Expongo aquí el análisis que
me parece que he terminado por ahora, ¡a los 72 años!, poniendo en orden los motivos de mi
transexualidad. He tardado tanto, porque todo empezó siendo muy confuso, los
primeros asomos con unos diez años, todo mucho más fuerte desde mis trece o
catorce años, hacia 1954, y he tenido que
analizarlo sola, porque cuando empecé, ni siquiera existía la palabra
transexual. He tenido que ser autodidacta, pues en aquel tiempo, como la
angustia me produjo una reacción obsesiva,
se iba a psiquiatras que me dieron medicamentos, que no me sirvieron,
pero no he ido nunca a un psicólogo, para poder hablar, que era lo que yo
necesitaba. Eso ha tenido en cambio la ventaja de que me ha permitido descubrir
muchas relaciones de unas cosas con otras por mí misma, alguna de las cuales
puede ser útil para otras personas y por eso lo pongo aquí.
Lo he escrito en algunos puntos. El
0 trata de mis ideas generales sobre la sexualidad, pero no lo pongo porque no
trata de mi vida personal. Los otros se
refieren a mi manera particular de ser transexual, muy biológica, aunque las
personas transexuales somos tan distintas, que no pretendo que sean válidos
para todas, sólo para quienes se reconozcan algo en lo que cuento.
=0. La sexuación sirve para la reproducción de
las especies y, en las sociales, para fundamentar la sociabilidad. Los sexos se forman
mayoritariamente por un flujo androgénico diferencial según XX y XY (o X0 y
otras variantes minoritarias), durante la edad prenatal. El conjunto de los
flujos en cada ser individual es abierto o difuso (Zadeh: notado por un “más o menos”,
no por un “sí o no”) lo que genera diferencias que se pueden llamar de hipo- o
hiperandrogenia individual en relación con la media de cada conjunto; estas
diferencias actúan como conducta.
La hipótesis de McLean de los
tres planos cerebrales, genera diferencias
más sutiles, si se verifica la hipótesis que planteo de que la
androgenación de cada plano puede estar diferenciada.
En los humanos, la realidad
individual genera la identidad de sexogénero, que puede formarse o biológica o
conceptual/afectivamente (como supongo), y que admite los matices que se
deducen de lo expuesto. Mientras que, en el futuro, la hipo- e hiperandrogenia
prenatales podrán prevenirse, los sentimientos serán personales y biográficos,
y por tanto imprevisibles.
=1. Soy XY, según mi cariotipo,
con acentuada hipoandrogenia individual, hasta ser casi intersex, pero identidad masculina. Mi hipoandrogenia
individual puede ser por otras razones, pero la atribuyo a que mi madre tuvo
que tomar Progynon ¿Depot?, recién creado en 1940, para evitar la serie de
abortos que sufría por matriz infantil (se casó con 19 años) Lo suspendió en
cuanto supo que me esperaba, pero el efecto depot debió de influir en la
formación de mi cerebro. Como ella valoraba en su vejez, “pero estás vivo”.
Tengo una sexualidad arcaica, la primera que se forma, que es animal-femenina,
expresada en el deseo de sumisión hacia el varón, la escasa intensidad de mi
deseo hacia XX, mi fuerte inadecuación a los genitales masculinos, y mi
temperamento introvertido y sensitivo, a la que se superpone una afectividad
moderna de tipo masculino (identidad, algunas preferencias de género, no
todas), formada después, cuando se supone que ya no funcionaba el efecto depot.
=2. Mi hipoandrogenia individual tuvo
consecuencias afectivas que fueron imprevisibles, dado que mi padre era muy
androgénico (militar, piloto, cazador, jinete, futbolista, que cuando nací,
escribió con entusiamo: “¡Es un atleta!”) Con tres años, me enseñó a leer y se
volcó en mí, recuerdo que jugaba conmigo, me compraba juguetes, hasta mis
primeros libros troquelados, pero después debió de ver que yo no era como
esperaba; al
mismo tiempo sentí un éxtasis o adoración por la belleza de mi madre, a la que
veía como afín a mi pelo negro y suave, mis ojos oscuros (“¡Qué niño tan guapo,
qué lástima que no sea una niña!”, dijo una señora) Admiré a Walter, un niño
alemán uno o dos años mayor que yo por el libro que tenía con desplegables y
por su seguridad: fue mi primer Hermano Mayor, alguien que podía enseñarme más
de la vida, como luego lo vi en Philippe. .
=3. Desde los siete años (descubro ahora que
quiero a quien me quiere, y no quiero a quien no me quiere), ante unos
compañeros a los que era indiferente, me
fui haciendo poco a poco muy andrófobo. Me parecían feos, desagradables y
antipáticos. Respetaba mucho a los hombres mayores que me protegían, sigo
guardando con mucho cariño la memoria de los que fueron afectuosos conmigo,
pero no fueron suficientes (“Soy lo contrario de un homosexual”, me dije, hacia
los quince años, porque tenía aborrecidos a la mayoría de los varones de mi
edad)
=4. Con ocho años, el pavor a un posible
ataque de un compañero, generó en mí una fantasía de sumisión (yo era un
esclavo), que puede ser entendida como prueba de una cerebralidad arcaica de
tipo femenino. Un día me fijé en mi órgano genital, que me pareció
insignificante, ahusado, gracioso, que servía sólo para hacer pis, un líquido
limpio, que le hacía no merecer un pudor especial. Poco después tuve una
operación de fimosis ¿o hipospadias glandular, señal de intersexo leve?
(anestesia con éter, una noche en el sanatorio, una semana de cama); que
después me hizo parecer el genital feo por primera vez.
=5. Con nueve o diez, llegué a desear haber
nacido niña, para estar libre de mi colegio de niños. Lloré viendo “Capitanes intrépidos”, porque
un niño muy parecido a mí caía al mar y era recogido por el patrón de un pesquero
que lo trataba con cariño paternal. Con once o doce, fui dándome cuenta también
de mi ambigüedad, sabía que mis movimientos eran lánguidos, era muy nostálgico,
y todo eso me gustaba.
=6. La pubertad de unos compañeros que no me
querían, me produjo rechazo; exasperó mi androfobia o mi repulsión a los
varones y a los genitales masculinos, sentidos como incompatibles conmigo. Este
“no quiero ser hombre” sigue siendo el principal de mis sentimientos, hasta el punto de pensar que me hubiera
operado con gusto, aunque no hubiera podido cambiar de género, con tal de ver
mi cuerpo libre de ellos.
=7.
Ante el vacío afectivo de que mi imagen de varón adulto fuera
desagradable para mí, encontré con doce y trece años el Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en
el Espejo, que respondía a mi ansia de ser valorada, admirada, querida, por mi
padre y mis compañeros; travestida,
ansiaba que un hombre me viera, para que confirmase con su admiración mi
existencia como mujer; era un sentimiento que me daba por fin una imagen
agradable. Pero se unió enseguida con
una reacción hetera, pero reflexiva, vuelta sobre mí, que la erotizó
enseguida, contra mi voluntad (como
Charlotte von Mahlsdorf, “Yo soy mi propia mujer”), lo que no me gustaba nada y
me culpabilizaba, aunque necesitaba esa imagen.
Este sentimiento fue durante años el
mayor motor de mi transexualidad, hasta que casi desapareció con la
hormonación y sin embargo seguía lo fundamental, “no quiero ser hombre”. Tuve un gran alivio,
aunque sigue siendo estimulante hoy,
cuando me veo en un espejo (o una foto), lo mismo que sería depresivo verme
como hombre.
[16.IX.2013. Siempre he visto el
Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo, propio de muchas
trans, como un narcisismo, pero leyendo
ayer a Gerald Schoenewolf, “Gender Narcissism…”, 1996, visión psicoanalítica
renovada, descubro con sorpresa que puede ser un narcisismo cruzado. Por lo que
se refiere a mí, es como si yo sintiera en el fondo a los varones como el “otro
sexo”, porque algunas de mis reacciones son análogas a las de mujeres
narcisistas de género (término de Schoenewolf):
dividirlos en hombres malos, en general los heteros (agresivos), y
buenos, en general los homosexuales (comprensivos); agresividad hacia los
hombres e idealización moral de las mujeres; creer yo, en mi adolescencia, que
todos los hombres querrían ser mujeres
y, conforme con Schoenewolf, sentir vagamente que los genitales masculinos en
general no son necesarios, lo contrario del temor masculino a la castración; la
visión de los genitales masculinos como feos, desagradables o temibles. Sólo
que Schoenewolf lo ve como severa envidia de la masculinidad, del papel
masculino, y yo tenía todo eso, y no lo quise; su significado más obvio no es
por tanto el de envidia, sino el temor por la agresión masculina. Y afirma un
profundo sentimiento en mí ¿en nosotras? de afinidad con las mujeres agredidas
(que en respuesta son narcisistas de género) y desafinidad con los varones,
aunque en otro plano los deseemos]
=8. Otra manera de ser
valorado, que no tenía ninguna dimensión
sexual, me llegó al ver “El Príncipe estudiante”, en la que el heredero de un
pequeño Reino, que estudiaba de incógnito en Nürenberg, era descubierto y despertaba
aquel aura de admiración que yo tanto necesitaba. Empecé a fantasear con ser un
Príncipe. Un Príncipe, no una Princesa. Entonces nació mi pasión por la
Genealogía, por si podía yo ser de verdad algo parecido a un Príncipe, aunque
todo fuera una fantasía, pero una fantasía útil; pero entonces todo quedó
frustrado. Pero ya con 50 años, el 20.II.1992, una llamada del
genealogista Jorge Valverde Fraikin me
comunicó para mi sorpresa y encanto que
éramos descendientes lejanos de los Moctezumas!
Como hubo una alternativa entre
dos medios de autoafirmación (Fusión con la Imagen de la Mujer y Sueño de Ser
un Príncipe), ¿qué me hubiera pasado si lo hubiera sabido con catorce o quince
años? Creo que me hubiera dado un papel de género masculino más equilibrado,
aunque fuera (casi) una fantasía, pero no hubiera resuelto mis problemas de
sexo (biológico): la debilidad de mi preferencia por la mujer y mi extrañeza y
repulsión ante la genitalidad masculina.
=9. Me autorreprimí,
especialmente desde 1973 hasta 1991. Intenté centrarme en las cuestiones
sociales (deber), pero no conseguí nada, pese a luchar de mil maneras. Me fue
dominando la fantasía, sola forma de expresión, mi vida era sombría, vacía e
inestable, me vi cerca del vacío o la
muerte. “Sólo la Realidad puede salvarme; aunque el mundo se hunda”. Desde
entonces, como prueba del valor de lo que digo, soy una persona equilibrada y
estoy contenta de haberme operado, sólo inquieta por el valor moral de lo que
he hecho; no lo siento como una mutilación, sino como una adecuación; no me
quita ninguna función que yo desee. El
18.VII.1991 fui por primera vez a hablar con un médico para seguir adelante, el
15.IV.1993 empecé a hormonarme, el 5.I.1995 me operé.
=9. Lo que puedo sentir con la
parte arcaica de mi mente es que la sexualidad básica que afloró por primera
vez hacia los cinco años, algo desvaída, y después con toda precisión con ocho
(la fantasía de ser esclavo de un amo), era sumisa “y” ansiosa de protección,
es decir femenina, (como correspondía a la falta de
androgenación de los primeros meses de mi gestación) Pero después de aparecer
en mi conciencia, fue la misma parte moderna de mi mente, racional, controlada,
algo más masculina, la que se avergonzó de mi sexualidad y la reprimió bajo
toneladas de silencio, dejándome toda mi vida sin erotismo, hasta que de pronto
emergió, como deseo apasionado de sumisión erótica y protección por un varón
muy poderoso, hacia el 15 de junio de 2010… Demasiado tarde, pero no para que
yo lo supiese y sacase las consecuencias: en la parte más honda de mis sensaciones
soy una mujer y eso sostiene toda mi transexualidad, de manera independiente de
mi identidad y otras reflexiones de mi
mente racional.
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