Kim Pérez
Actualizado 9.VIII.2014
Actualizado 9.VIII.2014
NOTA PERSONAL
Un tratamiento hormonal necesario influyó en mi gestación.
Mi madre me lo resumió en su extrema vejez: “Sí, pero te salvó la vida”.
Estaba perdiendo un hijo tras otro, por matriz infantil o
útero hipoplásico, una afección muy rara, que produce muchos abortos, cinco
desde que se casó con 19 años en 1938, a 1940, con 21, hasta que el Dr Gálvez
Ginachero, de Málaga, le prescribió Progynon [Depot], de Schering, “recién
inventado”, me decía mi madre, en realidad desde 1928, doce años antes,
valerato de estradiol, el primer estrógeno u hormona femenina en farmacia,
inyecciones de 10 mg. Esperándome desde mediados de junio, 1940, en cuanto lo supo,
¿cuándo?, mi madre detuvo el tratamiento. Entre dosis y dosis, el efecto depot
dura unas cuatro semanas.
En 1991 compré un texto de divulgación, de Anne Moir y David
Jessel, “El sexo en el cerebro”. Hay pruebas, dicen, de que el sexo cerebral
supone una gradación, un continuo; más andrógenos en la matriz, más masculina
la conducta; menos andrógenos, más femenina (página 41). Moir y Jessel cuentan que la madre de “Jim”
tuvo que tomar otra hormona femenina, el dietilestribestrol, porque su diabetes
le provocaba también abortos. Jim era un muchacho tímido, que no sabía
defenderse, tratado como mariquita en clase y cuya heterosexualidad había
quedado difuminada, a diferencia todo de su hermano mayor Larry, en cuyo
embarazo no fue necesaria la hormonación (páginas 42 y 43)
El 12.IX.1960, con diecinueve años, puse por escrito lo que
sentía desde cuatro o cinco años antes:
“Esta mañana, al ir a bajar a la playa, he vuelto a ver mi
sexo en el espejo, mientras me ponía el bañador. Es una cosa fea; ajena a mí y
a mi personalidad. Mi “yo” termina donde empiezan los genitales. De lo que se
llama sexualidad, sólo me pertenece lo que más extendido y difuminado está en
todo mi cuerpo: la voluptuosidad. El sexo es postizo, me avergüenzo de él, me
disgusta, le aborrezco (…) este sexo ajeno es algo que repugna a mi
voluptuosidad, al amor que siento por mi
cuerpo suave y mis facciones delicadas (…) de la misma manera con que me
repugna el vello de mis axilas, la barba de mi cara, el vello de mis piernas.
Por ello, estoy ansioso de someterme a un tratamiento de hormonas; deseo ver
suavizarse mis piernas, redondearse mis senos, reducirse mi sexo (…)”
= = =
VARIABILIDAD DE SEXOGÉNERO
(Vista desde fuera)
Hay una forma unificada humana, que se da sólo en la edad
prenatal, cuando tenemos unas tetillas y un tubérculo genital.
Sobre estos órganos comunes en el torso, en la cabeza se
contiene un gran cerebro, que empieza a procesar sensaciones.
A partir de estos principios comunes, tetillas, tubérculo
genital, cerebro, habrá una primera sexuación o diversificación sexuada, en la
que todos los órganos se irán desarrollando diferencialmente.
Las dos formas que crea la sexuación puede parecer que son
cerradas, radicalmente distintas una de otra, pues la mayoría de las mujeres
parecen diferentísimas de la mayoría de los varones, pero una observación más
atenta nos hace ver que en realidad la forma mujer y la forma varón son partes
de un continuo natural que va de la extrema feminidad a la extrema
masculinidad, pasando por todas las realidades intermedias.
No se trata de dos especies humanas; se trata de una sola
especie, en la que cada ser individual muestra rasgos que pueden haberse
desarrollado en cualquiera de los dos sentidos. El varón más viril tiene dos
tetillas que son el germen de dos mamas capaces de amamantar y la mujer más
femenina tiene un clítoris que, de desarrollarse un poco más de lo habitual,
mostrará todos los caracteres de un pene en miniatura.
Por tanto, nuestra individualidad no será cuestión de un
“mujer o varón”, separados de raíz como dos realidades enteramente distintas,
sino de una situación más definida o más indefinida dentro de ese continuo en
el que todos los individuos tienen “algo de mujeres y algo de varones”, en
mayor o menor proporción de cada una de ambas posibilidades.
Esta realidad se materializa en el continuo de una forma
natural. Hay mujeres muy femeninas, mujeres femeninas, mujeres masculinas, personas
trans o intersex, varones femeninos, varones masculinos, varones muy
masculinos…
Esta gradación en la sexuación tiene valor estadístico. Hay
pocas mujeres muy femeninas, más mujeres femeninas, menos mujeres masculinas,
menos aún personas trans o intersex, y de pronto aumenta la frecuencia de varones femeninos, muchos más varones
masculinos y de nuevo pocos varones muy masculinos…
Las variaciones de la sexuación dependen de un hecho
natural: la androgenación que en la edad prenatal reciben todos los seres en
gestación, menor en personas XX y mayor en personas XY; no se recibe en dosis
exactamente iguales para cada persona, sino que pueden ser menores o mayores
dentro de las habituales para mujeres o varones.
Y de esto procede la mayor o menor feminidad de las mujeres,
la ambigüedad de algunas personas, la menor o mayor masculinidad de los
varones… Señalaré, para que se entienda mejor todo esto, que las mujeres más
femeninas, las que han recibido una androgenación cero, son muy maternales y a
la vez estériles; la fecundidad requiere cierto grado de androgenación en la
mujer.
Esta diferenciación la hacen los andrógenos en dos momentos:
en un primer momento crean las formas genitales femeninas, masculinas o
ambiguas, y en un segundo, las formas sexuadas cerebrales, que determinan la
conducta y la identidad.
Este segundo momento de androgenación hace que pueden darse
personas sexuadas en uno de los sentidos en la dimensión fenotípica o de la
apariencia, y sexuadas en otro de los sentidos en su conducta e identidad,
aunque admitiendo a la vez mil gradaciones; como se ve, estos hechos son
naturales e innatos.
Como se ve, todo es variable, todo es un más o menos. Los flujos
de andrógenos que hayamos recibido no son en cantidades exactas, porque no
existe lo exacto en la naturaleza, sino aproximadas, un más o menos.
[Nota. En lenguaje especializado, este “más o menos” de la
androgenación diferenciada se puede formular como continuos de sexogénero, el
primero de los cuales fue el de homo-heterosexualidad, descubierto por Kinsey
en 1948, o como conjuntos difusos, con arreglo a la teoría matemática de Lotfi
A. Zadeh, de 1963]
(Vista desde dentro)
El cerebro humano genera la conciencia: la re-presentación
de lo que ve y la re-flexión sobre sí.
Al llegar a esa conciencia, abstraemos las nociones de la
sexuación; nos re-presentamos la feminidad, la masculinidad y las distintas
ambigüedades. Todas esas realidades funcionan desde entonces como atractores, y
con uno de ellos nos identificamos más o menos; “yo soy así” o “yo quiero ser
así”.
Puede ser por tanto que la identificación se haga de manera
lineal con el resto del cuerpo, o de manera cruzada, por la diferencia en la
androgenación que puede haber entre el cerebro y el resto del cuerpo.
Cuando la identificación es más o menos cruzada, surge la
transexualidad biológica, aunque como es identificación, es decir, pensamiento,
también hay una transexualidad por
identificación biográfica, según sean los pensamientos, sentimientos, lo
que sea lo vivido y lo que se quiera vivir.
La transexualidad biológica se puede definir como diferencia
entre el sexo cerebral o neurocentral y el del resto del cuerpo. Entre los dos,
el primero manda, puesto que de él nace nuestra conducta y nuestra
autoconciencia; por tanto, surge de la sexualidad, o conducta directamente
asociada al sexo, antes de que haya género.
Nuestra conducta es en parte sexual (sexualidad) y en parte
cultural (género) y nuestra autoconciencia es nuestra identidad, la suma de
nuestros conceptos sobre lo que somos y nuestros sentimientos ante lo que somos
o lo que podemos o lo que queremos ser.
(Discusión)
En la cultura anglosajona, ha surgido, fuera del medio
transexual, la teoría del psicólogo canadiense Ray Blanchard, que ha servido para
empezar a articular la transexualidad femenina, pero la expone en términos de
orientación, “homosexual” (andrófila o androsexual) y en “autoginéfila” o
“heterosexual” (de “autós”, o sí personal, “giné”, mujer y “filia”, o amor,
“amor de sí como mujer”), que se acerca
a entenderla como una parafilia, una forma de excitación; aceptada por la
transexual Anne Lawrence, ha creado una intensa controversia.
Es posible una visión crítica de la misma: la transexualidad
“homosexual” se diluye al comprobar la
intensa feminidad conductual de estas transexuales que pueden ver y amar a los
varones como “el otro sexo”; y la transexualidad autoginéfila, que es real,
deja de parecer una parafilia cuando en muchas historias personales se
comprueba un vacío de identidad social
masculina que es lo fundamental; después de la hormonación, desaparece o
disminuye la excitación y sin embargo subsiste la transexualidad; es como si
esa excitación hubiera aparecido como una superestructura a menudo indeseada.
La línea de investigación que prueba que los cerebros de los
trans masculinos son análogos a los masculinos y los de las trans femeninas a
los femeninos, comenzada por Zhou, Hofman, Gooren y Swaab (1995), sobre unos
pocos cerebros de personas fallecidas, está dando abundantes resultados con Antonio
Guillamón (2011 y 2012), estudiando los cerebros vivientes de 24 hombres trans y 18 mujeres trans, total
42, antes de la hormonación, con quienes usa técnicas de escaneo y comparación
con 29 hombres y 23 mujeres, total 52 personas no transexuales.
Estos resultados están siendo decisivos, y superan muchas
discusiones éticas basadas sólo en principios abstractos que no son aplicables,
pues los resultados científicos prueban una base biológica y por tanto natural
en la génesis de la transexualidad, tal como he expuesto.
Es posible profundizar en la comprensión de la
transexualidad, a partir de la androgenación cerebral o conductual diferenciada
(hipoandrogenia en personas XY e hiperandrogenia en personas XX), que no se
puede todavía medir cuantitativamente, pero sí describir cualitativamente.
(Esa diferente presencia de las hormonas esteroides
sexuales, en determinadas cantidades, podría proceder también de un trasfondo
génico. Regina-Michaela Wittich menciona como particularmente convincente en
este sentido un trabajo de Lauren Hare et al., de 2009)
Esta androgenación se refleja en la conducta de género, que
puede ser o muy definida (masculina y femenina) o ambigua, y también en la
identidad, o concepto que nos formamos del sí en relación con los otros;
después seguirá por lo que se pueda saber de la sexualidad (conducta directamente
ligada al sexo); la orientación (androsexual o ginesexual), que
estadísticamente suele estar más ligada a cada una de las formas de los
esquemas; y se llegará a la no/necesidad o necesidad de una operación de
reasignación de sexo (genitalidad)
En muchas personas la causa principal de su identidad
cruzada sería biológica, por depender de un cerebro masculinizante, en personas
XX, o feminizante en personas XY.
Por ser cerebral, la autocomprensión de la persona puede ser
masculina, femenina, o también ambigua; al estar vinculada de manera cruzada a
estructuras XX o XY es objetivamente intersexual, y puede presentar
posibilidades muy complejas.
Parece que, por eso, la definición personal más adecuada es
la de “varón trans” o “mujer trans” o a veces “persona trans”, para expresar
mejor esa complejidad.
Es verdad que, ahora, culturalmente, muchas personas trans
preferimos o preferiríamos describirnos como mujeres u hombres, sin adjetivos;
sin embargo, nuestra cultura general, la del conjunto de la Humanidad, está empezando
a ver en estos tiempos, por medio de las ciencias, que la realidad de la
sexuación es muy compleja, no es binaria como supone la concepción tradicional
(hombre, mujer; masculino, femenina; ginéfilo, andrófila), y el reconocimiento de
la legitimidad de nuestra existencia como transexuales ha sido precisamente una
de las causas de esta nueva visión (Robert Stoller, en 1960, gracias a la
observación de la realidad transexual, comprendió la diferencia entre sexo y
género, biología frente a cultura, para todas las personas)
Debemos asumir valientemente nuestra complejidad y hacerla
ver a otras personas; ésta es la realidad en la que nos encontramos, a
principios del siglo XXI, esperando que dentro de poco sea asumida como parte
de un importante avance cultural.
(Clasificación de las personalidades trans)
ESQUEMA I: VARONES XX
MUY HIPERANDROGÉNICOS
(Son una gran mayoría entre los trans masculinos)
=Personas XX; intensa hiperandrogenia, muy evidente; “muy”
masculinos conductualmente; “soy un niño” o “quiero ser un niño”,
militantemente; interés por los juegos rudos y los deportes; voluntad de
liderazgo; necesitan ropa masculina, rechazan la femenina; “muy” ginesexuales,
con matices protectores, por ejemplo en la forma del arquetipo de Tarzán y Jane;
rechazan la pubertad femenina, desean la hormonación cruzada (voz, barba), y la
mastectomía; pueden renunciar a la reasignación
genital, por sus dificultades.
Sexualidad: en el continuo que va de la femenina a la
masculina, muy masculina
Orientación: en el continuo que va de la androfilia a la
ginefilia, suele ser muy ginéfila.
(Detalles)
Prefieren en su niñez los juegos combativos, de equipo, y de
contacto, y la compañía de los niños varones; suelen sobresalir en esta
competencia, por lo que pueden ser líderes de sus cursos; les pueden interesar
lo mismo que a los varones los muñecos proyectivos musculosos y agresivos,
piratas o astronautas, en los que ven su futuro.
Pueden sentir su pubertad como un automatismo corporal
extraño y angustioso, como una vergüenza que dificulta las perspectivas
personales, necesitando fajarse y en cuanto sea posible, seguir un proceso
endocrino/quirúrgico.
Aunque la base de esta condición es biológica
(hiperandrogenia conductual), el prestigio social que pueden adquirir la
refuerza; pueden formar parejas estables con mujeres, con mucha facilidad.
= = = =
ESQUEMA II: VARONES XX ALGO HIPERANDROGÉNICOS
(Cuento con dos amigos a quienes conozco en este caso, pero
me resulta todavía difícil generalizar)
=Personas XX; son
algo hiperandrogénicos, ambiguos conductualmente; pueden haber elegido los
varones como modelo, sentir una admiración absorbente por los varones, que les lleva
a querer ser como ellos, a estar con ellos, como audaz compañero de audacias, pero con actitudes prácticas vacilantes; más
bien androsexuales, aunque también pueden ser ginesexuales secundarios; dominantes; desean la
hormonación cruzada y la mastectomía, pero no necesariamente la reasignación
genital.
Se identifican a menudo como gays, y su masculinidad de
género les puede encontrar pareja con otros gays.
= = = =
ESQUEMA III: MUJERES XY MUY HIPOANDROGÉNICAS
(Diez personas que conozco tienen en común que son XY, que
fueron femeninas o muy femeninas en su niñez, que todas ellas se
autorreprimieron tanto que a menudo, han tenido que preguntarles a sus madres
por cómo eran; todas han vivido una pubertad masculina, y cinco han intentado
ser gays y, en menor cantidad heteros, hasta que de pronto han visto emerger lo
reprimido, con sorpresa o miedo y con una intensidad enorme. Una de ellas
prefiere en la práctica definirse como queer androsexual, afirmándose frustrada;
otra, sabiéndose femenina, intenta una vida gay, androsexual, otra es
transformista y gay, androsexual, tres son trans androsexuales, habiendo
incluso contraído matrimonio con varones dos de ellas, y cuatro trans
ginesexuales)
=Personas XY; hipoandrogenia muy definida, muy femeninas
conductualmente; muy temprana identidad femenina o feminizante, desde los dos,
tres o cuatro años; suelen ser androsexuales o menos frecuentemente
ginesexuales; en la pubertad, la intensidad de su deseo y la conciencia de las
dificultades de inserción social como transexuales, les puede hacer optar entre
identidad y orientación; pero más o menos tiempo después vuelve la primacía de
la identidad.
Genitalidad: su temprana identidad femenina de género, por
ser muy temprana, antes de definirse la genitalidad, puede ser compatible con
la aceptación de una genitalidad masculina.
Sexualidad: en el continuo que va de la femenina a la
masculina, muy femenina o receptiva, aunque también puede ser masculina o
penetrativa.
Orientación: en el continuo que va de la androfilia a la
ginefilia, suele ser muy andrófila (pequeña minoría ginéfila)
(Detalles)
En cuanto a su género, pueden haberse dicho “soy una niña” o “parezco una niña”, o “quiero
ser una niña”, desde su primera niñez. Han jugado con niñas, a juegos de niñas
y como niñas. Han elegido ropa de niñas. Han tomado como modelos a su madre, en
su conducta, o a otras niñas o personajes femeninos del cine o la televisión o
muñecas proyectivas adultas en las que ven su imagen futura. Viven la feminidad
desde dentro.
Han sido a menudo “muy” rechazadas o acosadas en el medio
escolar.
A medida que van comprendiendo las actitudes sociales,
pueden decirse “no quiero parecer una niña”, y hacer intentos de
masculinización y hasta de hipermasculinización, asombrosa, desde fuera,
miméticos, imitativos.
En la pubertad, su definida orientación andro- o ginesexual,
puede hacerles pensar que serán más aceptadas como gays o como heteros que como
trans, y hacer un balance entre orientación e identidad, por al que pueden postergar ésta, para ser
más fácilmente aceptadas por las personas deseadas, y llegar a decir “yo me siento mujer, pero no
necesito vivir como mujer”. Pero a menudo, este experimento deja lugar a la
vuelta de la identidad reprimida, como un impulso desconcertante, que
resulta fundamental para la integridad
de la personalidad.
Pueden haber estado “muy” autorreprimidas, con mucho miedo
interiorizado (la consecuencia suele ser el olvido represivo de gran parte de
sus primeros años, teniendo a menudo que rescatarlos preguntándoles a sus
madres) La represión puede haberles llevado a una masculinización o hipermasculinización,
basadas en la imitación externa, que incluso puede generar un placer
transvestista con las prendas masculinas.
Estas casi niñas (conductuales) han podido ser como las 44
que Richard Green estudió a mediados del
siglo XX, tras un seguimiento de quince años, pero Green no vio la fuerza de la
represión quizá temporal de la identidad, que hizo que tres cuartos tuvieran
una conducta temporal gay, un cuarto, una conducta temporal hetero, y sólo una
persona fuera trans; llegó a pensarse que la conducta femenina XY en la niñez
sería un predictor de homosexualidad. Creo que una represión ambiental menor,
como la que existe ahora, y un seguimiento más largo habrían dado resultados estadísticos
de mayor prevalencia de la transexualidad.
En el siglo XXI, empieza una situación radicalmente nueva,
por el apoyo parental: viven una niñez y preadolescencia femeninas; de acuerdo
con las recomendaciones de The Endocrine Society, “al primer signo de pubertad”
se les aplican bloqueadores de la pubertad, con el fin de mejorar su futura
inserción social, sin que se masculinicen; el bloqueo de la pubertad y el paso
enseguida a la hormonación femenina puede sin duda evitarles muchas
vacilaciones y conflictos, dada la habitual opción entre identidad y orientación,
que suele resolverse, al cabo de los años, en favor de la identidad; pero como
así no sienten nunca la fuerte experiencia de la pubertad masculina, pueden no
decidir por sí si les parece aceptable o inaceptable; durante el tiempo en que
su cuerpo siga pareciendo ambiguo, podrían experimentar la pubertad, para que
su decisión sea personal y con conocimiento de causa, tanto si es para un sí
como para un no. Es preciso
respetar siempre nuestra autonomía personal.
= = = =
ESQUEMA IV: INTERSEX XY ALGO HIPOANDROGÉNICAS
(Parto de mi propia experiencia y de la de otra mujer; estas
personas podemos ser la mayoría de las que demandamos una reasignación genital
más adelante: somos solitarias, tímidas, introvertidas, algo asexuales y
rechazamos la masculinidad; la observación es de Colette Chiland, sobre una
pequeña muestra de 10 transexuales; algunas personas que me han leído se identifica con esta descripción, pero no he
podido cotejarlo detalladamente con ellas)
=Persona XY, hipoandrogenia, masculinidad indefinida, intersexualidad
definida; primera identidad masculina indefinida o feminizante; androfobia
intensa, ginesexualidad difusa; nostalgia de la feminidad, valoración de la
ambigüedad; en la pubertad, rechazo intenso de los genitales masculinos, que no
se entienden; deseo de perderlos; de esta manera, el deseo de emasculación
constituye su identidad.
Genitalidad: no masculina.
Sexualidad: en el continuo que va de la femenina a la
masculina, ambigua o femenina o receptiva; puede haber un placer arcaico por la
sumisión femenina; y un Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo.
Orientación: en el continuo que va de la androfilia a la
ginefilia, suele ser algo ginéfila, compatible con una necesidad de afecto
paterno/masculino.
(Detalles)
La causa biótica
parece que es la hipoandrogenia, que puede llevar, no transexualmente, a una
sencilla ambigüedad, que no deshace la identidad masculina, como en la historia de “Jim” (ver Nota
Personal), pero que es transexual cuando de ella se sigue la inadaptación a la
genitalidad masculina.
En mis primeros ensayos, la llamé “transexualidad por
desidentificación”, por la intensa antigenitalidad masculina,
La relación con la madre puede ser de adoración ginesexual y
de imitación más o menos inconsciente, en sus palabras, sus gestos y sus
actitudes, por ambigüedad y por vacío de identidad masculina, mucho más que con el padre.
Se va estableciendo una conciencia de ambigüedad que deriva
hacia la feminidad, a la vez que falta
una experiencia de androafectividad, o empatía con los varones, primero filial
con el padre, y luego de compañerismo, que genere afectos intermasculinos;
antes yo pensaba que esa androafectividad puede generar una barrera identitaria
que impidiera la fascinación ginesexual por la feminidad, filial hacia la
madre, y luego hacia las mujeres en general; pero ahora veo que la afirmación
de la ambigüedad y su deriva identitaria hacia la feminidad son anteriores y
más intensas (en mí, con unos diez años, en ausencia de cualquier sentimiento
de fusión ginesexual)
Su ambigüedad puede ser más evidente desde fuera, por lo que
pueden sufrir rechazo o “algo” de acoso
escolar, que acentúe su desidentificación con los varones, con quienes no
comparten el placer de la lucha, ni los juegos rudos, ni las fantasías de
acción, ni aficiones absorbentes y combativas, como el fútbol, inhibiéndose, y llegando a la androfobia; les
es más fácil jugar con niñas, aunque no como niñas, sin llegar a una
identificación plena.
Su modelo de juego es tranquilo, casero, fantaseador; pueden
jugar con casitas o granjas de animalitos, con muñequitos de plástico en los
que proyecten sus afinidades o sus necesidades afectivas; les resultarían
extrañas tanto las muñecas proyectivas definidamente femeninas, de largos
cabellos o vestidos vaporosos, o princesas, como más especialmente, los muñecos
proyectivos duramente masculinos, musculados y agresivos, que les son
profundamente ajenos.
La ambigüedad es difícil de conceptualizar en una cultura
binarista de género, por lo que pueden vacilar entre dos identidades extremas,
ambas inadecuadas, masculina y femenina, teniendo que hacer un gran esfuerzo para afirmarse personal y
nobinaristamente: en algunas historias, puede ser afirmando a la vez su
ambigüedad de género y su feminidad genital.
Al empezar a tomarse consciencia desde los ocho o nueve
años, es previsible que en la sociedad abierta del siglo XXI puedan encontrar
apoyo familiar; sé que en mi caso, me habría encontrado distendida, más
adaptada racionalmente, más a gusto y feliz, viviendo como niña; sé quién
hubiera podido ser mi amiga, una niña alta y tímida como yo, buena estudiante;
hubiera llegado con naturalidad a la hormonación cruzada.
= = = =
ESQUEMA V: MUJERES XY MESOANDROGÉNICAS, SIN IDENTIDAD
MASCULINA, MUY GINÉFILAS
(He podido estudiar de cerca estos sentimientos en una amiga
muy cercana; son probablemente los más frecuentes en la transexualidad)
=Personas XY; mesoandrogenia; vacío de identidad masculina,
pero conducta aparente masculina; desde su primera niñez, pueden tomar a las
niñas, a quienes ven desde fuera, como aspiración ideal y como modelo de vida; “yo
quiero ser así”; su vacío de identidad masculina y la intensa ginesexualidad
las lleva a un intenso Deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo,
primario, extático, erotizante. Pueden
rechazar los genitales y desear la cirugía de reasignación, para culminar la
fusión. Su orientación se convierte en su identidad (Klimt: “Soy color… soy
pintor”)
(Detalles)
Teniendo en cuenta que las explicaciones biográficas o
psicológicas de la transexualidad no han sido comprobadas científicamente hasta
ahora, ha de pensarse en una explicación biológica del vacío de identidad,
quizá genética, puesto que en este caso las explicaciones endocrinológicas no
parecen ser adecuadas.
En personas XY heteras u homo, hay una androafectividad, una
empatía con los varones, una experiencia de compañerismo, que genera una
barrera de afectos que impide la fascinación absoluta por la mujer; en cambio,
en estas mujeres trans, tal barrera no existe y la fascinación se hace deseo de
fusión.
Su mesoandrogenia hace que no suelan ser acosadas en la edad
escolar, y que puedan compartir juegos rudos con sus compañeros, aunque sin
empatizar con ellos.
En la autobiografía de Kathy Dee, “Itinerario transexual”,
se habla de una amiga que, después de la operación, pasaba largas horas en la
bañera contemplando su cuerpo.
Por tanto, después de la transición, el cambio de genitales
es sólido, porque mimetiza a la mujer, pero el de género puede ser inseguro, pues
se puede hacer un balance entre la
orientación y la identidad; las exigencias de la orientación pueden primar
sobre las cuestiones de género, dejándolas pasar a segundo término para conseguir
el amor de una pareja, su primer propósito. Aunque disminuya la líbido con la
hormonación y la cirugía, las cuestiones de identidad/fusión hacen que el
proceso transexual se mantenga estable; pueden ser no penetrativas,
conformándose incluso con una compañía contemplativa, que desean fervientemente.
Esta manera de ser se parece a la feminofilia, pero se
distingue en que en la feminofilia, la fascinación mimética por la imagen de la
mujer es compatible con la identidad masculina.
= = = =
En una novela, de la que desgraciadamente no guardo en la
memoria el título ni el nombre del autor, italiano, se manifiesta una parte de
este sentimiento de una manera muy
bella. Un adolescente está enamorado de su prima. En un carnaval, buscando un
disfraz, sube al cuarto de ella, busca en su armario, y encuentra uno de sus
vestidos. Se lo pone y se mira en el espejo y en ese instante ve en él la
imagen de su prima, pues se le parece mucho.
Se puede entender que esa experiencia sea momentánea o dé
paso a una parte importante de su personalidad; si le faltare la
homoafectividad masculina, podría ser una transexualidad ginesexual; si hubiere
una homoafectividad masculina, y por tanto, una identidad masculina sólida,
habría una feminofilia.
= = = =
Esta serie de esquemas está abierta, especialmente en lo
relativo a los hombres XX, a quienes conozco menos.
= = = =
ESQUEMA VI: VARONES XY MUY GINÉFILOS QUE SE FUNDEN CON LA
IMAGEN DE LA MUJER CONSERVANDO SU IDENTIDAD MASCULINA (FEMINOFILIA)
La cercanía entre la transexualidad ginesexual y la
feminofilia hace que sea útil ver sus diferencias.
En ambas se da que personas XY sienten un deseo de fusión
con la imagen de la mujer, imagen arquetípica como joven y bella; la diferencia
está en que en las personas transexuales ginesexuales no hay una valoración
positiva de la masculinidad o identidad masculina y en las personas feminófilas
sí existe.
Por eso, mientras las personas transexuales feminizantes pueden
llegar al cambio permanente de género y a la eliminación de los genitales
masculinos con tal de hacer realidad la fusión permanente con esa imagen, las
personas feminófilas no pueden ni quieren conseguir un cambio permanente de
género y la operación de genitales la sentirían con angustia como una
mutilación.
Hay experiencias identitarias en unas y otras, consistentes
en ese deseo de fusión; absoluta, en las personas transexuales ginesexuales,
temporal en las feminófilas, dependiente de los ciclos de excitación.
En las transexuales ginesexuales, se desea llegar a una
unidad identitaria; en las feminófilas existe una dualidad, a veces expresada
como dos identidades alternantes o dos nombres reconocidos como propios.
Esta dimensión identitaria excluye que se trate de una
simple parafilia o asociación del deseo con objetos simbólicos. Está muy cerca
del “Yo soy tú” del amor extremo, incluso místico. Es tan intenso, que la
persona transexual XY muy definidamente ginesexual a veces puede dejar en
segundo plano, por su amor, su deseo identitario de cambio de género, lo mismo
que la persona transexual XY muy
definidamente androsexual, por su necesidad de amor hacia un varón. Paradójicamente, la misma seguridad en su
identidad, les permite dejarla aparte.
= = = =
PREDICTIBILIDAD DE LA EVOLUCIÓN DE MENORES FEMINIZANTES O
MASCULINIZANTES
Estos esquemas nos permiten apuntar algunas perspectivas de
la evolución personal desde la menor edad, cuando comienzan a verse estas
variaciones de sexogénero.
Empezamos a contar desde hace pocos años con la ayuda
resuelta de algunas y algunos madres y padres, que van siendo más a cada
momento. Para ellas y ellos está escrito este apartado; y también para las, les
y los profesionales a quienes les puedan pedir apoyo.
Por decirlo así, deben caminar detrás de sus criaturas, que deben ir delante porque la iniciativa es
suya, respecto a sus propias vidas. Deben extender los brazos en torno a ellos,
para protegerlas de todo peligro. Y abrirles todas las puertas, a un lado, al frente,
al otro, y permitirles que miren en su interior, que entren y sigan por ellas o
que vuelvan a salir, y sigan.
Desde una edad muy temprana, acaso desde los dos años en
adelante, comienzan a verse diferencias conductuales, en relación con la
conducta de menores del mismo sexo aparente (Yo tengo un recuerdo, fechado por
una foto, con esa edad: un muñeco que me dio el fotógrafo y que me pareció muy
descolorido y sucio)
Estas diferencias conductuales pueden hacer ver en personas
XY una delicadeza, o introversión, o preferencia por juegos tranquilos, o
sensibilidad, o emotividad o impresionabilidad; en personas XX, pueden suponer
una energía intensa, un temperamento más asertivo, más movilidad, y preferencia
por juegos rudos, y peleas, y aspereza.
Las variaciones conductuales pueden permanecer inconscientes,
si son más ambiguas; las personas mayores pueden ser en cambio muy conscientes
de ellas, y comenzar a interactuar con la persona menor en términos de
aceptación o rechazo que poco a poco van despertando un eco en su conciencia.
En otras personas, estas diferencias conductuales pueden hacerse
conscientes, si son bastante intensas, y entonces se pueden transformar en
diferencias de género, también desde la misma edad temprana, y se hacen
visibles, en personas XY y XX, respectivamente en la imitación de la madre o
del padre, en la preferencia por las ropas femeninas o masculinas (en este
caso, sin poder soportar las femeninas), en los juegos y juguetes de niñas o de
niños.
En cuanto a los juguetes, los libremente elegidos, los
soñados, los solicitados una y otra vez, pueden ser indicadores de la
naturaleza feminizante o ambigua o masculinizante de quienes los piden (es el que
se puede llamar test de los Reyes Magos o de Papá Noel)
Hay en ellos dos clases de juegos, unos más definidos como
femeninos o masculinos y otros más ambiguos y más nobinarios, lo mismo que,
para los más definidos, hay dos niveles, uno más géneroexplícito, y otro más
géneroimplícito.
En el primer nivel, el de los objetos, están las muñecas,
especialmente los bebés que se puede cuidar y las que se pueden peinar o
vestir, visibilizando el propio futuro, y las casitas que representan una
seguridad y acogida entre sus cuatro paredes, por una parte;
=y los vehículos y circuitos de competición y los que
representan sueños épicos (piratas, la conquista del espacio, muñecos
musculados), junto con los juegos electrónicos que representan combates o
carreras vertiginosas, por otra.
En el segundo nivel, muy cuidado actualmente por los
fabricantes, conscientes de las necesidades del marketing, están las texturas y
los colores.
Se pueden encontrar objetos de trapo, blandos, o muñecos con
largos cabellos, incluso caballitos con larguísimas crines y colas, y colores
claros, tendentes a los tonos pastel, o alegres y luminosos, soleados; casitas
por ejemplo con ventanas de par en par y jardineras floridas, y colores rosas,
fucsias, celestes, etcétera,
=o bien objetos duros, en colores oscuros (representativos
del combate) o sombríos, de aspectos terribles (dinosaurios) o de armamentos de
cienciaficción
(En este sentido, tengo que registrar una evolución sorprendente
y criticable en los últimos cincuenta años; antes, los juguetes para los varones
eran mucho más alegres, más naturales, trenes, barcos de vela, juegos de
construcción o de mecánica, que podían tener perspectivas pacíficas, mientras
que los de hoy están hundidos en una agresividad extrema que hace vivir en
sueños de placer por la competición y la violencia; basta con ver muchos de los
anuncios de televisión para sorprenderse)
En las series de televisión se observa la misma dicotomía:
las series para niñas o para niños se diferencian del primer vistazo; en las
primeras, colores alegres; en las segundas, colores oscuros; en las primeras,
vida diaria, ternura, humor; en las segundas, violencia sonora y visual
(ráfagas de estrellas)
Es muy posible que las personas menores XY feminizantes prefieran
la tranquilidad de los juguetes y las series para niñas y los menores XX masculinizantes disfruten de la acción y la
violencia virtual de los juguetes y las series para niños.
Y en todas las personas menores, niñas, niños, en todas, se
puede observar también una frecuente ambigüedad, en cuanto a la elección de
juguetes, compatible con la tendencia mayoritaria; hay por ejemplo muchas
mujeres heteras a las que nunca les ha gustado jugar con muñecas.
Obsérvense que son diferencias de sexualidad (de conducta
asociada biológicamente al sexo: tranquilidad o movilidad, sensibilidad o
acometividad, apacibilidad o combatividad)
Estas variaciones se pueden convertir también en diferencias
de identidad de género: entenderse a sí fundamentalmente como una niña o niño,
necesidad de expresarse mediante ropa de niña o de niño, elegir para sí un
nombre de niña o de niño…
En algunas personas XY feminizantes, en las que he observado
que la orientación ginesexual se convierte en identidad es la conducta la que
suele ser poco definida en cualquier sentido, por lo que su variación es más
que de sexualidad, de género.
Por tanto, nos encontramos ante variaciones que tienen que
ver o con la sexualidad o con el género o con una y otro.
También, desde muy temprano, hay variaciones de orientación,
aunque esto no tiene que ver directamente con las naturalezas feminizantes o
masculinizantes, como no tiene que ver con las asignadas como femeninas o
masculinas.
Entre las personas XY feminizantes se pueden encontrar
orientaciones androsexuales y quizá más frecuentemente, ginesexuales.
En XX masculinizantes se pueden encontrar orientaciones más
frecuentemente ginesexuales y a veces androsexuales.
Antes de la pubertad, las orientaciones suelen ser sobre
todo afectivas, de simpatía; en la preadolescencia, puede producirse una mayor
definición, en términos negativos.
Uno de los dos sexos es sentido como el otro, el distinto,
el incomprensible, independientemente de que, en la adolescencia, el estímulo
sexual, el pellizco, venga dado por personas del sexo afín o del diferente, o
por las de ambos, o no llegue a sentirse ante nadie.
(El placer masculino)
El placer masculino es el de la autoafirmación, dominancia/protección,
y penetratividad, que provoca la detumescencia genital; se halla sobre todo a
partir de la pubertad y tiene un carácter explosivo.
El placer femenino es de situación y seguridad, de
receptividad, incluso mediante la sumisión sexual (no social); se puede formar
mucho antes de la pubertad, y es muy estable.
El placer femenino es básico; el masculino es sobrevenido.
Ambas formas de placer son pretendidas mediante un deseo
compulsivo, desde la pubertad,
Para la persona menor feminizante, en las edades infantil o
preadolescente, puede haber un deseo y un placer femenino, pero falta la
experiencia de la maduración del deseo y del placer masculino en la pubertad.
En ese momento, nuevos impulsos, hasta entonces desconocidos,
empiezan a aparecer en su conciencia.
Hay que partir de que su sexo conductual o cerebral y su
sexo genital son diferentes. Esta palabra significa “que llevan a lugares
distintos”. Por tanto, son autónomos, y pueden ser sentidos como
contradictorios.
Tal contradicción plantea un dilema feminidad/masculinidad;
dado que la mente podía mantener un estado femenino previo, lo masculino
tendría que ser asimilado por el estado femenino anterior.
La primera experiencia específica es un placer intenso,
desconocido e inesperado, ante determinadas experiencias: ante las de la
orientación, que hasta entonces puede haberse sentido como una sencilla
simpatía, ante la propia identidad, simbolizada en la propia ropa, etcétera
El placer puede sentirse como una puerta nueva, abierta a un
mundo desconocido y por el que se desea entrar, para conocerlo mejor, o bien
como un enfrentamiento contra el propio sentido de sí, contra la misma
identidad, contra lo que se pretende hallar en la vida, una contradicción, una
contrariedad que se preferiría no sentir.
(Si se acepta el placer masculino)
Los XX masculinizantes sienten espontáneamente el placer
masculino, como autoafirmación de poder, como dominancia/protección. La pubertad
les trae la certidumbre de que la maduración de su cuerpo aparente, en sentido
contrario a lo que piensan y desean, les va a avergonzar, les va a hacer sentir
prisioneros de las inercias de su corporalidad.
La formación de los pechos les va a dificultar duramente su experiencia
masculina, porque son un rasgo mayor, difícilmente ocultable; la menstruación
les va a parecer la firma de una condena.
Por tanto, la detención de la pubertad y la hormonación
cruzada constituyen una alegría para ellos, conforme a las recomendaciones de
The Endocrine Society y la Sociedad Endocrinológica Europea.
Aun así, sé que algunos XX masculizantes deciden desistir de
un proceso ya iniciado; pero no conozco sus circunstancias ni sus motivaciones,
sólo que la libertad de experimentación es una condición humanamente necesaria
en cualquier momento.
En las personas XY feminizantes, si se trata de aceptar el
placer masculino, puede ser que se
integre en la propia sexualidad, en la propia identidad y en
la propia orientación, pero no sin esfuerzo, transformando voluntaristamente la
práctica sexual.
En ese momento se plantea también la certidumbre de que los
rasgos físicos masculinos se van a
acentuar y va a irrumpir y desarrollarse una sexualidad masculina.
Puede haber una edad de dudas e indecisión. Y puede ser que
la introspección, el sopesamiento de los pros y los contras, se decante por
adoptar una identidad masculina de género, ese “yo me siento mujer, pero no
necesito vivir como mujer”.
A veces, la feminidad de base es tan intensa, combinada con
una voluntad de vivir masculinamente tan decidida, que se puede sentir placer
por vestir la ropa masculina o por adoptar un rol masculino; es una especie de
transvestismo, que mirando al sexo aparente, ha sido llamado “homovestismo”.
Supongo que si hay una renuncia al propio género en aras de
vivir con plenitud una orientación como gay o como hetero será precaria, pues
el género me parece más básico, más primario que la orientación.
Sin embargo, hay que vivir al menos experimentalmente este
deseo, y puede ser que el equilibrio personal de los sentimientos lo permita, y
que la persona se sienta contenta, más que de su equilibrio de partida, del
equilibrio de llegada.
(Si se duda sobre la aceptación del placer masculino)
Actualmente, existe una alternativa experimental. Se puede
esperar a que se constituya la pubertad, sobre todo mientras aún no hay
consecuencias en los caracteres sexuales secundarios y se sigue manteniendo un
aspecto ambiguo. Esos años (doce, trece, catorce…) pueden permitir a la persona XY feminizante
conocer y valorar lo que le está pasando a su cuerpo, aceptarlo o rechazarlo.
En caso de que la respuesta sea más bien negativa, pero
sobrevivan las dudas, se puede pasar a un tratamiento de detención de la pubertad,
que puede seguir siendo reversible, pero permite adelantar en autoconciencia.
The Endocrine Society, de los Estados Unidos, y la Sociedad
Endocrinológica Europea, han formulado unas recomendaciones en las cuales se
acepta que se puede detener la pubertad, con el criterio de lo reversible, por
tanto, de lo experimental, para quienes lo deseen, mediante el uso de
bloqueadores, y si así se desea, “desde el primer signo de pubertad”, y después
una hormonación cruzada, si se desea, recomendada desde los dieciséis años, que
al principio será reversible, durante algún tiempo, y luego irreversible.
Al usar los bloqueadores, al detener la pubertad, se detiene
el desarrollo del placer masculino, continuando un placer femenino que puede
ser más básico y haberse formado antes de la pubertad.
Para cada persona XY feminizante, la alternativa puede ser o
llegar a sentir ese placer masculino y desear seguir sintiéndolo, para lo que tendrían que desistir de los
bloqueadores y luego de la hormonación cruzada, o desear no sentirlo, no llegar
a él, siguiendo en la plenitud de su feminidad.
La persona XY feminizante que esté en esta situación, tendrá
que hacer un balance entre lo que desea y lo que puede perder (elegir es ganar
algo aunque se pierda algo) Sólo cada cual, mirando dentro de sí, puede decidir
ese balance. Es cierto que se le puede ayudar a hacerlo, pero el peso relativo
de cada uno de los factores, sólo desde dentro se puede realizar; la decisión
tiene que ser suya.
El principio de libertad de experimentación debe ser
respetado aquí. Se trata de la imagen de la madre y el padre caminando detrás,
con los brazos abiertos para quitarle peligros y dificultades, abriéndole todas
las puertas o dejándole que las abra por su cuenta, entrando a mirar o saliendo
y siguiendo.
Cuando se tiene el vivo deseo de experimentar la parcial
masculinidad propia, es más prudente aplazar los tratamientos de bloqueo de la
pubertad o de hormonación cruzada mientras sigue la experiencia.
(Si se deniega el placer masculino)
En XY feminizantes, puede ser que la conciencia de la propia
feminidad excluya cualquier deseo de vivir masculinamente, o que lo más
determinante sea el convencimiento de la propia inadecuación a la condición
masculina.
Se puede haber sentido, durante años, que no se pueden
compartir preferencias, ni juegos, ni actitudes, con los niños varones. Puede
ser un sentimiento negativo, que no haya tenido correlato con la afirmación de
una identidad femenina, pero puede ser muy intenso. Puede adoptarse una
identidad femenina, más como refugio frente a esa desolación, que como
verdadero deseo.
Pero la identidad “no masculina” también puede actuar con
grandísimo convencimiento. Por tanto, el mismo placer con el que se expresa la
genitalidad masculina, al comprenderlo, es rechazado vehementemente, se desea
perderlo.
Los elementos identitarios son más fuertes que cualquier
placer, puesto que viene producido por la parte aparente masculina que es tan
denegada.
El placer que se desea es de hecho femenino, más reposado,
más afectivo, menos sensual, no explosivo. Hay un ideal de feminidad al que no
se puede renunciar. Puede ser sólo conductual o puede ser, más conscientemente,
de género.
En estos casos, también el tratamiento de detención de la
pubertad sería recibido con alivio, con esperanza, entre sonrisas. Se sabría
que abre nuevas posibilidades, un futuro grato y conforme con la propia
naturaleza.
Este acceso al bloqueo de la pubertad y en su momento, a la
hormonación cruzada, puede ser por tanto, muy deseable, y cuanto antes para
=la gran mayoría de los XX masculinizantes, muy o
medianamente hiperandrogénicos, tanto ginesexuales como androsexuales;
=para la parte de las XY feminizantes, muy hipoandrogénicas,
para quienes su identidad femenina sea más apremiante que su orientación,
androsexual o ginesexual;
=para la mayoría de las XY feminizantes, medianamente
hipoandrogénicas, para quienes su “no masculinidad” sea el sentimiento
predominante;
=para la mayoría de las XY feminizantes, mesoandrogénicas,
que encuentran su identidad personal de género en su ginesexualidad.
Para la parte de las XY feminizantes, cuya orientación
androsexual prime sobre en la práctica sobre su indudable identidad, les
conviene, si lo deciden por sí mismas, retrasar el bloqueo de la pubertad y
la hormonación cruzada hasta que puedan
experimentar el intento de una identidad social de género masculina; si la
decisión es propia, puede ser una experiencia grata y sólida, y por supuesto,
reversible hacia la feminidad, si se entiende que ésa es la conclusión.
LIBERTAD DE GÉNERO
Al titular este trabajo “Variaciones de sexogénero” he
pensado que son variaciones biológicas o biográficas.
Para una persona transexual, hasta ahora, por razones
culturales, acechada por tantas acusaciones y culpas, la causa biológica es un
gran alivio, que se puede presentar como credencial de fundamento profundo.
Podría pretenderse que lo que tiene causas biológicas, si se
considera que es una patología, pueda tener soluciones biológicas: curación o
prevención. Pero puede argumentarse que las variaciones, la variabilidad,
enriquecen la adaptabilidad de la especie a un medio que es variable.
Por ejemplo, en tiempos remotos, cuando nuestros antepasados
necesitaban fuerza física masculina y maternalidad femenina para defenderse
personalmente y sobrevivir, eran más convenientes a la especie una
hiperandrogenia masculina y una hipoandrogenia femenina muy definidas.
Sin embargo, en nuestra sociedad tecnológica, son muy útiles
para sobrevivir las personas practicantes de la ciencia y la tecnología, que
pueden ser tanto varones como mujeres, en general, personas muy sedentarias y
muy lectoras, que no tienen por qué ser ni muy hiperandrogénicas ni muy
hipoandrogénicas, ni muy volcadas hacia la acción ni hacia la vida familiar. La
informática, las vacunas o la prevención de desastres espaciales avalan esta
dedicación.
La transexualidad es una variación del mismo orden que la
que produce personas científicas o técnicas: una variación de la androgenación
cerebral o neurocentral compatible con una androgenación standard para el resto
del cuerpo.
Es útil que haya variaciones en esa dimensión, que conllevan
variaciones de sexualidad (conducta asociada biológicamente al sexo), de
orientación, de género (conducta asociada culturalmente al sexo) y de
afectividad.
La variabilidad, una vez que se entiende, reconoce
espontáneamente derechos.
Hay culturas tradicionalmente abiertas a los derechos de la
variabilidad.
Una parte muy grande de la Humanidad, un tercio, la cultura
de la India, Pakistán o Bangla Desh, unos dos mil millones de personas, da un
lugar a las mujeres jichras, aunque sea un concepto socialmente marginal…
fa’afafine de Samoa, muxes de Juchitán, siguen existiendo y florecen.
Pero hay culturas tradicionalmente cerradas, como la
nuestra, y aunque desde hace medio siglo está abriéndose, aún sobrevive en ella
un Código de Género, que es penal, y prohibe toda variación, y patriarcalista,
enemigo de las mujeres, de los hombres no patriarcales y de las trans.
Nuestro Código de Género está escrito en una pequeña parte,
pero en su mayor parte es no escrito, todos lo sabemos, porque lo obedecemos,
es lo acostumbrado.
Manda por ejemplo
=que haya sólo hombres y mujeres (ésa es su parte escrita,
en la Ley del Registro Civil; les intersex tienen que ser registrados como
hombres o mujeres);
=los hombres tienen que ser masculinos y las mujeres
femeninas; esto ha sido entendido como una diferencia en los derechos
políticos, sociales o laborales, y también como una obligación de respetar una
partición rigurosa en gestos, manera de hablar y actitudes;
=la ropa y arreglo está regulada estrictamente para los
varones (no pueden llevar falda, maquillaje ni los labios pintados;
=y los hombres tienen que ser ginesexuales y las mujeres
androsexuales, es decir, heteros y heteras.
Todo lo que se salga de este Código se considera prohibido
socialmente (aunque esté permitido por la ley) Se obedece masivamente y con
detalle. El Código es penal, porque sus castigos son, como pena mínima, la
burla o irrisión (durísima, en especial para menores), la expulsión de la
familia, los problemas laborales, la exclusión social… En su momento (hoy en
algunos pueblos), la cárcel o la pena de muerte.
El Código de Género es la fuente de donde mana la
homotransfobia.
Por tanto, a medida que lo vamos comprendiendo, todas, todos
y todes vamos trabajando por la sustitución del Código de Género por una Carta
de Derechos de Género, que expresará la Libertad de Género, la afirmación de la
variabilidad como un bien natural.
La opresión del Código de Género ha dado lugar a un
activismo, durante siglos marginal y zaherido (¡los mariquitas andaluces!),
luego feminista (siglo XIX y siguientes), luego gaylésbico (desde mediados del
siglo XX), luego trans (desde finales del siglo XX)
Aunque para los criterios del Código de Género parezca
imposible que las personas a quienes margina podamos ser valientes, heroicas y
hasta sacrificadas, nuestro activismo ha sido valiente, heroico y sacrificado.
Hay un cine en el que está nuestra épica y que a menudo nos
hace derramar lágrimas de respeto, emoción y solidaridad.
En los primeros años dos mil está surgiendo un cambio
radical en nuestro activismo, que es la aceptación de las madres y padres de
menores que pueden ser trans, gays, lesbis o bisex, de su manera de ser, y su
intervención para allanarles la vida.
El motivo es el más fuerte, después del deseo de autodefensa
que opera en nosotras, nosotros o nosotres, porque es, en palabras de una madre
“una cuestión de amor”.
Esta toma de palabra por parte de las madres y padres está
cambiando las condiciones de la militancia.
Ya se trata de un paso más después del alzamiento heroico de
marginales dentro de la marginalidad, y de nuestras parejas, dispuestas a
compartir nuestra suerte, o nuestros amigos, amigas y amigues.
Es su consecuencia lógica por parte de quienes están fuera
de nuestro mundo, pero primero pueden decir “estoy contigo”, las madres y
padres.
Empieza a ser un hecho de civilización; es nuestra cultura,
representada por su fundamento biológico, su razón de ser biográfica, nuestras
madres y nuestros padres, la que empieza a ayudarnos.
Los medios de comunicación, los sistemas ideológicos, los
dogmas religiosos, los partidos políticos, ceden a esta voz de las madres y los
padres. Y seguirán cediendo ¿Quién podrá oponérseles, contradecirles?
Ayudar a una persona que puede ser trans, gay, lesbiana o
bisex, supone en primer lugar haberla escuchado.
Entonces, sólo con esto, madres y padres ya han elegido
entre la expresión o la represión. Han favorecido la expresión en ese espacio
familiar. Se sabe que la represión agobia, asusta, neurotiza.
La persona que han procreado ha podido quizá por primera vez
en su vida desahogarse, ante un medio social todavía hostil, y saber que ahora
tiene a su lado el baluarte de sus padres. Como podemos desear que lo lleguemos
a tener todas las personas.
CERTEZAS Y DUDAS
En cuanto a la certeza de ser, o querer ser, o no ser, o no
querer ser, la mayor duda puede darse cuando se observa que la orientación
discrepa de la identidad, en un esquema binario. Se supone, dentro de este
esquema, que si yo soy mujer tienen que atraerme los varones y si soy varón
tienen que atraerme las mujeres. Pero si salimos de ese esquema y entramos en
el terreno de lo no-binario constatamos que este esquema no es válido siquiera
para los varones y mujeres por asignación, que pueden ser gays o lesbianas, y
mucho menos para trans, cuya estructura afectiva es mucho más compleja.
Socialmente resulta más fácil explicarse a sí mismo como gay
o lesbiana, pero yo prefiero decir, con mayor precisión, hombre XX androsexual
o mujer XY ginesexual, porque las estructuras de los sentimientos son
diferentes.
= = =
Para menores XY variantes androsexuales y XX variantes
ginesexuales puede no haber apenas dudas en el subperíodo de su niñez, sobre su
identidad. Son tan femeninas o masculinos que para sí mismas o mismos o para
sus familias o compañeros de colegio es evidente lo que sienten.
Sin embargo, la llegada a la pubertad suele producir dudas
acerca de si es prioritaria su
orientación, y vivirán como gays (“yo me siento mujer, pero no necesito vivir
como mujer”), o su identidad, viviendo como trans femeninas. Factores de esta duda
pueden ser la conciencia de mayores dificultades para el amor de los hombres
como trans que como gay, o la de las mayores complicaciones que se encuentran
en la vida de trans.
Esta duda sólo se puede resolver mediante la práctica. Puede
dar lugar a muchos aparentes desistimientos, como explico en el siguiente
apartado, o fases de negación de la transexualidad, que me parece que irán, en
su mayoría, seguidos por una negación de la negación, o retorno a la primera
identidad.
Para la inmensa mayoría actual, que no hemos transitado en
nuestra niñez, la duda está en cuándo salimos del armario. La respuesta
empírica que puedo dar es la que dio un querido amigo a sus propias dudas sobre
el armario homosexual: cuando la necesidad de salir te hace decir un “¡basta
ya!”
Esta decisión es la única que puede poner audacia junto a la
necesaria prudencia.
= = =
La hormonación también puede crear muchas dudas. Pero se
pueden resolver si se la ve como un ensayo general, pero que durante mucho
tiempo es reversible. Las dudas pueden darse en cuanto a la subsistencia de la
libido y los orgasmos, que efectivamente disminuyen aunque no hasta cero.
Experimentar con la hormonación supone la experiencia personal sobre si se
acepta esta evolución de la sexualidad o se para o se modula (según técnicas
selectivas sobre el tipo de hormonación que ya se emplean)
La hormonación debe hacerse siempre bajo supervisión médica.
Es inútil y contraproducente la automedicación, sobre todo en grandes dosis, cuando
el exceso de hormonas no es asimilado por el cuerpo, como el exceso de azúcar
queda sin disolver en el té o el café; pero este exceso puede fatigar
excesivamente al hígado. Por otra parte, el equilibrio endocrinológico de cada
persona es sutil: una amiga desarrolló, en medio de su transición, un exceso de
prolactina, una hiperprolactinemia; su médico interrumpió de momento la
hormonación, corrigió la hiperprolactinemia, y siguió adelante.
= = =
Las decisiones sobre la cirugía de genitales son las que
deben meditarse más.
Puede hacerse un experimento mental: Supongamos que puedo
operarme, pero me ponen la condición de que tengo que irme después a vivir en
una isla desierta el resto de mi vida. ¿Lo haría?
La respuesta “sí” indica que la primera motivación es
completamente personal, de que “lo haría sobre todo por mí”, fuera de cualquier
consideración social. Esto permite despejar dudas, pues se puede comprobar que
la voluntad de operación es firme, entendida como una adecuación a los propios
sentimientos, no como una mutilación.
La respuesta “no” en cambio aconseja no operarse, puesto que
las consideraciones sociales pueden ser fluctuantes y, en cambio, se
emprendería un cambio corporal no deseado por sí mismo, que podría sentirse en el futuro como una mutilación.
La respuesta “sí” la dan también las personas que, no
pudiendo permitirse el cambio de género por cualquier circunstancia social
(hijos en la adolescencia, responsabilidades económicas, etcétera), emprenden
sin embargo la operación, que será por tanto conocida sólo por ellas mismas, y
entendida como el mínimo suficiente. Yo misma hubiera emprendido esta operación
de no poder cambiar de género, como temía, y hubiera significado una profunda
alegría para mí, muy equilibradora; esa circunstancia permite comprobar además que para las
personas que sentimos así, el cambio de genitales es mucho más importante que
el cambio de género.
Equivale también a estas cuestiones otra, que corresponde a
las dudas reales de muchas personas trans (aunque la realidad es más suave) :
¿Estarías dispuesta a operarte si supieras que perderías todas las
posibilidades de orgasmo; o si supieras que ibas a perder la libido
absolutamente?
La respuesta “sí” indicaría que la voluntad de ablación
genital prepondera incluso sobre el deseo. Insiste en la idea de que, cuando se
siente, esta voluntad está por encima de cualquier otra consideración, incluso
sobre la propia vida, con frecuencia arriesgada mediante la mutilación (yijras
de la India)
Cuando se insiste en las dudas sobre este punto, me parece
que se está expresando una voluntad presionada socialmente y que no la desea
por sí misma, personalmente. Que voluntad personal, sea cual sea, es lo más
importante en las transiciones trans. Es la que puede permitir sentir que se
está haciendo lo que se desea y la que puede dar esa sensación de paz y
bienestar que produce la experiencia trans. Es estrictamente no-binaria, como
toda la transexualidad es no-binaria, está fuera del Código de Género que manda
que sólo se puede ser hombre o mujer por asignación externa, no por decisión
interna.
2 comentarios:
Querida Kim: Soy la que hizo la pregunta de las "guerreras". Mi caso creo que sería la feminofilia con una "dualidad" en la identidad.Esto me asustaba un poco, porque me hacía pensar en algo "esquizoide", pero después pensé en una "combinación" algo intermedio, o como lo decís vos,ambiguo.Pasé horas y horas buscando en internet información sobre, transexualidad, travestismo, feminofilia, intersexualidad,etc.,etc. Y no encontraba nada que me dé respuesta, la mayoría de los testimonios son de "las mujeres encerradas en cuerpos de hombres" o se autodefinen como "tercer sexo" pero siempre su experiencia comenzaba en los primeros años de vida. Lo mío comenzó en la adolescencia como una "fuerte" feminofilia,pero con el paso de los años cambió. La excitación y la masturbación dieron paso a otros sentimientos, alegría y tranquilidad. Pero en la vida masculina tristeza, decepción y confusión. Sobre todo porque no puedo renunciar a la masculinidad que poseo, para bien o para mal. Llevo 37 años en este mundo,con una historia como varón, pero con un lado femenino que oculto.
Tus escritos sobre parafilia, homoempatía, me han acercado a "mi" respuesta, la que buscamos con mi psicóloga, que me aconseja que busque en mi interior y no tanto en la web. Tu presentación de distintos casos de sentir género o géneros diferentes con sus particularidades es valiosísimo, mi humilde opinión.
Abrazo y besos desde Argentina
Hola, Juliana!
Creo que ya has analizado bastante tu historia, y de una manera correcta, por lo que ahora sólo tendrías que encontrar la manera de insertarla en la visión de tu presente.
Me parece que, como tú, tengo una naturaleza ambigua, y una identidad ambigua, y por eso elegí un nombre en inglés ambiguo. Sin embargo, he necesitado que mi identidad social sea femenina, porque lo es mi identidad genital, y por eso he necesitado operarme.
Tu "feminofilia" temprana, ha mostrado con el tiempo que tiene elementos identitarios, de los que podrías tomar por lo menos plena consciencia, y quizá considerar en alguna forma su expresión, incluso sólo simbólica (para mí lo fue al principio sólo frecuentar el medio trans, incluso con ropa masculina)
Hoy precisamente he actualizado esa entrada de "Variaciones de género"; yo te pondría en el Esquema IV, como a mí, y me alegraría ver tus comentarios (no hay, en efecto, muchas personas así)
La ambigüedad tiene la ventaja de que da mucho juego, es posible decantarse por ella en sí, o inclinarse hacia cualquiera de sus lados.
Con afecto,
Kim
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