ESQUEMA
DE LA TEORÍA DE CONJUNTOS DIFUSOS DE SEXOGÉNERO
Por
Kim Pérez
Actualizada: 13.IV.2013
Licenciada
en Historia con Grado, Univesidad de Granada
Profesor
Encargado de Curso, Universidad de Granada (1969-1971), Profesor de Formación
Humanística y Ética, en el Centro Ameinon, y también, como Profesora, de
Filosofía, en el Centro Ramón y Cajal, de Granada (1976-2006)
Premio
Pluma 2010, de la FELGTBI
Fundada
en el concepto de “más o menos” aplicado a la feminidad (“¿Mujer o trans?”,
ponencia de Kim Pérez en las Jornadas Feministas Estatales, Córdoba (España),
2000; inspirada en conceptos sexológicos (continuo homosexual/heterosexual de
Kinsey), feministas (diferencia entre sexo y género, procedente de Robert Stoller, 1960) y de la Teoría Queer (no cerramiento
de las identidades de género); luego
formulada conforme a la Teoría de Conjuntos Difusos de Lotfi A. Zadeh, de 1963
y la noción de Atractor Extraño de Eduard Lorenz, 1965; aplicada a la hipótesis
de los tres planos del cerebro de Paul MacLean, 1970.
Dio
lugar al grupo de Conjuntos Difusos de Granada, cofundado por Kim Pérez y Amets
Suess, Granada, junio de 2009, con el apoyo de la Asamblea de Mujeres de
Granada (incorporado Pablo Vergara Pérez) Presentada públicamente en las
Jornadas Feministas Estatales, Granada, diciembre de 2009. Inspira el Proyecto
de Ley Integral de Transexualidad de Andalucía, presentado por Izquierda Unida
al Parlamento de Andalucía, 19 de diciembre de 2012, consensuado por la
Asociación Conjuntos Difusos y la Asociación de Transexuales de Andalucía y elaborado
principalmente por Ángela Gutiérrez Hermoso y Pablo Vergara Pérez. Es por
primera vez uno de los contenidos docentes del curso de la Escuela de
Postgrado, en la Facultad de Educación de Granada, impartido por Stefano
Barozzi, Kim Pérez y Liván Soto González desde el 12 de marzo de 2013.
Es
la primera formulación teórica procedente del medio transexual, que parte de la posición central de la
transexualidad, no marginal, dentro de la división sexogenérica del trabajo, la
primera de la historia social. Robert Stoller, cisexual, formuló también su
visión de la diferencia de sexo y género a partir de la existencia de las
personas transexuales.
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Temas
fundamentales: Matemáticas y materia; continuo difuso mujer-hombre; atractores
y variaciones; identidad como forma de conciencia variable, afinidad; código de
género cultural: discontinuo en dos conjuntos cerrados como forma de
dominación.
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La matemática es la infraestructura de la
materia (Pitágoras, Platón, Galileo, Newton, Einstein, Planck, Heisenberg) Algo
inteligible, intemporal, “lo que no cambia”, organiza lo sensible, temporal,
“lo que cambia”. Números bióticos permiten la consciencia o, al variar, la deshacen; o forman la sexuación, que
depende de las cantidades de andrógenos.
Para
hablar de ciencia es preciso hablar de matemáticas.
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Los
conjuntos difusos de Lotfi A. Zadeh se definen porque sus elementos tienen un
grado de pertenencia de +/- (mientras que los conjuntos cerrados se definen por
sí/no {1, 0}
La
Teoría de Conjuntos Difusos sirve para hacer cálculos sobre flujos y otras
realidades variantes en +/- (afluencia al metro, tallaje de prendas, etc) o
para entender mejor ciertas realidades en la teoría y la práctica social.
La
realidad del sexogénero se puede entender como un sistema de conjuntos difusos,
ya que empíricamente sabemos que las personas somos +/- viriles, +/- femeniles.
Todos encontramos un lugar dentro de un sistema de transiciones (+/-)
Hay
también dos atractores estadísticos abstractos, F y M (femenino y masculino), a
los que se acercan +/- todos los elementos. Este concepto se forma a partir del
de “atractor extraño”, de Eduard Lorenz, que describe una serie de curvas espirales
más o menos cercanas a un espacio vacío, que conforme se alejan comienzan a
gravitar en otro igualmente vacío que forma un par con el primero. Los
atractores F y M son espacios vacíos puesto que no existen hombres puros ni
mujeres puras y las personas reales orbitan más o menos cerca (o más o menos
lejos) de ambos, en un sistema único.
Puede
entreverse una estructura del sexogénero
humano formada por una infraestructura biológica inconsciente y una
superestructura biográfica (psicoafectiva, socioeconómica –V. Gordon Childe-,
consciente)
La
infraestructura biológica, natural, se puede hipotetizar así:
Sobre
una morfología inicial asexuada (dos tetillas + tubérculo genital) la
diferencia XX o XY (el cromosoma Y surgió de una mutación del X) puede determinar
una androgenación menor o mayor (-/+) del humano en gestación. Si hay
androgenación -/+ cercana a 0, evoluciona en forma -/+ cercana al atractor F;
si es -/+ cercana al máximo conocido, evoluciona en forma -/+ cercana al
atractor M (Existen también algunas personas XX que se desarrollan como hombres
y personas XY como mujeres)
Los
flujos +/- grandes de andrógenos llegan en distintos momentos: formación de los
genitales (-/+ desarrollo del tubérculo genital) , configuración del cerebro
diferenciada en capas arcaica, media y moderna (MacLean): -/+ masculinización
de cada una de ellas.
Tomemos
como referencia de conducta sexual inconsciente en los primates a los mandriles
que, al trasladarse, trazan dos círculos
en torno a los hijos: uno externo, por los machos, de defensa agresiva frente a
ataques externos, y otro interno, por las hembras, de defensa protectora y
directa de los hijos.
Los
flujos mayores y los menores en los humanos dan lugar a conductas de círculo
externo en las personas definibles como varones y a conductas de círculo
interno en personas definibles como mujeres.
Este
esquema abstracto está fundado en las diferencias androgénicas. Como éstas
forman un continuo, se puede pronosticar que en los dos círculos habrá líderes
y seguidores jerarquizados, más o menos androgenizados o androgenizadas. Pero
la observación real mostrará que hay también personas XX que se incorporan al
círculo exterior, personas XY que se incorporan al círculo interior, otras
personas XX o XY que se sitúan permanentemente entre ambos, y que las personas
XXY, XXX, X0, etcétera, se sitúan bien en los círculos definidos, bien entre
ambos.
La
biología hipoandrogénica en personas XY o afines, y la hiperandrogénica en
personas XX o afines, la biología en abstracto, son eficaces para condicionar
conductas imprevisibles entre ambos círculos de manera algo indefinida; pero
hace falta pensar en la biografía personal y la cultura ambiente para entender
las identidades definidas resultantes.
La
complejidad de las diferencias interindividuales en la androgenación cerebral
se hace mayor en el plano individual cuando se considera la hipótesis de Paul
MacLean sobre el cerebro tripartito.
Los
planos arcaico, medio y moderno (o reptiliano, paleomamiférico y neomamiférico)
del cerebro pueden haberse androgenizado diferentemente durante la gestación,
dando lugar a conductas sexuadas contradictorias que se sitúan en tres
continuos.
Una
nueva subhipótesis podría explicar por ejemplo que una situación de
hipoandrogenia intensa en determinado momento fuera pasando con el tiempo a
niveles mayores de androgenación, generando un plano arcaico muy femenino
(perceptible en las conductas de poder, o dominancia/sumisión) que fuera
evolucionando a niveles intersexuales en el plano medio (orientación borrosa,
poco definida en cualquier sentido) y masculinos en el plano moderno (amor
personal definido)
Estos
tres planos aparecerían a su vez como cuantificables por un +/- dentro de un
continuo. De hecho, cada persona los vería entrar en contraste en sí misma,
aunque en la mayoría fueran más convergentes que divergentes y sólo en una
minoría fueran claramente divergentes.
Las
personas que se encontraren en esta situación de divergencia, dentro de una
cultura como la nuestra que sólo entiende la convergencia y no tiene apenas
conceptos (palabras) para explicar e integrar la divergencia, sentirían su
naturaleza sexuada como fragmentada, mientras que podrían entenderla mejor como
irisada.
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Los
fenómenos biológicos, infraestructurales, y los epifenómenos psicoafectivos, socioeconómicos,
biográficos, que son superestructurales, se hacen conscientes en las
identidades, que son hechos de conocimiento de sí con valor afectivo,
afirmativo o negativo.
Las
identidades de sexogénero surgen como sentido interno del ser, irrefutable, como
se comprobó en una dramática refutación de la hipótesis de John Money de que todo el género fuera aprendido,
imitado, inspirado desde fuera, externo. Pero también existen identidades
confusas o intermedias o cruzadas, lo que muestra que se manifiestan como hechos
del lenguaje simbólico y por tanto de consciencia, sujetos a los límites del
vocabulario disponible y al error.
Como
tales hechos de conocimiento consciente, las identidades evolucionan, se
transforman; no son irreversibles a partir de los tres años, como suponía
Kohlberg, aunque tienen un elemento de memoria de los afectos, sino que pueden
desarrollarse y variar como todo conocimiento; como son conscientes, son
históricas.
Las
identidades, hechos de conocimiento, dependen en gran parte de intuiciones, más
que de razonamientos, y las intuiciones son de por sí incomunicables; por eso
es ilusorio e imposible que una persona ajena intente definir la “verdadera”
identidad de otra persona. La identidad,
como intimidad, es inaccesible e incomunicable en su intensidad, connotaciones,
etc
Las
identidades personales se agrupan espontáneamente por afinidades. Recordando
los atractores de Lorenz, la mayor parte de las personas se sitúan cerca de los
atractores vacíos. Pero minorías importantes se sitúan más y más lejos de cada
uno de ellos, pudiendo formar otros subconjuntos de afinidad.
En
un continuo, todas las identidades que se den en él representan conceptos
funcionales, prácticos, de una lógica informal o borrosa; esto se puede decir
de las identidades de hombre, mujer, intersex, transexual, travesti, etc, todas
las cuales se pueden entender como difusas dentro del mismo “más o menos”.
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La
identidad es a la naturaleza como el
concepto a la realidad. “La adecuación de la inteligencia a la
realidad”, definición de la verdad por Aristóteles, se puede dar más o menos
plenamente. Hay un margen por tanto entre una y otra.
Hay
personas XY muy femeninas o XX muy
masculinas, que forman en edades muy tempranas una identidad cruzada de género
(que corresponde a una naturaleza cerebral cruzada respecto a la del resto del
organismo)
En
otras personas, la identidad de género es vacilante, quizá en relación con una naturaleza cruzada
menos definida.
En
otras personas más, la feminidad o masculinidad cerebral no se traduce en una
identidad cruzada, de manera que asumen como identidad la naturaleza del resto
del organismo.
Es
decir, la naturaleza no se traduce necesariamente en identidad, como los
conceptos, en general, no se forman directamente de la realidad; pueden darse o
no.
En
las personas de naturaleza cruzada, en culturas que la niegan, se suele dar un
sentimiento de miedo cuando comprenden la presión social que pueden encontrar.
Entonces suele darse una “fase larga de negación” que puede durar años, decenios
o toda la vida. En ella, se niegan los sentimientos o experiencias cruzadas,
bajo reflexiones como “esto son chiquilladas, que se me pasarán con el tiempo”
que conducen a integrarse mejor en los estatutos socialmente admitidos de varón
o mujer.
Esta
fase larga es distinta sólo cuantitativamente de las fases cortas de negación,
que han sido llamadas “purgaciones”, que suelen acompañar a los procesos
transexuales y durar unas semanas o unos meses. En ellas se suele tirar todos
los elementos de género que acompañan las afirmaciones de identidad cruzada
(ropas, maquillajes, prótesis, etc), con grandes sentimientos de culpa familiar
o religiosa, consecuencia de un código social de género muy interiorizado.
Suele
seguir una conducta convencional, gris, que parece masculina o femenina o
incluso hipermasculina o hiperfemenina. Teniendo en cuenta que la orientación sexual
es un hecho que también forma parte de un continuo (Kinsey), distinto de la
identidad de género, en algunas personas conduce a enlaces heteros, y a la
procreación, en otras a una soltería
práctica y en otras a enlaces homos.
La
conducta homosexual puede surgir de motivaciones muy diversas y tener formas
muy diferentes, desde una profunda camaradería hasta relaciones de
dominancia/sumisión. Se encuentra en ella muy a menudo, no siempre, una
naturaleza cruzada originaria, seguida de una fase larga de negación, para la
que las relaciones externamente homosexuales pueden ser internamente,
cerebralmente, heterosexuales.
Se
puede expresar en frases como “yo me siento mujer, pero no necesito vestir de
mujer” o recuerdos de una infancia muy femenina o masculina, en la que ya se
sintieron enfrentamientos familiares o sociales, empezando a menudo por figuras
tan significativas como la del padre o los hermanos y siguiendo por la escuela.
El sufrimiento pudo ser tan intenso que en la edad de la adolescencia pudo
surgir una fase larga de negación que ya duró toda la vida.
Aparece
entonces con claridad que en muchas personas homosexuales, no en todas, se han
dado experiencias afines a las de las personas transexuales, en cuanto a
naturaleza, identidad y fases de negación. La diferencia entre unas y otras
parece ser sólo cuantitativa, en cuanto a la intensidad de la naturaleza
cruzada, de los conceptos de identidad y de las mismas experiencias sociales
que han llegado a la fase larga de negación. Al ser cuestión de más o menos, se
integran en un conjunto difuso o continuo.
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Por
naturaleza, la transexualidad es una de las numerosas formas de
intersexualidad, puesto que corresponde a una diferencia entre el sexo cerebral
y el del resto del organismo. Gilbert-Dreyfus recogía los numerosos planos en
los que la intersexualidad es posible: el genético, cromosómico, de los
conductos internos, de los conductos externos, el hormonal… Hay que añadir, a
partir de lo que vamos sabiendo (Guillamón) esta intersexualidad en el plano
cerebral que incluso podría matizarse dentro de él en los tres subplanos de
MacLean.
Por
identidad, la transexualidad puede entenderse por identidades femeninas o
masculinas (“soy una mujer como otra cualquiera”, “soy un hombre como otro
cualquiera”) o ambiguas (“no soy hombre ni mujer”)
Esta
concepción resuelve la cuestión de la patología. La intersexualidad no es una
patología sino una variante natural, dentro de la extrema variabilidad de la
naturaleza, que interesa adaptativamente, es decir evolutivamente. Puesto que
la transexualidad es una forma de intersexualidad, no es una patología, sino
también una variante natural. No ha lugar a patologizarla ni, por consiguiente,
a intentar curarla.
La
variabilidad natural no sucede
teleológicamente, es decir, con un fin predeterminado, aparte de la misma
variabilidad, que es buena y útil de por sí. Quiero decir que las variaciones
surgen dentro de una plantilla de posibilidades y algunas pueden ser
perjudiciales y otras beneficiosas, algunas no adaptativas y otras adaptativas.
En
este punto debe mirarse cara a cara la realidad. Objetivamente, las
intersexualidades dificultan la formación de pareja y la procreación. Puesto
que pueden deberse a diferencias en la androgenación, ¿puede preverse que en un
futuro inmediato, el análisis prenatal de la situación hormonal de la criatura en
gestación dé lugar a un tratamiento médico con andrógenos o antiandrógenos?
Sí,
es posible. En ese futuro eugenésico podría pensarse que se prevendrían y se corregirían,
vía médica, la intersexualidad, la homosexualidad y la transexualidad. Pero
este criterio humano limitaría la variabilidad natural, sería homogeneizador,
no respetaría las posibilidades de desarrollo de cada individuo. La formación
de parejas y la procreación son necesarias para la supervivencia de la especie,
pero no para la de todos sus individuos, para cuyo desarrollo sólo es
imprescindible la ayuda familiar y social, la alimentación y el cobijo. Las
circunstancias reales son mucho más complejas y variables que las previsiones
aparentemente racionales, si son unificadoras (no adaptativas) Entre las
razones por las que los naturales de Juchitán, en México, se alegran de tener
una hija muxe (transexual) figura el tener una ayuda para los padres en su
vejez. Para otras personas, tener una pareja transexual significa la ventaja,
en ciertas circunstancias, de no tener hijos. Todo ello es singular, puede
darse o no, pero es individualmente
adaptativo.
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El
Código Penal de Género vigente en la civilización del Occidente es distinto de
los vigentes en otras: la islámica, en especial, comparable en extensión y en
fuerza de rivalidad, y otras formas más pequeñas, supervivientes, como la de
Samoa o la de Juchitán, en México. Estas diferencias nos hacen percibir que el
Código de Género no traduce directamente realidades biológicas (que son comunes
a toda la especie humana), sino sus manifestaciones socioeconómicas,
históricas, variables.
Se entiende por Código de Género el de
carácter consuetudinario o escrito, que constituye
la columna vertebral variable de cada sociedad, puesto que, después de la
división biológica por edades, la división sexogenérica del trabajo, que procede
no de la primitiva sociedad recolectora, sino de la siguiente cazadora,
constituye la primera de las superestructuras históricas.
El carácter penal básico del Código de Género se
observa en que está constituído por una serie de transgresiones y sanciones muy
graves, que pueden ir de la irrisión o burla social (como mínimo) a la
expulsión de la familia o del trabajo, y en algunas épocas y culturas, a la
cárcel o a la muerte.
Su
carácter penal evidencia que es una forma de dominancia, de mandamiento/castigo:
en la sociedad de cazadores organizados, la primera división social del trabajo
fue sexual, entre cazadores/guerreros y recolectoras/cocineras: sociedad
patriarcal, senatorial, en la que los varones dominantes, hiperandrogénicos, subordinaron
a las mujeres, excluyeron a otros varones, hipoandrogénicos, y creó las
costumbres y leyes superestructurales.
La
prueba de que la división fundamental se hacía por las condiciones personales
asociadas a la hiperandrogenia e hipoandrogenia, más que por la mera existencia
de genitales masculinos o femeninos, está en que las sociedades cazadoras
indoamericanas se aceptaba a petición propia a personas XX hiperandrogénicas
como varones cazadores y guerreros y a personas XY hipoandrogénicas como
mujeres.
Nuestro
Código Penal de Género divide en consecuencia a las personas en conjuntos
cerrados de sexo, definibles por sí/no: ¿Varón? Sí/no; ¿mujer? Sí/no; también
en su conducta de género: ¿Masculino? Sí/no; ¿femenina? Sí/no.
Se
supone que son alternativas perfectas: quien no es hombre será mujer; quien no
es femenina, será masculino.
Sólo
se admite socialmente esta alternativa perfecta. El Registro Civil, el
Documento de Identidad, admiten sólo dos casillas: Hombre o Mujer.
Las
personas intersex deben ajustar sus naturalezas y sus identidades a estas
casillas, aunque no les correspondan. En general, los que viven diferencias
intensas respecto a este sistema de sí/no son ignorados o tratados o marginados
o negados o criminalizados; incluso aprisionados o ejecutados.
El
Código Penal de Género habla por tanto de “mujeres” y “hombres” como abstracciones que corresponderían a los
espacios realmente vacíos del interior de los dos atractores. El carácter
general, universalizador, de las normas del Código de Género, que son válidas
para “todos”, muestra que está dirigido a estas abstracciones y no a personas
concretas, en su inmensa variedad.
El
análisis del Código de Género muestra un
núcleo fijo y una serie de consecuencias. La lógica del núcleo fijo se funda en
las capacidades diferenciadas de “mujeres” y “hombres”, en abstracto, respecto
a la procreación.
Se
supone que las “mujeres” (palabra usada en general, abstracción) conciben y,
dado que nuestra especie es mamífera, quedan preñadas, amamantan o cuidan;
forman el círculo interior de defensa de los hijos (físico en los mandriles) Pero
sería más concreto hablar de la función de madres y no de mujeres en abstracto.
Se
observa como hecho real, al margen de abstracciones, que el círculo interior
llega a ejercer un cuidado colectivo, pero directo, ejercido por mujeres o
varones, que se suma al cuidado personal
de los propios hijos. Ese cuidado colectivo directo puede verse en la enseñanza;
en la cocina colectiva; en la pediatría;
en la geriatría…
Los
“hombres”(palabra usada en general, abstracción) engendran y quedan libres; forman
el círculo exterior de defensa de los hijos (físico en los mandriles) Sería más
concreto hablar de la función de padres, y no de hombres.
Se
observa como hecho real, al margen de las abstracciones, que el círculo
exterior incluye los trabajos duros y a distancia que pueden ser inviables para
las madres, así como las actividades de defensa armada. De las sociedades primitivas,
muy dependientes para su supervivencia de la fuerza física y personal, se pasa en
las sociedades evolucionadas a que la supervivencia dependa del acceso a la
cultura, compartible por todos, que se sitúan por tanto en el círculo exterior,
cuyas relaciones con los niños son más lejanas.
Las
personas reales nos integramos en órbitas espirales más o menos cercanas a esos
espacios vacíos de Feminidad y Masculinidad abstractas. Los Códigos de Género
represivos niegan o prohiben estas variaciones reales; los Códigos de Género
permisivos pueden afirmar su legitimidad.
En
la medida en que los Códigos de Género represivos niegan la realidad y obligan
a reprimir a toda la sociedad para conformarse a ellos y a penalizar a una
parte considerable de los componentes de esa sociedad, deben ser sustituídos
por un sistema de Libertad de Género en el que cada persona se sitúe
socialmente donde se sienta más adecuada.
Por
tanto, los actuales Códigos de Género vigentes en cada sociedad, deberán ser
sustituidos por una Carta de Derechos de Género, preparada por estudios de Libertad
de Género.
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Utilidad
objetiva de la realidad difusa del sexogénero: las variaciones mejoran la
capacidad de adaptación social a un medio variable, y tienen por tanto valor
evolutivo. En las condiciones históricas primitivas: utilidad prioritaria de
los varones muy hiperandrogénicos o físicamente muy activos y las mujeres muy
hipoandrogénicas o maternales o físicamente pasivas; en las condiciones
contemporáneas: el primer lugar adaptativo corresponde a las personas –varones,
mujeres, intersex- que sean mesoandrogénicas, reflexivas, analíticas, capaces
de muchas horas de estudio sedentario y por tanto con mayor acceso a la cultura
matemática, científica, humanística, de la que depende nuestra técnica, que
requiere largos estudios; de manera complementaria para las necesidades
sociales, las personas físicamente muy activas encuentran su lugar en
actividades al aire libre, manuales, el ejército o los deportes; las personas
muy cuidadoras, en actividades como las del hogar, relaciones interpersonales,
comercio cara al público, enseñanza, pediatría, geriatría, etcétera.
Utilidad
subjetiva de la Teoría de Conjuntos Difusos de Sexogénero: Mejor comprensión de
la realidad sexogenérica humana; racionalización de las actitudes abiertas;
aceptación de formas muy variadas de ser y de convivir; profundización en la
autonomía personal, o autodeterminación de género (yo soy yo), no en la
inclusión forzada en el modelo de conjuntos cerrados de sexogénero (M o F,
sí/no)
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