NOSOTROAS
Por Kim Pérez
Comparar las historias de dos
personas transexuales permite establecer un método científico mínimo, viendo
cómo se superponen, y comprobando lo que encaja y lo que no encaja, las
coincidencias y las diferencias.
Aunque no se pretenda generalizar
a todas las personas transexuales, este método me ha permitido una primera
comprobación: la hipoandrogenia, común a
muchas personas XY que no son transexuales, resulta también un elemento común
en las dos personas XY transexuales que nos hemos comparado.
Llamo hipoandrogenia a la todavía sólo hipotética menor androgenación cerebral en la edad prenatal. Como se sabe, un embrión ambivalente (dos mamas y un tubérculo genital) recibe un flujo de andrógenos que puede ser menor o mayor (en un conjunto difuso); si es bajo, permanece en una forma femenina, que es básica; si es intermedio, puede generar intersex, visibles u ocultos; si es alto, genera una forma masculina.
Puede formularse la hipótesis de
que la intersexualidad también puede darse en el cerebro; ya Schwaab, Gooren y
ahora Guillamón, con sus equipos, están probando que los cerebros de las
personas XX transexuales son iguales que los masculinos y los de las personas
XY transexuales, parecidos a los femeninos (los cerebros femeninos son poco
androgénicos; quizá en cuanto aumenta la androgenación, aunque sean todavía
parecidos a los femeninos, ya no serán iguales) También creo que se puede tomar
en cuenta la hipótesis de MacLean acerca de la existencia de un plano arcaico
del cerebro, uno medio y uno moderno, para postular una androgenación
diferenciada de esos planos, responsables por orden de los impulsos, los
sentimientos y los conceptos: quizá una misma persona pueda ser más femenina en
sus impulsos y más masculina en sus sentimientos… intersex cerebral al fin y al
cabo.
La hipoandrogenia cerebral causaría
introversión, frente a la extraversión de las personas XY más androgenizadas; pasividad, frente a actividad; no
combatividad, frente a combatividad… En concreto, y por ejemplo, gusto por la
lectura, o por la red, por las actividades solitarias y apacibles, frente al
intenso gusto por las actividades corporales, por las peleas y deportes de
competición, propio de las personas más androgenizadas. Pero no se excluyen
otras dimensiones, como el interés por la exploración o por los vehículos, de
sentido fálico, generalmente masculino, aunque más contemplativo que el interés
práctico por la velocidad, la fuerza, la actividad, más androgénico.
Las preferencias suelen tener un
aspecto segmentado: sobre un fondo más femenino, existen parcelas relativamente
masculinas. En momentos de ira reactiva, suelen concitarse los recursos
masculinos, que aparentan una manera de ser definidamente masculina, que no es
real. En los sueños de muchas personas XY transexuales, suele aparecer una
identidad masculina, que expresa la primera identidad. A la vez, suele haber
más interés por la conversación, por el análisis de los sentimientos, por los
sentimientos mismos, el arte, la música, que en las personas XY varoniles, en
las que esta manera de ser se desborda.
Sin embargo, como decía, la
hipoandrogenia por sí sola no explica la transexualidad, porque es común a
muchas personas XY que desarrollan vidas homo- o heterosexuales, sin
cuestionarse su género ni su sexualidad.
Hace falta algo más, y en las dos historias que he comparado lo he encontrado en el valor del la Imagen de la Mujer en el Espejo. Se llama así porque es una imagen física o bien conceptual de sí como mujer. Puede haber existido desde siempre o bien haberse formado en un momento determinado. Pero es una imagen que al verse, te dice: “Yo soy así” o “Yo quiero ser así”.
En los dos casos, mirarse en el
espejo y ver una Imagen de Mujer, es tranquilizante, y es el momento en que la
persona XY pasa de una hipoandrogenia
difusa a la transexualidad. Es esperanzador.
El espejo por cierto puede
encontrarse en un escaparate, o en la propia sombra, o en una fotografía.
También en los ojos y las palabras de los demás, cuando nos ven afirmar nuestra
afinidad XX/diferencia XY y nos lo dicen.
O bien la persona XY transexual nunca
ha tenido una verdadera imagen masculina de sí, y entonces esa imagen es la de
la propia verdad, liberadora, que le da la forma que necesita ver que es la
suya; o bien ha tenido una imagen
masculina hipoandrogénica, pero necesita definirla, porque la identidad hipoandrogénica
no tiene forma en nuestra cultura
social, y entonces descubre que puede superponer sobre la propia imagen una Imagen de Mujer, que le dará la forma del
cambio, de la necesidad del cambio.
En el primer caso, la persona XY
transexual encuentra su imagen, sencillamente; cuando puede identificarse
plenamente, de arriba abajo, desde siempre, desde que recuerda sentimientos,
preferencias, juegos, con esa mujer a la que ve, puede decir que “soy una mujer
como otra cualquiera”.
En el segundo caso, se trata de
dos imágenes superpuestas. Una, la propia, la de un muchachillo XY hipoandrogénico
que no ha podido identificarse con las personas XY varoniles y a quien esa
identificación social obligatoria le puede llevar hasta la androfobia: “Yo no
soy como tú! Yo no quiero ser como tú! Yo no quiero que me confundan contigo!”;
la otra imagen, es la de la Mujer que le
da una imagen diferente, fascinante, le abre una puerta hacia mayores
afinidades, pero que también puede sentir con otras personas XY
hipoandrogénicas.
Aquí la eficacia de los hechos
biológicos previos, la “tierra fértil” de la que habló Harry Benjamin, que son condicionantes
pero no determinantes, cede el paso a hechos de conocimiento, a abstracciones
conceptualizadoras, que se pueden llamar biográficas.
Creo que la transexualidad es un
hecho identitario, que colma el vacío generado por la autocomprensión de las
personas XY hipoandrogénicas, cuando es lo bastante intensa para sentirse más
afín con las personas XX de baja androgenación, y muy diferente de las personas
XY de alta androgenación.
Este hecho puede producirse en distintas edades, en una de las personas comparadas hacia los tres o cuatro años, en la otra hacia los nueve. Como hecho identitario, es una simple constatación.
Sin embargo, al llegar la pubertad, puede erotizarse de manera secundaria, si la hipoandrogenia ha formado también una ginefilia más o menos intensa. Esta secundariedad no ha sido percibida por el Doctor Ray Blanchard, seguido por la Dra. Anne Lawrence, transexual, que han considerado la transexualidad ginéfila como inducida primariamente por la sexualidad ginéfila, lo que haría de ella una simple parafilia.
La prueba de que no lo es, se encuentra, en los dos casos comparados, cuando después de la hormonación y del consiguiente descenso de la libido, la Imagen de la Mujer en el Espejo sigue vigente en su fuerza identitaria, aunque desciende del todo o casi del todo su intensidad erótica.
Las edades en las que se llega a
la comprensión de la afinidad XX/diferencia XY tienen gran importancia en la
dinámica vital de los años siguientes.
Cuando se produce muy
tempranamente, hacia los tres o cuatro años, según he comprobado con muchas
otras historias, el desarrollo del yo coincide con los hechos de género cruzado,
de acuerdo con la tendencia infantil a priorizarlos y a ignorar o minusvalorar
los hechos genitales; si hay alguna comprensión de la relación sexo/género
puede haber también un deseo de liberarse de los genitales (por evolución
natural o por un milagro)
Según la persona va comprendiendo
las dificultades sociales que puede ir encontrando, su yo todavía débil se
encierra a la defensiva, e intenta estrategias de masculinización, que pueden
llegar a una hipermasculinización en juegos y actitudes, deseando ser aceptada.
Al cambio de algún tiempo, los
cambios impuestos pueden creerse propios y espontáneos, siendo preciso después
un profundo análisis para deshacer esas superestructuras.
Porque así empieza lo que he
llamado una “fase larga de negación”, porque puede durar años o decenas de
años, hasta que el cansancio por mantenerla o la fuerza de la propia identidad
se imponen.
Cuando la comprensión de la afinidad XX/diferencia XY sobreviene más tarde, o más gradualmente (desde los 7 años a los 9 en la otra historia comparada, ya en la preadolescencia), la identidad se percibe no como un hecho básico de un yo todavía débil, que la sociedad pone en peligro, lo que requiere obedecerla, sino como una ruptura con la identidad anterior, que ya acompaña a un yo suficientemente formado como para defenderla de la sociedad.
Cuando la comprensión de la afinidad XX/diferencia XY sobreviene más tarde, o más gradualmente (desde los 7 años a los 9 en la otra historia comparada, ya en la preadolescencia), la identidad se percibe no como un hecho básico de un yo todavía débil, que la sociedad pone en peligro, lo que requiere obedecerla, sino como una ruptura con la identidad anterior, que ya acompaña a un yo suficientemente formado como para defenderla de la sociedad.
No hay por tanto fase larga de
negación, aunque las turbulencias de la pubertad pueden generar fuertes
sentimientos de culpa sexual que den lugar a otras “fases cortas de negación”, que
han sido llamadas también, gráficamente, “purgaciones”.
Este cuadro pone también de
relieve que otros hechos que pueden ser relevantes individualmente no lo son en
este conjunto de dos historias. Pienso en particular en la relación con los
padres, porque pueden darse de una forma
o de la contraria, e incluso con igual intensidad o no.
Si no son perfectamente
superponibles en ambas historias, es que no son causa de la transexualidad,
sino más bien una consecuencia, derivada de la afinidad XX/diferencia XY. De
hecho, en las personas XY transexuales se dan todas las posibles relaciones con
los padres: adoración, cariño o aversión por la madre, nostalgia o rechazo del
padre… No es posible formar un modelo único de relaciones que fueran
“transexualizadoras”, no existen como causa.
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