Kim Pérez
En Erz, nuestro planeta, los seres más conscientes, además de
los humanos, son los delfines, las ballenas, los chimpancés, bonobos, gorilas y
orangutanes, los pulpos, los cuervos y loros … Algunos de ellos se reconocen en
un espejo (o en el agua quieta), mostrando consciencia de sí. Otros usan
herramientas elementales. Estamos planteándonos reconocerles la condición de personas,
como se la habríamos reconocido a nuestros antepasados australopitecos, etc
La variedad de las especies en las que emerge la consciencia
es grandísima. Y la de sus formas. Para nosotros, vertebrados, un pulpo es casi
un extraterrestre, con sus ocho extremidades y su inteligencia solitaria, que
no sigue procesos de aprendizaje…
Me planteo si la posible decisión de no contactar con
nosotros por parte de otras civilizaciones se debe a una prevención de la
sacudida emocional que supondría para nosotros sólo el verlos y constatar que
están muy por delante de nosotros. Si hay esa decisión, eso significaría un acto
de benevolencia hacia nosotros, en el
que esperarían a que nos preparásemos.
En nuestra historia hay ya una experiencia similar, aunque en
intensidad menor: el contacto entre los españoles y las civilizaciones del Plus
Ultra (Más Allá), y las consecuencias fueron traumáticas. Por tanto, si esas posibles
civilizaciones extraterrestres están ya en condiciones de llegar a Erz, y no
contactan de manera pública, será que quieren ahorrarnos esos traumas.
Para no asustarnos, en una palabra.
La cienciaficción, hasta ahora, es muchas veces aterradora.
La experiencia real, si se produce, puede ser tranquilizadora, pero inmensa. De
eso voy a hablar.
= = = =
Tenemos en nuestro planeta Erz un modelo de sociedad mucho
más avanzada que la humana. Ésta, como las de todos los vertebrados, no supera
el nivel de manada, seres que necesitan congregarse, pero que son capaces
todavía de muchos conflictos internos.
Los ciervos pelean con los ciervos, por ejemplo. Las leyes
humanas tratan sobre todo de prevenir primero y de reparar después las
consecuencias de los conflictos internos. “No mentirás, no robarás, no matarás”.
Esto no existe en las sociedades de invertebrados. El
instinto, operando en sus cerebros, impide los conflictos internos. Por eso,
son más organismos sociales, comparables a la asociación de las células en los
organismos pluricelulares, que
sociedades por el estilo de las nuestras.
Forman una individualidad colectiva. Si se ve una abeja
volando sola, está explorando para su organismo social, no para ella misma.
Como las células de mi pulmón trabajan para mantener vivo el conjunto de mi
organismo y sólo una enfermedad puede acabar con unas y con otras.
No llegan a formar una consciencia colectiva porque son
pocos los individuos conectados, unos cuantos miles o decenas de miles,
mientras que en cada uno de nuestros cerebros hay miles de millones de células
interconectadas.
Pero supongamos que en otros planetas hay seres cuyos
cerebros han alcanzado una complejidad semejante o mayor que la nuestra y que
además forman un organismo social que haya llegado a tener miles de millones de
seres conscientes interconectados.
Entonces, tendrían una consciencia individual que formaría la
base de otra consciencia colectiva, y distinta de ella, como mi consciencia
personal es distinta de lo que sienta
cada una de mis células.
No habría conflictos internos dentro de esa
civilización.Todos los impulsos estarían dirigidos al bien común, desde
millones de años antes.
No se les ocurriría siquiera mentirse, ni robarse, ni
matarse.
Sus leyes se referirían a los propósitos que conseguir, no a
la prevención y castigo. No habría delitos.
En la afectividad personal, el primero de los sentimientos
sería el de amor a los semejantes y amor a su unidad. Quizá, esa experiencia de
benevolencia se dirigiera a todo el universo, incluidos los seres conscientes
ajenos a su comunidad.
Esa maravilla se daría dentro de aspectos tan distintos del
nuestro, que incluso nos inspirarían horror, como puede producírnoslo a primera vista un pulpo.
Tendríamos que superar las apariencias y aprender a valorar, con nuestra
inteligencia, las realidades profundas.
Casi todo podría estar cambiado en su civilización. Por
ejemplo, la sexualidad. En nuestras abejas y hormigas, ya sabemos que hay una sexualidad ternaria, derivada de una
binaria: hay una sola madre, unos pocos machos de los que sólo uno la fecunda, en un único vuelo a los cielos, y miles de
obreras hembras, vírgenes y estériles, pero que sostienen la vida común.
Podemos imaginar cuán distintas formas pueden haberse creado
para asegurar un intercambio de genes en la reproducción.
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