
Pero que no será lo mayor: porque lo mayor no puede no ser
casi nada, tiene que ser todo, y lo mismo que es interior a mis propios ojos, a
mi propio ser, tiene que ver lo que ahora está viendo una hormiga y estar
dentro de una ola que ahora mismo se levanta y cae en un planeta muy alejado de
éste.
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