TRANSEXOLOGÍA,
NOTAS
Por Kim Pérez
Primera versión
=30 de junio y
1 de julio de 2012
Como mi amiga
Ángela Gutiérrez me ha hecho ver la conveniencia de que reúna mi teorización
dispersa, lo hago mostrando aquí mis herramientas. Mi método: uno la
abstracción con el relato de las experiencias personales de que procede. Cuento
lo que he visto en mí e intentado generalizar a partir de mí o de otras
personas cercanas.
No puedo pretender
haber pasado del estado de hipótesis al de tesis, pero sí presentarlos, esperando que alguna o
algunas personas se reconozcan en todo o en parte en estas afirmaciones
hipotéticas y podamos avanzar así hacia una Teoría General de la Transexualidad.
Me parece más
factible darle la forma de ensayo, más que la de artículo académico, de forma
libre incluso en las citas y notas.
= = =
=1.MOTIVOS
=A. HIPER- O HIPOANDROGENIA CENTRAL.
Este texto de Transexología está escrito
por una persona transexual. He vivido una experiencia extrema incluso entre personas transexuales: he podido hacer
algo que horroriza a la inmensa mayoría de las personas,
desprenderme voluntariamente de los genitales con que nací y conseguir
equilibrio y bienestar después de esta acción.
Al hacerlo, estaba pensando en algo
fundamental, pero que me parecía otra cuestión: yo soy yo, distinto de mi
cuerpo. Esta reflexión no es solo un pensamiento, sino una experiencia humana
básica, llevada a un extremo práctico. Las personas que la vivimos no somos
marginales, ni sufrimos una patología, sino ejemplos prácticos de la condición
humana; la transexualidad está en el mismo centro de la humanidad, no en los
márgenes.
Lo mismo que sentí yo, lo sienten los varones
XX radiantes al mostrar su torso con cicatrices que, para ellos, son como las
de guerra. O quienes renuncian a la estabilidad de su status social y se
afirman en el otro género mediante todos los recursos, maquillajes,
hormonaciones, indumentarias, costumbres, modales… O las personas feas, o las
obesas que no pueden desprenderse de su peso, o las que tienen la cara quemada…
Yo soy distinto de mi cuerpo.
Quienes nos planteamos una identidad de
sexogénero distinta afrontamos también la vergüenza, el odio, la soledad, la
miseria, la violencia ajena. Pocos que no sean transexuales saben que el
secreto de la experiencia transexual, cuando conseguimos transicionar, es una
sensación de triunfo, por encima de todo, y que nuestra única miseria es no
conseguirlo. “Pero soy mujer”, me decía una amiga mía.
También algunas personas no transexuales
nos saludan a veces diciéndonos “eres muy valiente”, comprendiendo nuestra
capacidad humana de afirmar lo que soy yo por encima de cualquier condicionamiento
o circunstancia.
Por eso, qué lejos estamos las personas
transexuales de sufrir una patología cuando somos una extrema experiencia de
humanidad, especialmente sensibles por vivirla en el ámbito de la identidad de
género. Podemos matizarla indefinidamente: sentirnos hombres, o mujeres, o
personas ambiguas, operarnos de genitales o no operarnos, hormonarnos o no
hormonarnos… es nuestra identidad.
Un día que recuerdo muy bien, en qué
casa, en qué lugar de ella, teniendo diez años, llegué a saber algo que me
asombró: Yo soy yo, distinto de todos, distinto de todo, distinto hasta de mi cuerpo. Esto es un pensamiento fundamental
humano, no es un pensamiento transexual. Nos diferencia o distancia de todo, y al
hacerlo nos permite el conocimiento abstracto. Nos hace pensar también que los
otros humanos son exactamente iguales en dignidad que yo. Todos, en el fondo,
somos distintos de nuestros adjetivos, no somos nuestros adjetivos.
No somos varones, ni mujeres, ni
siquiera transexuales. No somos guapos ni feos, ni ricos ni pobres, ni viejos
ni jóvenes. Somos conciencias, mirando la realidad.
Puede ser que la fuerza de este pensamiento se hubiera desvaído si hubiera
vivido una vida convencional, bien integrado en mi género, mi cuerpo, mi
familia, mi clase, mi ciudad, mi nación, mi colegio… Pero pocos años después,
en la pubertad, empezó con toda su fuerza una evolución transexual y desde
entonces he vivido con toda intensidad esta condición humana de distanciamiento
y extrañeza de todas nuestras circunstancias y condicionamientos, incluso de
nuestro cuerpo, que nos libera de todo ello y nos permite mirar la materia como
es; la Matrix que nos rodea; a las personas, como somos.
=A. HIPER- O HIPOANDROGENIA CENTRAL.
El ser humano en gestación tiene inicialmente una forma única, con dos
mamas y un tubérculo genital, independientemente de los cromosomas sexuales
presentes en sus células. Es la única edad en la que podemos mostrar una forma
única, no escindida por la división sexual.
En un momento dado de la vida prenatal empieza a recibir un flujo
de andrógenos, graduado por esos cromosomas sexuales.
Si el cuerpo es XY, los flujos son mayores, determinando la formación de un
varón; si es XX, son menores, determinando la formación de una mujer. Los
flujos, las corrientes, no son exactamente iguales en la naturaleza, no se
pueden cuantificar precisamente, por eso se puede hablar de mayores o menores,
unos términos que tienen que ver con los conjuntos difusos. La distinción entre
mayores y menores corresponde por tanto a un continuo numérico; la
masculinización o la feminización de cada uno de los nuevos seres será mayor o
menor: hay varones poco androgenizados, mujeres muy
androgenizadas, y entre unas y otros, personas definidamente intersexuales, y
éstas, también en más o menos.
Bajo la
predominancia estadística de las formas duales XY y XX, la realidad se parece
más a un continuo que a una división tajante entre hombres y mujeres. Hay
hombres XY muy masculinos, otros XY
menos masculinos, otros XY casi nada masculinos, hay intersexuales con
distintos grados de interexualidad, hay mujeres
XX casi nada femeninas, otras XX a medias y otras XX muy femeninas. Ésta
es la realidad que podemos ver en la calle o en nuestras casas. Se nos
escapa ver la exigua realidad de las variaciones cromosómicas, que por su
parte, no forma un continuo, sino varias posibilidades discontinuas.
Los andrógenos también actúan en más o menos sobre la formación de los
cerebros, generando un dimorfismo cerebral difuso. Pero bajo la acción
diferencial de los andrógenos, los cerebros generan conductas y preferencias
diferenciadas.
Además puede haber una diferenciación en la androgenación cerebral o
central frente a lo fenotípica. Los flujos de andrógenos no se dan en un solo
momento, sino en varios, masculinizando más o menos el fenotipo y más o menos
el cerebro.
Si se han
definido los fenotipos conforme al atractor masculino o al femenino, los
cerebros pueden mostrar sin embargo una hipoandrogenia y una hiperandrogenia
más o menos cruzadas, que generarán conductas e identidades más o menos
cruzadas, en sentido femenino y masculino.
Los flujos
altos de andrógenos producen más desarrollo muscular fenotípico, por tanto más
necesidad de actividad y también más acometividad; los flujos bajos producen
conductas más tranquilas y pasivas, y su presencia o ausencia, tendente a 0,
determina la existencia o no de libido.
Por tanto, cada
persona se incluye en dos continuos, uno fenotípico y otro cerebral, que en las
mayorías coinciden, pero en una minoría pueden haber seguido androgenaciones
diferenciadas. de modo que la secuencia varón, intersex, mujer fenotípicos
puede ajustarse con la secuencia mujer, intersex, varón cerebrales, explicando
así la existencia de personas transexuales. Por eso se puede decir que los
varones (fenotípicos) femeninos (cerebralmente) se superponen
conductualmente a las mujeres (fenotípicas) femeninas (conductuales) y no a las
mujeres (fenotípicas) masculinas (conductuales)
Pero puede
observarse que el cerebro también puede
mostrar una androgenación diferenciada según sus áreas: partiendo de la
hipótesis de MacLean sobre que en los humanos exista un triple cerebro arcaico,
medio y moderno (o reptiliano, paleomamiférico y neomamiférico), podría ser que
la androgenación de cada uno de ellos se realizara con intensidades diferentes,
por ejemplo, poco definida para el arcaico, algo más para el medio y más
para el moderno, lo que produciría una conducta femenina en las relaciones de
poder, más ambigua en las afectivas y una identidad masculina como concepto de
sí.
En cuanto a la
cuestión de la utilidad biológica de estas variaciones, es verdad que no todas
las variantes sexuales son igualmente funcionales reproductivamente, pues hay
algunas estériles y otras menos atractivas sexualmente o menos fértiles. Pero
de las variaciones sexuales depende la complejidad de la civilización y de ella
la supervivencia colectiva, ya más dependiente de la tecnología que de la
biología: por poner un ejemplo espectacular, nuestra supervivencia como especie
depende de nuestra capacidad de detectar y desviar un aerolito con dirección a
la Tierra. Pero, en proporciones cotidianas, sabemos hasta qué punto la
medicina o la psicología pueden ayudar a nuestra supervivencia, y ambas
prácticas requieren largos estudios a la vez relacionados con una al menos
ligera hipoandrogenia en los varones y una al menos ligera hiperandrogenia en
las mujeres.
En estas y
otras tecnologías y ciencias, se dan unas circunstancias que muestran hasta qué
punto la hipo- e hiperandrogenia pueden suponer ciertas ventajas evolutivas
para la especie en su conjunto, ya que tienen ciertas desventajas para su
atractivo biológico: los varones cerebralmente muy androgénicos son muy
deportistas o luchadores, biológicamente atractivos, pero tienen que dedicar
muchas horas a la actividad corporal, lo que disminuye su capacidad de
creación cultural, y las mujeres muy poco androgénicas suelen ser muy
maternales y cuidadoras, dedicando igualmente muchas horas a sus familias, con
lo que les queda menos tiempo para la creación cultural, mientras que los
varones cerebralmente hipoandrogénicos pueden dedicarse mejor a actividades
tranquilas como la lectura o el estudio y las mujeres cerebralmente
hiperandrogénicas son más inquietas, con lo que pueden dedicarse mejor a los
campos técnico, científico y artístico.
La hipo- e
hiperandrogenia son entonces innovaciones bióticas de alto valor evolutivo para
la adaptación humana, como especie, a las difíciles condiciones de la supervivencia. Son relativamente raras o
minoritarias, emergen de continuo a la vez como respuesta a circunstancias
particulares en cada gestación, y no afectan por tanto a los mecanismos de
atracción y reproducción de las mayorías, sino que incluso benefician las
condiciones de vida de la población en general.
Son situaciones
límite respecto a los patrones corrientes de la sexualidad y por tanto pueden
vivirse conforme a la ortodoxia sexual o pueden dar lugar a formas heterodoxas,
homosexuales pasivas (XY) o activas (XX) o transvestistas-transexuales (en
distintos planos de intensidad)
En general, se
puede decir que condicionan o predisponen para la no convencionalidad sexual,
pero no la determinan. La hipo- o hiperandrogenia no son causas suficientes
para la homosexualidad/transexualidad, que supongo que dependen también de
factores afectivos o de resolución de conflictos, que pueden darse o no en cada
persona.
A veces, cuando
están muy acentuadas, pueden casi determinar sentimientos y conductas
homosexuales o transexuales; pero otras veces, cuando el acento es más ligero,
pueden venir de la infinita combinatoria de las relaciones humanas, de afectos,
amores o enfrentamientos extremadamente variados y contingentes, de las
diferencias casuales que acaban por definir una biografía.
Así se
complementa lo biótico con lo biográfico. Muchas personas hipo- o
hiperandrogénicas no se distinguen socialmente de la corriente principal, se
suman a ella con matices y llevan vidas completamente convencionales. Un
análisis más detallado, observaría una mejor integración en la vida de pareja,
mayor fidelidad y empatía por parte de
los varones con sus parejas, mayor energía y asertividad por parte de las
mujeres cuando las suyas son más indecisas. En conjunto, resultan parejas
sutilmente distintas de las más bióticas, pero que pueden generar vidas
familiares equilibradas, beneficiosas para la especie.
Llegados al
plano de lo no corriente puede llegarse a situaciones que dificultan o impiden
la reproducción individual, pero son también útiles para la especie. Es posible
simplificar los rasgos sexuados, insistiendo en el efecto de la mayor
androgenación para la mayoría de los varones (acometividad, mayor desarrollo
muscular, mayor actividad, extraversión, vida externa) y la menor androgenación
para la mayoría de las mujeres (curatividad o propensión a cuidar, mayor pasividad,
introversión, vida interna) Junto a esta simplificación, más o menos válida
para las mayorías (fútbol frente a conversación), la graduación en la
androgenación forma una gama infinitamente matizada, un verdadero continuo en el que la hipo- o hiperandrogenia
van de lo más volátil a lo más definido.
La intensa
sensibilidad de muchas personas XY definidamente hipoandrogénicas, su facilidad
para la introspección y el análisis de los sentimientos, su capacidad de
comprensión de las posiciones enfrentadas y de diálogo y mediación entre los
géneros más definidos, su frecuente creatividad desde el ámbito de la ciencia,
que requiere paciencia, al de las artes, que requiere capacidad de expresión,
son muy útiles socialmente y por tanto evolutiva/adaptativamente. Las personas
XX hiperandrogénicas suelen mostrar capacidad de mando, que supera a la de
muchos varones, y una capacidad de análisis de las estructuras objetivas,
extraspectivas, que puede llevarlas también a la empresa o a la ciencia,
materias en las que es frecuente que también muestren una pasión personal
particularmente intensa; su capacidad de deporte y superación de las
dificultades físicas suele ser también ejemplar.
Esta realidad
de la infinita matización de la hipo- o hiperandrogenia, permite superar la
simplificación de las actitudes eugenésicas, que en un futuro indeterminado podrán activarse en
paralelo a la realidad de los análisis prenatales. No hablo del brutal “¡no
deberías haber nacido!”, que algunas personas homosexuales o transexuales han
oído en sus casas, sino del intento de una actuación para corregir las
situaciones de hipo- o hiperandrogenia.
Un control fácil de la androgenación natural
prenatal puede llevar a detectar, durante ese estado, que un ser XY en gestación esté en condiciones de
hipoandrogenia, o uno XX esté en hiperandrogenia, con lo que se podría pensar
en corregir la situación. Supongamos que la intervención eugenésica podría
afinarse, teniendo en cuenta las consideraciones anteriores sobre las ventajas
evolutivas que cierto nivel de hipo- o hiperandrogenia puede procurar; sin
embargo, podría definirse el nivel que produce efectos identitarios y conductuales intensos, que sería el
rectificable, con el propósito de evitar inadaptaciones futuras al ser en
gestación.
En otras palabras, las personas homosexuales y transexuales de
hoy podríamos temer que en el futuro no existan personas homosexuales y
transexuales, lo que dejaría sin valor el significado de nuestra experiencia.
Pero si la hipo- o hiperandrogenia son intocables
en sí, como partes de un continuo del que de hecho formamos parte todos los
humanos, que no se puede tocar sin poner en peligro la supervivencia y
adaptación de la especie, menos aún se
puede impedir la infinita capacidad de afectos y conflictos de los seres
humanos, muchos de los cuales pueden generar y hallar solución en actitudes
homosexuales y transexuales.
No solo la homoafectividad entre varones o entre
mujeres, que suele iniciarse en la preadolescencia, puede sexualizarse en
determinadas biografías al llegar la pubertad, y convertirse en una
homosexualidad sin base en la hipo- o hiperandrogenia, en una exaltación de la
masculinidad o la feminidad, respectivamente. Puede depender de la exaltación
del amor por personas especialmente atractivas encontradas en esos momentos en
que se aprende el rol de género y se es feliz dentro del propio género. No se
pueden poner puertas al campo.
También puede ser el deseo, la curiosidad más
que intelectual, existencial, por explorar la otra posibilidad de existencia,
el otro sexogénero, lo que decida formas de travestimiento, que pueden ser tan
delicadas como las de una novela italiana de hacia 1950 en la que un
adolescente, enamorado de su prima, se vestía casualmente con ropas de mujer,
para un carnaval, y descubría
maravillado a su prima en sus rasgos al mirarse en un espejo. Quizá tampoco se
puedan poner puertas al campo en esta exploración de la realidad.
Notas.
=Giuseppina
Rametti, Beatriz Carrillo, Esther Gómez-Gil, Carme Junque, Leire Zubiarre-Elorza,
Santiago Segovia, Ángel Gomez, Antonio Guillamon, “The microstructure of white matter in male to female transsexuals
before cross-sex hormonal treatment. A DTI study”, Journal of Psychiatric Research”,
Elsevier, 2010.
Escaneando una muestra estadística de 18 transexuales feminizantes, 19
varones y 19 mujeres, encuentran que las primeras se encuentran a medio camino
entre varones y mujeres en el fascículo
longitudinal superior, el cíngulo derecho anterior, el fórceps menor derecho y
el tracto corticoespinal derecho, como si la masculinización prenatal del
cerebro no hubiera terminado (Exactamente lo que yo supongo)
= Giuseppina Rametti, Beatriz Carrillo, Esther Gómez-Gil, Carme Junque,
Santiago Segovia, Ángel Gomez, Antonio Guillamon, “White matter microstructure in female to male transsexuals before cross-sex
hormonal treatment. A diffusion tensor imaging study”, Journal of Psychiatric
Research, Elsevier, 2010.
Escaneando una muestra de 24 transexuales masculinizantes, 24 varones y 19
mujeres, los transexuales mostraron, como los varones, valores más altos de
anisotropía fraccional que las mujeres en la parte posterior del fascículo
longitudinal superior derecho, el fórceps menor y el tracto corticoespinal, y
solo valores más bajos que los de los varones en el tracto corticoespinal.
Muestran por tanto mayor parecido a los cerebros de los varones que a los de
las mujeres.
=Wikipedia,
sobre MacLean. La cita se debe a Ángela Gutiérrez:
"El tambaleante proceso de la evolución ha conformado un cerebro que
está fragmentado y es inarmónico, y en cierto modo está compuesto de jugadores
cuyos intereses compiten.
Los críticos del modelo trino de MacLean han menospreciado su separación
deliberada de intelecto y emoción como un romanticismo pasado de moda.
No obstante, si bien los tres
cerebros se diferencian en linaje y función, nadie ha discutido la autonomía
neurológica. Cada cerebro ha evolucionado para interactuar con sus cohabitantes
craneales, y las líneas entre ellos, como el atardecer y el alba, son más bien
transiciones oscurecidas que demarcaciones quirúrgicas.
Pero una cosa es decir que la noche da paso al día y el día a la noche, y
otra muy distinta decir que luz y oscuridad son equivalentes.
La fisura entre razón y pasión es un tema antiguo pero no un anacronismo;
ha permanecido porque trata de la profunda experiencia humana de una mente
dividida."
=B. DISCUSIÓN
SOBRE LA HIPO- O HIPERANDROGENIA Y OTRAS CAUSAS DE LA TRANSEXUALIDAD
La hipo- o
hiperandrogenia central me parece la hipótesis más general para explicar la
transexualidad. Al producirse en forma de continuo, explicaría también los
matices o diferencias en la transexualidad, desde la que se expresa con mayor intensidad, desde los
primeros años de la vida consciente, hasta la que se expresa con menor
intensidad en las edades siguientes, desde la que forma una identidad cruzada
inequívoca hasta la que produce una identidad ambigua, desde la que va unida al
transvestimiento desde la más temprana edad hasta la que no sintió ese deseo,
desde la que se ha proyectado en juguetes arquetípicos del género cruzado a la
que no, desde la que aspira a un cambio genital por encima de todo, hasta la
que puede soslayarlo, atendiendo más a otras aspiraciones, como la preservación
del placer sexual.
Parece en todos
estos casos que sean las diferencias de intensidad de la hipo- o
hiperandrogenia las que expliquen esta diversidad de reacciones, así como quizás
las diferencias de la impregnación más baja o más alta de lo corriente en cada
una de las regiones del cerebro que parecen tener que ver con la
transexualidad.
Además es
preciso insistir en que no todas las distintas actitudes que he enumerado son correlativas.
Por ejemplo, la identidad cruzada temprana definidísima puede no estar
acompañada por un deseo de cirugía de genitales, más bien pasa muchas veces al
contrario, como si una identidad cruzada temprana, fundada en el género por
producirse en una edad en la que puede no haber conciencia de la genitalidad,
fuera por eso mismo compatible con una genitalidad lineal. Tengo la impresión
de que así ocurre con gran frecuencia. En la edad adulta, la persona sigue reconociéndose en su identidad cruzada, que
es de género, y por tanto puede separarla por completo de su naturaleza
genital, aunque para otras personas pueda ser esto incomprensible.
Da la impresión
de que en los primeros años se forma el marco general de la existencia adulta.
Chesterton tuvo sus primeros recuerdos centrados en el maravillamiento profundo
que le produjeron los personajes y paisajes del guiñol casero que hizo su padre
para sus hijos, hasta el punto de afirmar que ese teatrito es la inspiración
profunda de toda su filosofía. No son por tanto años que luego se puedan
ignorar como los de un juego de niños, sino que merecen ser atendidos
cuidadosamente por su ingente fuerza constituyente.
Pero se pueden
considerar otras causas distintas de la hipo- o hiperandrogenia, lo que es
tanto como hipotetizar que otras personalidades puedan desarrollar una
personalidad transexual aunque sus cerebros se hayan formado con los valores
androgénicos corrientes para mujeres o varones.
La causa más
frecuente en este sentido puede ser la autoginefilia no identitaria postulada
por el Dr. Ray Blanchard y ratificada por la Dra. Anne Lawrence, identificada
como transexual autoginéfila. Diré por mi parte que, por ser una reacción
erótica, incluso una parafilia, por consistir en un estímulo sexual, puede
superponerse a una transexualidad identitaria, que en este caso sería lo
principal, mientras que la autoginefilia sería el acompañamiento.
El nombre de
autoginefilia viene de tres palabras griegas, “autós”, sí mismo; “giné”, mujer,
y “philia”, amor o deseo, y se podría traducir como “amor de sí mismo como
mujer”. No existe al parecer una autoandrofilia complementaria, como una prueba
más de que las sexualidades femenina y masculina no son simétricas.
Hay que ser
prudente con el empleo de esta palabra, construida según el modelo de otras
parafilias que son entendidas usualmente como formas de placer extravagantes,
pero yo las entiendo como soluciones simbólicas a problemas reales, que
producen placer, porque son soluciones, pero hace falta renovarlo, porque son
solo simbólicas.
En el caso de
la autoginefilia, el problema real puede ser la soledad o fracaso sexual, lo
que es coyuntural, o bien un vacío de identidad, o falta de valoración afectiva
de la propia identidad, lo que es mucho más estable y estructural. En ambos
casos, la solución simbólica es identificarse con la mujer, lo que trae una
mujer fantasmática a hacer una compañía firme, segura, no fugitiva, o bien
colma el vacío producido por lo inaceptable con su sustitución por lo no solo
aceptable, sino admirable.
Esta solución
es excitante, en los dos casos, pero no sobrepasa lo simbólico, en la medida en
que esa mujer está siendo creada por una fantasía masculina que la necesita. Lo
describió muy literariamente Jacques Lacan cuando habló del deseo de Fusión con
la Imagen de la Mujer en el Espejo, porque suele ser ante él donde surge la
imagen fantasmática, mediante el
maquillaje o el transvestimiento, que se superpone sobre la propia,
fascinantemente.
Tal momento lo
describió muy vívidamente un autor italiano en una novela que leí en los años
cincuenta; he olvidado tanto su nombre como el título de la obra, pero no la
imagen de la portada, ni la historia. Un adolescente está enamorado de su
prima. Un día tiene que disfrazarse para el carnaval, y elige ponerse un
vestido de ella. En su cuarto, se lo pone y al mirarse en el gran espejo del
armario, ve aparecer a su prima en sus propios rasgos.
Me parece que
este deseo de fusión puede explicar por sí solo muchas historias transexuales,
llevado hasta sus últimas consecuencias, inclusive deseos de transformación
genital por hacer más visible la imagen de la Mujer.
Catherine
Millot, discípula de Lacan, de quien tomo la descripción de la Fusión en el
Espejo, en su libro “Horsexe” (“Exsexo”, en español), insiste en la palabra
imagen y en la palabra Mujer, puesta con mayúscula, pues se trata justamente de
la fusión erótica no con la vida diaria de una mujer cualquiera, un ama de casa
de setenta años, sino con la imagen externa de una mujer arquetípica, llena de
juventud y belleza, las formas que fascinan la imaginación masculina.
La intensidad
de los sentimientos que se despiertan traduce la descripción de la plenitud del
amor, como dos que se vuelven uno. Se llega entonces al orgasmo. Sin embargo,
la caída que lo sigue suele ser particularmente amarga, puesto que se ve con
claridad que se está amando a un fantasma. Si continúan las causas reales de
esta reacción, la soledad o el vacío de identidad, se crea una dependencia.
Una vez que se
llega al transvestimiento permanente, a la asunción como personal de la
necesidad de fusión, el espejo se encuentra en todas partes, reforzando la
nueva imagen de sí. Al pasar ante un escaparate no se deja de mirarse, o al ver
la propia sombra en el suelo, con los cabellos femeninos o la ropa. Si hay un
vacío de identidad, estos sentimientos no dejan de colmarlo. A partir de
entonces, se tiene una identidad, la de la foto que aparece en el documento de
identidad o la imagen atractiva que se entrevé en los espejos reales o
virtuales.
Puede ser que
éste sea el contenido de toda esta transexualidad o puede ser que esta reacción
se superponga a cuestiones de hipoandrogenia.
En el primer
caso, es preciso apartar la medicación con antiandrógenos, puesto que al hacer bajar la libido, pueden desvanecer la
fuerza de la Imagen de la Mujer en el Espejo
y disolver la identidad asociada con ella, lo que trae una tristeza
profunda a quien necesita esa imagen. Es
preferible, de manera paradójica, la orquidectomía, puesto que los andrógenos
suprarrenales, compartidos con las mujeres, pueden ser suficientes para
mantener ese deseo de fusión.
En el segundo
caso, cuando la transexualidad deriva de cuestiones positivas de
hipoandrogenia, como la ambigüedad, o una feminidad positiva, más allá de un
simple vacío de identidad, al bajar la libido por el tratamiento con
antiandrógenos, la nueva situación no importa o incluso parece deseable, por
haber siempre constatado ese deseo de fusión como un añadido no necesario o
hasta rechazado. Es posible entonces que surja una actitud de repulsa hacia las
mujeres, coherente con una sexualidad más bien femenina.
Más allá de la explicación en términos de "autoginefilia", que puede llevar a que la persona trans se crea en el fondo heterosexual y que lleve a sentimientos (no razones) de culpa, puede darse otra que examine más detalladamente las fases y evolución de la persona transexual, no suponiendo que la heterosexualidad, como culminación del desarrollo evolutivo pueda darse a edades más tempranas, la de la niñez y la de la adolescencia.
Puede haber una
explicación más sencilla y hermosa del amor a la figura de hombre o de mujer,
que sea de identificación, no de deseo.
Es un
sentimiento sencillo de pasmo y admiración. Un “yo quiero parecerme a ti”. No
hay fisuras.
Es natural;
desde siempre, a las que serán mujeres trans, algunas mujeres les han parecido
hermosas, un modelo; los hombres les han parecido extraños, un contramodelo.
Para los
futuros hombres trans, el sentimiento es el alternativo: el mundo de los
hombres ha sido el natural para ellos; el mundo de las mujeres es el
desconocido.
La figura
idealizada corresponde a sentimientos profundos; incluso teniendo en cuenta la
forma genital de partida puede verse que es algo anterior a los sentimientos heteros,
es una cuestión de identidad, una identificación; se mira con admiración e
idealización.
La que va a ser
una mujer trans sabe cómo son sus rasgos y cómo quisiera que fueran. La figura
de la mujer que admira se convierte para ella en un modelo. La fascina porque
se refiere a sí misma, no a alguien diferente y complementario, pero
distinguible de ella misma, sino su posible “misma imagen”.
No; “ojalá
fuera yo así”. Veo y sueño con cómo podrían ser mis labios, mis ojos, el cabello
suave y largo, los movimientos lánguidos de mis brazos, la forma entregada de poner las piernas, y el
sueño se convierte en visión real en la forma de la mujer que hay ante mí.
Esa forma es
exactamente lo que querría que alguien, otro u otra, viese en mí, y que por eso
yo le pudiera parecer deseable, admirable, amable… Eso es lo que una trans femenina puede ver en
otra mujer y puede absorberla, porque está viendo lo que podría o querría ser
ella.
En las niñas,
eso es quizá lo que se siente con las muñecas guapas, esbeltas, con largas
cabelleras que es preciso peinar como gesto que permite su contemplación e
interiorización: yo quiero ser como ella.
En los varones,
es perceptible en la adolescencia el interés por figuras muy musculadas, asociadas
con el combate, tal como se veían en los comics, y ahora en los mangas o los
muñecos de guerreros. Desde fuera, puede sentirse como una homosexualidad
latente, pero es algo común y previo a homosexualidad y heterosexualidad, la identidad.
En la juventud o en la edad adulta, puede darse un reconocimiento de sí mismo
en determinados hombres, probablemente duros, en quienes se ve desde dureza
moral hasta dureza violenta.
Las mujeres
trans en modo alguno se identificarían con ellos; les extrañaría al pronto,
sentirían aversión a que desde fuera las asociaran con ellos, “¡solo porque los
genitales que hay en mi cuerpo sean así!”; el lenguaje de los varones, les
parece un lenguaje extranjero, que en el fondo no comprenden; pueden amarlos y
desearlos, pero como distintos de ellas. No se diferencian en esto de otras
mujeres heteras, que también aman a los varones como diferentes. Pueden desear
a otras mujeres, en la exaltación de ese sentimiento de la feminidad compartida,
como pueden vivirla otras mujeres lesbianas.
Los varones
trans reaccionan igual que otros varones. No pueden suponer que alguien pueda
identificarse con una figura femenina. El mundo masculino es el suyo, el
propio, el que despierta sus sentimientos. Sexualmente, pueden desearlo como un
mundo de colegas, sentimiento común a muchos varones homosexuales, el paraíso
de la masculinidad, o pueden desear a las mujeres justamente como distintas,
como personas diferentes, deseables, asombrosas, justo porque no comparten sus
sentimientos, lo que sienten en común con muchos varones heterosexuales.
El mundo de los
colegas, para ellos; o el de las amigas admiradas (o envidiadas) para ellas.
¿Por qué en las personas trans pueden darse sentimientos tan profundos y
matizados, comunes con los de otros varones u otras mujeres?
La respuesta
está clara: porque hay un sustrato biológico (recientemente más demostrado por
el equipo de Antonio Guillamón, del que ya se habla en todas partes), condicionante,
acaso no determinante, acompañado por un superestrato biográfico, en el que
quizá se dé la decisión.
En otras
palabras: porque dentro de la complejidad de las formas intersexuales, en los,
las y les transexuales, existe una forma externa XX o XY u otras, pero a la
vez, una forma interna, central, cerebral, que es en cambio masculina o
femenina; las sensaciones, sentimientos y reacciones que proceden de esa forma
son entonces masculinos o femeninos, más o menos conscientes según la vida y
experiencia de cada cual, lo que hace que haya o no un descubrimiento de sí
como hombre o como mujer, más intenso o menos según la vida de cada cual, a
veces de una manera muy clara desde siempre, a veces de una manera gradual.
Puede haber
otras maneras de llegar a la transexualidad, alguna de las cuales puede ser
incluso frecuente, aunque con el suplemento de intensidad y de fuerza de
decisión que puede darle la convergencia con las otras.
Me refiero a la
hipótesis de que se produzca un efecto de impronta, en el sentido de Konrad
Lorenz y la Etología, como impregnación del otro género, en la primera niñez.
Puede ser personal o colectiva, quizá esta aun más frecuente, la del niño que
se cría en ambientes femeninos o la niña que lo hace en otros masculinos.
Debe haber otro
factor, quizá una hipo- o hiperandrogenia que quizá no se hubieran activado
identitariamente en otras circunstancias, pues está más que comprobado que
hermanos o hermanas, educados con los mismos
padres y el mismo ambiente familiar, unos pueden ser homosexuales o
transexuales y otros, no.
La compañía
exclusiva de la madre, cuando el padre por su trabajo o por otras razones
estuviere casi ausente o ausente podría explicar un deseo de imitación, que por
tener un único modelo, se exprese en ropa, zapatos o arreglo. Pero si hubiere
además un deseo de jugar con juguetes femeninos, se podría suponer que hay algo
más, puesto que es un deseo proyectivo, nacido del interior, mientras que la
imitación viene del exterior.
Es posible una
identificación colectiva, con el mundo femenino que puede haberse conocido en
la niñez, en el que los hombres son vistos como advenedizos o extraños. Puede
no ser una identificación personal, fundada en el deseo de imitación a alguna
de las familiares, sino una identificación con el ambiente que se crea y con
sus valores y manera de ver la vida. Por así decir, se ha formado un punto de
vista, que será el único desde el que la personilla que se está formando sabrá
mirar el mundo.
El mundo
femenino suele ser acogedor y lo más importante, muy protector de los niños
(más que de las niñas), muy sólido, fundado en los mil detalles de la vida
diaria, encantador como el sol de las mañanas. Es preciso quizá que el niño sea
hipoandrogénico para que le despierte un deso de estabilidad y permanencia en
él (los niños androgénicos escapan de la casa corriendo, empujados por sus
propios andrógenos)
La vida
contemplativa, el placer ante los mil rincones de la casa, el descubrimiento de
que la vida en ella es suficiente y está lleno de fascinaciones, acercan al
instinto del nido primordial.
Los hombres,
por definición, son los de fuera. Cuando aparecen, perturban todo el orden de
la casa. Yo diría que hay que aprender a traducirlos, pues su lenguaje seguirá
siendo extranjero. Quizá, resumiendo mucho, sea el lenguaje de la rudeza, que
hay que traducir al de la delicadeza. Pueden ser bondadosos, pero su bondad es
a menudo áspera. Traen consigo los olores del mundo exterior. Sus movimientos
no están medidos y sus voces resuenan como tubas de guerra, discuten, exigen.
La personilla en formación los ve como extraños, acaso teme que en cualquier
momento puedan ser peligrosos, porque tienen mucho genio y pueden ser
fácilmente agresivos. Ellos, a su vez, pueden tratarla con aspereza
desacostumbrada.
Ya están
formados para la personilla los dos polos, el femenino y el masculino. Y el
femenino es el suyo, al que está habituada, el que entiende y le gusta, el de
su casa. El masculino es extraño, exterior. Ya entenderá siempre así la vida.
Se ha formado una identidad femenina. Quizá no sea una mujer, pero es una
persona femenina.
(Identidad determinada;
la de su casa, su familia. Puede haber muchas dimensiones de la vida femenina
en las que no se reconozca. Puede reconocerse sobre todo en los valores y
prioridades que haya visto y aprendido en su casa, sobre todo si corresponden a
su manera de ser. Hay muchas maneras de ser mujer, y al crecer, y salir de la
casa, buscará la de las mujeres que la han criado, a las que se ha
acostumbrado. También puede ser que otras mujeres le resulten extrañas y que no
las entienda)
Kathy Dee, en “Travelling.
Itinerario transexual”, que creo que es su detallada autobiografía, habla de
los orígenes de su transexualidad, que parecen semejantes a lo anterior, aunque
con rasgos diferentes. Me refiero a la hipoandrogenia, la educación femenina,
pero a dos traumas que la llevan a reaccionar en este sentido.
Cuenta su
formación, con su madre y su hermana mayor, por tanto un mundo femenino, pero
estrecho y poco estimulante. Su hermana es una muchacha inteligente y
estudiosa, de la que la madre se enorgullece, y la pone siempre como ejemplo al
hijo menor. Pero la hermana mayor muere de pronto, la madre se queda desolada, y
entonces, el hijo pensó que de alguna manera tenía que remplazar a la joven
muerta, para que su madre pudiera consolarse, no recuerdo si mediante la
dedicación a los estudios y el comportamiento ejemplar. Una personalidad, quizá
hipoandrogénica, viviendo en un ambiente femenino, se había propuesto emular a
una muchacha.
No da pasos muy
específicos en sentido transexual,
aunque cuando crece practica el transvestismo, y cuando se casa, guarda las
ropas de mujer en un armario. Ha encontrado un equilibrio estable, pero una crisis lo rompe, cuando al volver una
tarde a casa descubre a su esposa con un hombre que para él es un paradigma de
virilidad.
En ese momento
siente un fracaso radical como varón, porque quizá sentía previamente su
virilidad como precaria, insegura. La
tristeza del abandono le hace huir a un hotel, se traviste, y unas horas
después viaja de noche al cercano Hamburgo e inicia una vida en la
prostitución, con buenos resultados.
Los elementos
que puedo observar en este relato autobiográfico son varios, que convergen, y
muestran hasta qué punto la transexualidad puede no tener una única causa, sino
ser el resultado de una suma de circunstancias que tocan la misma nota o notas
afines hasta componer una canción con sentido: en la historia de Kathy Dee hay
probablemente una hipoandrogenia de base, con la que van convergiendo una
educación en un ambiente femenino, una hermana mayor como modelo de vida por lo
menos moral, y tras su muerte, la asunción como deber de ese modelo.
El transvestismo
de apariencia parafílicas es la representación simbólica de ese pasado, a la
vez que se intenta vivir una vida convencional, profesional, de casa adosada,
pero este intento se rompe mediante la sensación traumática de que su
masculinidad es precaria. La realidad de este hecho en el conjunto de su vida,
es lo que le permite tener éxito en su vida como prostituta trans, acaso como
si fuera en un llanto prolongadísimo y sin lágrimas, o acaso en la alegría de descubrir
las amigas, y lo inesperado de la vida en libertad.
Otra de las
formas de llegar a la transexualidad la conozco, pero no la he visto, aunque sé
que es frecuente. Hay algunos varones, estresados por una vida laboral dura,
que en la madurez desean vivir una vida como mujeres, entendida como un
descanso de sus tensiones. ¿En una forma menor, es el travestismo que al
parecer practicaba Hoover, temible director del FBI, cuando discutiendo con sus
subordinados más allegados, en la intimidad de su casa, necesitaba ponerse un
vestido sobre su ropa, para distenderse y pensar con eficacia?
Puede parecer
una extravagancia, consentida en él gracias a su inmenso poder, pero parece
verse aquí una motivación identitaria profunda, quizá también una educación
entre mujeres. porque si no hubiera ese componente identitario, la solución más
sencilla al estrés podría ser cualquier otro recurso que sirva a la distensión,
sin necesidad de tocar los límites del género. Aunque no sé casi nada más de
esta realidad, excepto que existe.
= = =
=2.
FORMULACIÓN: CONJUNTOS DIFUSOS DE SEXOGÉNERO
Todo lo que sea
continuo, se formula muy bien en el
lenguaje de la Lógica Difusa o de los Conjuntos Difusos, enunciados por Lotfi
A. Zadeh en 1963.
Partiendo de la
variabilidad de cada persona, sería posible medir (si no ahora, en el futuro)
la cantidad de los flujos de andrógenos recibidos en su edad prenatal, y
situarla en el conjunto como más o menos alta, media o baja, con límites
difusos entre estas tres categorías.
Esto la sitúa
en un conjunto difuso, cuyo criterio de pertenencia es de “más o menos”, no de
“sí o no”, como en los conjuntos cerrados de la lógica clásica.
Las personas
concretas pertenecemos entonces más o menos al conjunto de los hombres o más o
menos al de las mujeres, y son concebibles muchas situaciones intermedias como
las que hay en la realidad.
Sin embargo, no
deja de tener una grandísima fuerza en la sexualidad humana la gravitación
hacia dos formas, masculina y femenina, en un esquema dual (llamado binario,
usualmente; pero en otros contextos de lenguaje, lo binario es la
contraposición “algo o nada”, “sí o no”; conviene recordar que se trata de
acepciones distintas)
La dualidad
definida entre hombre y mujer es necesaria generalmente para la procreación;
por consiguiente, suele motivar una intensa atracción, más intensa cuanto más
definida; y constituye incluso el ideal de muchas personas transexuales, que se
definen como “una mujer como otra cualquiera” o “un hombre como otro
cualquiera”, significando no su realidad de partida, sino su aspiración a una
realidad de llegada.
La concepción
de lo difuso, tomada por si sola, parece a primera vista desarticular o
difuminar esa realidad dual, pero en la teoría matemática de conceptos difusos
se compensa la variabilidad casi infinita de los distintos elementos definidos
por un más o menos, por la existencia de los “atractores estadísticos” que
concentran a su alrededor, también en más o menos, a la mayor parte de los
elementos.
En la sexualidad humana, los
atractores masculino y femenino funcionan en medio de la dispersión numérica de
la androgenación atrayendo también en más o menos a la mayoría de las personas.
Por tanto, los varones se sitúan más o menos cerca de su atractor (que es lo
mismo que decir más o menos lejos) y las mujeres más o menos cerca o lejos
del suyo.
En todo lo
expuesto, he seguido un esquema de lógica difusa, compatible con la existencia
de dos atractores estadísticos, que no dan lugar sin embargo a conjuntos
cerrados (en los que el criterio de pertenencia es “sí o no”), sino a conjuntos
difusos o abiertos (en los que el criterio de pertenencia es “más o menos”.
Todas las personas somos más o menos hombres, más o menos mujeres, más o menos
intersex, más o menos masculinos, femeninos o neutros, más o menos
heterosexuales u homosexuales (como mostró Kinsey al descubrir una escala de
herosexualidad/homosexualidad) Todas tenemos algo de masculinas y algo de
femeninas (por lo menos, dos mamas y un tubérculo genital)
=3. VARIANTES
DE SEXOGÉNERO: TRANSGÉNERO
Algunas
personas han experimentado la misteriosa sensación de saber, desde los dos o
los tres años, que eran niñas o niños de manera cruzada con relación a su
asignación, y con toda seguridad. Es una certeza tan sorprendente que parece
ser algo paranormal. De hecho, una de estas personas, amiga mía, recuerda
también un día en su extrema niñez, en que una tormenta que hacía correr un río
por la calle de la puerta de su casa, le hizo pensar: “¿Aquí estoy otra vez?”.
Sin insistir en esto, mencionaré otras reacciones menos conscientes, como
ponerse prendas de la madre sobre un cuerpecillo minúsculo, o pedir a los Reyes
desde siempre también juguetes del género no asignado.
Este
sentimiento fundacional de la persona, que la presenta como conciencia pura, en
una edad tan temprana y en contradicción con toda evidencia social, es la identidad cruzada primaria de
sexogénero que Kohlberg consideró que es irreversible.
Como después
haré ver, hablando de las identidades, esta forma cruzada puede mantenerse
continuamente, a poco que las circunstancias sean favorables, o puede sumirse
en una duradera negación que no consigue negarla, si al crecer va formándose el
miedo a las consecuencias sociales.
Por
consiguiente, puede desarrollarse por lo menos de dos formas: o afirmativa, con
más o menos consecuencias prácticas, o reprimida, con considerables
sufrimientos que un día pueden llegar al punto del estallido de la liberación.
En todo caso,
el cambio de género social es el deseo prioritario para quienes sintieron su
identidad de esta manera. Muchas veces, ese estrato identitario les permite no
sentir la necesidad de una transformación genital, puesto que para estas
personas, su afirmación fundamental fue relativa al género, no al sexo corporal
que todavía no conocían. Afirmaron su identidad cruzada en términos sociales,
no corporales. Para ellos y ellas es una afirmación social.
Cuando pocos
años después descubren que existe relación entre su genitalidad y su género,
suelen esperar durante algún tiempo, que sus genitales se transformarán lo
mismo que en otras personas ven otras transformaciones corporales.
Llegado el
momento, pueden desear tranquilamente, racionalmente, un cambio quirúrgico como
manera de expresar la coherencia de su personalidad. Pero también, con la misma
serenidad, puede decidir que no lo necesitan, que “los genitales no son
importantes para mí”, como me dijo una amiga, en fase de transición.
También puede
haber racionalizaciones más elaboradas, para justificar ante otros lo que a
otros puede parecer la incoherencia de afirmarse rotundamente como mujeres u
hombres y no darles importancia a los genitales. En las mujeres suele hablarse
del temor a la pérdida del placer; en los hombres, más objetivamente, de la
dificultad y menos que medianos resultados de la operación de faloplastia, con
las técnicas actuales.
En otras
personas, puede establecerse con
naturalidad una primera identidad lineal, no exenta de realidad. El
“test de los Reyes Magos” es la prueba de su fuerza proyectiva: los juguetes
que han pedido los niños son coherentes con la identidad de asignación, puesto
que los juguetes y el juego suelen expresar su soberanía personal, por encima
de todo intento de educación o adoctrinamiento.
Es más tarde
cuando emergen problemas con esa identidad, debidos quizá al desajuste entre la
hipoandrogenia central y una cultura de géneros estereotipados, aunque puede
haber indicios anteriores.
Esta voluntad
de cambio se tiene que enfrentar con las realidades que expresa la identidad
lineal primaria, al plantearse un deseo de cambio radical, cambio de
sentimientos, si fuera posible, y por tanto suele ser angustiada y compulsiva,
a diferencia de la naturalidad con que se vive la identidad primaria cruzada.
Cuando sea posible una verdadera atención a los menores variantes de género,
sería interesante proponerles formas nobinarias de identidad.
=4. VARIANTES DE SEXOGÉNERO: DISFORIA ANATÓMICA
Un número no
muy alto de las personas variantes de sexogénero, experimentan como prioritario un deseo de suprimir sus
genitales. Este deseo es independiente de las cuestiones de género. Puede
parecer incluso muy aceptable conseguirlo
aunque se tenga que seimguir viviendo en el sexogénero de origen. De
hecho, lo que permite discernirlo es observar que sería suficiente incluso si
no se pudiera cambiar de género.
En cuanto a
prestarle atención médica, recuérdese que hoy hay un consenso acerca de que
está indicada la cirugía de genitales, en cuanto permite llegar a una situación
de bienestar y equilibrio.
Este
sentimiento se origina como una extrañeza intensa ante los genitales que hay en
el cuerpo de quien lo experimenta. La palabra “extrañeza” es adecuada en cuanto
señala un sentimiento de sorpresa, distanciamiento, horror y negación por la
presencia de esos genitales especialmente desde la pubertad. Por eso, las
personas masculinizantes rechazan sobre
todo las mamas y las personas feminizantes rechazan el falo y testículos y sus
funciones tras la maduración sexual. La pubertad parece ser una edad crítica
para la formación de estos sentimientos. Para darle un nombre, algo necesario
para ver su especificidad, se le podría llamar “genéticoxenia”, de “gennétikon”,
en griego, genital, y “xenia”, del griego “xenós”, extraño, forastero… pero
quizá sea preferible y más comprensible el uso ya establecido de “disforia
anatómica” (Zucker, 1995)
Es un
sentimiento autónomo, independiente de cualquier otro. Se puede llegar a la genéticoquirurgia
fundamentalmente y casi solo por él, que
hace muy desagradable ver el propio cuerpo desnudo, o tener conciencia de que estos
genitales se encuentran en él. No es que una conciencia de identidad previa
genere este sentimiento. Es que él puede generar un cambio de identidad o un
deseo de cambio de identidad.
Hablaré brevemente
en primera persona de él, porque lo he sentido y ha determinado mi varianza de
sexogénero, esperando que otras personas se reconozcan en mis palabras o expresen
las diferencias con sus propias experiencias. No abundan los testimonios
escritos sobre él, por lo que en cualquier caso sé que será útil anotar mis
recuerdos y reacciones: Mientras en mi niñez los genitales no eran nada
significativos, al punto de creerlos solo órganos para la orina, pequeños y
ligeros, después de la pubertad me fueron pareciendo feos, grotescos, ajenos.
Hubiera querido que volvieran a su estado anterior (19 años) Mi sexualidad no
era penetrativa. Operarme no fue una amputación, sino una adecuación.
Este
sentimiento tan intenso puede derivar de una hipo- o hiperandrogenia central,
que hace que estos órganos sean incompatibles con una orientación general de la
personalidad, como si se percibiese que su relación con las sexualidades
extravertida (masculina) e introvertida (femenina) no fuese coherente con unas
personalidades introvertida y extravertida, respectivamente, y quedase cruzada
en relación con ellas.
He leído la
hipótesis (no recuerdo de quién) de que la conciencia forme una imagen corporal
de sí, que incluya la genitalidad. Un
cerebro impregnado por la hiperandrogenia sentiría la acometividad masculina y
desearía hacerla posible orgánicamente, lo mismo que si tuviera una
hipoandrogenia suficientemente definida sentiría al menos una pasividad
femenina y no entendería literalmente unos órganos masculinos que le parecerían
ajenos a su cuerpo, como realmente ocurre.
Pero es cierto
que esta sensación que se podría vincular al sistema sensorial y en particular
al sentido interior, no tiene que ver necesariamente con la identidad previa,
que es un hecho de abstracción, aunque también conectado a otras sensaciones
interiores.
Esta prioridad
puede venir de la fuerza de las sensaciones, vinculadas al cerebro arcaico.
Existen personas que tienen identidad cruzada primaria (o una identidad
indefinida) que priorizan sin embargo el cambio de genitales, hasta el punto de
responder sin dudas a las preguntas acerca de si lo pondrían por delante del
cambio de género (social) y si lo aceptarían incluso si después tuvieran que
irse a vivir el resto de su vida en una isla desierta, sin compañía humana.
En estas
respuestas se evidencia que el cambio de genitales es sobre todo un deseo
personal, interior. La persona que lo desea quisiera saber solo que ya lo ha
conseguido, es una sensación de su soledad,
en la intimidad de su cuarto cerrado o en la quietud de una playa.
Es un
sentimiento de adecuación, palabra que quiero enfatizar, de coherencia; no es
en primer lugar una reacción erótica ni va dirigida a cualesquiera relaciones
sexuales; es la modesta sensación de una persona que se encuentra en paz
consigo misma.
Y como digo, es
una sensación preidentitaria. No tiene que ver con identificarse primero dentro
de un conjunto y después querer asimilarse lo más posible a los otros elementos
de ese conjunto. Tiene que ver con formas coherentes o no con el sentido
interior de la armonía personal. Y ésta
tiene que conciliar de alguna manera la imagen corporal con la hiper- o
hipoandrogenia.
Lo que he
expuesto es lo previo. Sin embargo, la continuación es identitaria. Si la
persona que desea cambiar de genitales tiene identidad cruzada primaria, todo
le será más fácil. Si la persona que quiere cambiar de genitales tiene una
identidad lineal primaria, le será más difícil, aunque quisiera señalar a mis
compañeras de condición, puesto que yo soy así, que lo identitario es
posterior, superpuesto a lo endocrinológico.
Puede darse que
una persona siga sintiéndose masculina de identidad y sin embargo desee este
cambio genital, que no va vinculado entonces a una identidad femenina, sino a
una forma en todo caso ambigua.
La persona
transexual puede llegar, lógicamente, en el plano de la conciencia, a un
intento de nueva identidad. Este intento, si es verdad la afirmación de
Kohlberg acerca de la irreversibilidad de la identidad primaria, entraría en
colisión con ella, si estuviera bien definida, conceptual y emocionalmente.
Sería una realidad confrontándose con un deseo. Un “yo soy” frente a un “yo
quiero ser”.
O se sigue un
voluntarismo, una aceptación del conflicto como definición de la propia personalidad,
o se opta por el realismo. Esta colisión no transcurre sin angustias, culpas e
intentos compulsivos de solución, que llevan a avances y retrocesos por igual
pasionales.
Se dan
estallidos, en los que la persona puede tomar decisiones aventuradas y las
llamadas purgaciones en las que renuncia a todo lo que ha intentado, quema
ropa, procura olvidarse de todo. Es necesario llegar a una solución integradora
y reflexiva.
=5. EROTICIDAD
TRANSEXUAL
Me limito a observaciones sobre la eroticidad de la transexualidad
feminizante, que conozco mejor. De la masculinizante hablaré mucho menos,
confiando en que algún transexual masculino lo haga, pero anotaré que sus
supuestos son muy distintos y también sus uniones.
Ordenaré esta eroticidad. Primero hablaré de cómo un
vacío identitario se traduce en una necesidad de identidad que luego se puede
erotizar. Después, de manifestaciones eróticas de carácter muy arcaico,
observables también desde una edad temprana, y finalmente, de las posibilidades
y dificultades de un erotismo superior.
= = =
(Primero. Vacío
de identidad y Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo)
La transexualidad feminizante puede partir de una constancia de desajuste
con la masculinidad, acompañada por un deseo que se sabe imposible, pero por
eso mismo se ansía como absoluto, que es la llamada Fusión con la Imagen de la
Mujer en el Espejo (Catherine Millot)
La persona transexual solo en su niñez puede creer que su cuerpo cambiará
naturalmente para convertirse en el del sexo deseado. Cuando crece, va
sintiendo la angustia de que ese cambio no va a ser posible (mientras no sabe
que puede recibir ayuda médica), y entonces se acoge a la representación de la Fusión con la Imagen de
la Mujer, que generalmente se confirma en el Espejo, cuando se viste con las
ropas de alguna mujer de la familia o se maquilla.
Me parece que la asociación mediante el espejo suele estar presente incluso
en la primera niñez, cuando se ponen los desmesurados zapatos de la mano, o se
improvisa un vestido con cualquier trapo, o se pinta la carita con
chafarrinones, y se intenta con esperanza y luego con tristeza verse en el
espejo.
No hay erotismo aquí, sino necesidad de ver aparecer la imagen de sí que se
piensa verdadera, o de suplir una imagen material que parece triste, gris o
desvaída por otra resplandeciente y fascinante.
En la medida en que esta segunda imagen es imaginada, puede ser perfecta;
Catherine Millot observó que suele ser la de una Mujer joven, perfecta,
arquetípica; pero yo muchas veces pensaba en llegar a ser como esas mujeres
mayores y elegantes que toman el té felices.
Más adelante, con la pubertad, puede revestirse de erotismo la imagen de la
Mujer; por ignorar el vacío de identidad anterior, la necesidad de una imagen
que lo colme, esta erotización, que es tardía, y se superpone a los
sentimientos tempranos, que son distintos, de pura identidad, fue entendida
como hipótesis explicativa por el Dr. Ray Blanchard, un médico que no es
transexual, distinguiendo entre transexuales ginéfilas y andrófilas, pensando
que en las primeras se da una autoginefilia (amor de sí como mujer o de la
mujer en la propia persona) y creyendo que la define la excitación. Pero yo
entiendo que la excitación es una reacción mecánica del cuerpo, que llega después de una necesidad
identitaria, y que desaparece con los tratamientos de antiandrógenos, sin que
desaparezca el sentimiento transexual, que sigue necesitando la Imagen de la
Mujer en el Espejo; esta experiencia la he comprobado en mí misma. Hay también
algunas afirmaciones de mujeres, supongo que heterosexuales, que se excitan
cuando piensan que pueden parecerse a cierta Imagen de la Mujer, pero no lo he
verificado suficientemente.
La hipótesis de Blanchard ha sido avalada por Anne Lawrence, una médica
transexual, valiente aunque
equivocadamente, porque supone (si fuera verdad) que devaluaría la
transexualidad ginéfila, haciéndola pasar por una técnica de excitación, lo que
olvida la indigencia identitaria que siente toda persona trans.
Esta hipótesis se parece a lo que ya pensó Charlotte von Mahlsdorf, en “Yo
soy mi propia mujer”, o a la que yo concebí, en mi propia adolescencia, pero
con tristeza, de que sería un amor que saldría de mí para volver sobre mí; si
no fuera por la necesidad de una identidad, por mi vacío de identidad.
= = =
(Segundo.
Erotismo arcaico de sumisión/dominancia)
La
hipoandrogenia central puede referirse al cerebro arcaico, generando un
erotismo primitivo, animal, el de la relación sumisión/dominancia, muy intenso,
y a menudo inconsciente porque genera conflictos con las necesidades afectivas
y las percepciones superiores.
Lo que tenemos
en común con los animales es que la relación de uno hiperandrogénico con uno
hipoandrogénico genere una reacción de
dominancia en el primero y de miedo en el segundo, por la mayor acometividad
inducida por los andrógenos.
La amenaza
genera placer en el dominante, y el placer inhibe la agresión. La
agresión inhibida genera sumisión en el dominado y otra forma de placer.
Así se instala
un sistema de amenaza/miedo - placer dominador -inhibición - sumisión -placer
dominado, que estructura la sexualidad arcaica. En el cortejo, la fase de miedo
se ritualiza en forma de huida, que aumenta el deseo del dominante. Una
vez creada esta estructura, se estabiliza en forma de posesión/protección
(condicionada a la sumisión, lo que en los humanos llega a ser muy peligroso),
que en principio es útil y adaptativa para asegurar la procreación, al cuidar
el más fuerte de la madre y de los hijos.
Entre los humanos se puede reconocer la existencia de ese conjunto de
memorias colectivas y pulsiones del cerebro arcaico que llevan a la
sumisión/protección de la mujer, aunque el análisis del cerebro neocortical las
puede mirar con distanciamiento y preocupación; no exentos de una
nostalgia sentimental. Lo que quiero plantear es que esta pulsión arcaica pueda
darse también en personas XY muy hipoandrogénicas o feminizantes y tenga el
mismo recorrido alternativo que en las mujeres (o sumisión efectiva o
distanciamiento)
La dominación/sumisión es una relación dual. Por una parte, el dominador
desea la dominación absoluta, por lo que tiende a eliminar a sus rivales. Por
otra parte, la dominada puede desear que su dominador sea también absoluto,
para ganar una protección absoluta, pero en ella queda siempre un resto de
capacidad de fuga, tendente a la supervivencia.
Pero la
conciencia y la inteligencia humanas se alarman racionalmente ante el deseo de
sumisión presente en muchas personas, especialmente cuando se sabe que se activa
ante el miedo y las agresiones.
La combinación
agresión/placer/sumisión es siempre humillante y puede ser mortal,
probadamente. Si está presente en algunos equilibrios naturales, ¿cómo se puede
racionalizar?
En primer
lugar, afirmando que el ser humano debe priorizar la lógica sobre cualquier
sentimiento. Más concretamente, sabiendo, desde Freud, que la existencia de las
pulsiones no se puede negar, sino que debe ser asumida y canalizada. Esto es
posible desde el momento en que se comprende que no toda nuestra existencia es
pulsional, ni menos limitada a las pulsiones del plano arcaico de nuestro
cerebro, sino que en ella hay sentimientos y razonamientos, generados en los
planos cerebrales medios y modernos que ensanchan nuestra manera de ser.
La aparición de
los deseos de sumisión puede parecer alarmante y hasta patológica, puesto que
parecen vergonzosos y hasta abyectos. Pero constituyen las fantasías de millones de mujeres emancipadas, lo que sería
prueba de que se trata de una pulsión arcaica. Pero si se mantienen ocultos e
incluso se rechazan, es porque debe de haber algún mecanismo racional que nos
permita vivirlos como fantasías y olvidarlos socialmente. No me extraña; me
figuro en mi juventud, habiéndome arriesgado a vivir así, en compañía de
cualquier energúmeno, y el sentido común
me da gritos.
Puede comprobarse
la extensión de estos sentimientos en la literatura sentimental de masas para
mujeres. Al investigar, me encontré este registro de temas desde el primer
texto que compré y desde el mismo título, “Gentle Rogue, “Amable Tirano”, de
Johanna Lindsay, escrita en 1998. Sus
fantasías son del todo parecidas a las mías: Georgina es la menor de cinco
varones corpulentos, que se hicieron marinos mientras ella se quedaba en su
casa… hasta que salió para perseguir una causa, pero travestida de chico, se
mete en una pelea que termina cuando un hombre grande y fuerte la levanta de un
puñado y comprende que es una mujer…
El mismo acorde
suena en “Cincuenta sombras de Grey”,
una obra que habla de sumisión de la mujer; toca fibras muy profundas,
prerracionales del sentimiento femenino, que son imposibles de vivir en la
práctica; ha sido calificada como pornografía sentimental, en la medida en que
despierta sensaciones a partir de imaginaciones, que es precisamente lo que me
ha permitido saber que parto instintivamente de los esquemas femeninos, que les
interesan a millones de mujeres.
= = =
(Tercero.
Erotismo superior)
La inclinación
hacia el hombre puede estar limitada al deseo arcaico de sumisión, disfrazado
de varias maneras condicionadas por la conciencia, tales como la búsqueda de un
“hermano mayor” o un protector.
En este caso,
las transexuales feminizantes pueden ser más decididamente sumisas que las
mujeres nativas, que suelen estar a punto de rebeldía. No sé explicarlo, pero
me parece como si el instinto arcaico funcionara en las transexuales
feminizantes de manera más elemental y simple, mientras que en las mujeres
nativas se articularía de manera más compleja con la dominancia, y alternara
con ella en una actitud desafiante.
En cambio, las
transexuales feminizantes pueden decidir su sumisión de una manera unilateral,
sin contrapeso desafiante, y abarcadora, extendida sin reservas a todos los
aspectos de la vida, porque encuentran constante placer en esta sumisión,
pidiendo solo que el varón dominante preserve en cambio su actitud de
protector.
Pueden llegar a
aceptar posiciones de tercera en una relación; si el varón mantiene relaciones
con otra mujer e incluso otro hombre, pueden contentarse con un rol de
confidente privilegiada, que le dé la sensación de que su relación es especial,
más fuerte que los vaivenes de la
sexualidad (yo he tenido cuatro veces este tipo de relación) Esta relación de
confidente está sexuada en el fondo, pues no funcionaría con una mujer.
Quizá por todo
ello, está extendida la opinión entre varones que han mantenido relaciones con
ellas, de que “las transexuales son más
mujeres que las mujeres”. Es un lugar
común que he oído varias veces a distintas personas, relacionado también por su
a veces cuidadísimo arreglo (no es mi caso)
La convivencia
de una transexual con un varón junta por tanto elementos masculinos secundarios
con otros femeninos determinantes. Entre los primeros suele haber un estilo
claro, directo de relación, libre de las oblicuidades más frecuentes entre las
mujeres nativas; también una capacidad de independencia material o profesional
e incluso cierta aspereza en las formas. Pero todo sucumbe para el varón ante
la constatación de su sumisión sincera, de su
agradecimiento por ser querida y protegida, y hasta de su cuidada
estética.
La sensación de
agradecimiento “por haberse fijado en mí”, las posibilidades de la sexualidad
pasiva, las necesidades económicas y la conciencia de otras dificultades pueden
ser suficientes para crear parejas estables. En ellas, la transexual femenina
está dispuesta a “fingir el orgasmo, como muchas mujeres” y a asumir labores de
cuidado de una casa, que la hacen deseable para su compañero.
Por eso, entre
los varones que se unen con una transexual feminizante y que conozco, algunos
vienen de una relación tensa y difícil con una mujer nacida, lo que les permite
hallar la paz; otros tienen una esposa, concediendo a la transexual la función
de “la otra”, incluso utilizándola sin consideraciones; otros son fuertemente
protectores y necesitan alguien a quien tomar en mano, lo que no deja de crear
tensiones si se exceden en su tutela…
Las relaciones
estables entre transexuales feminizantes y varones no son frecuentes pero no
imposibles. Las relaciones esporádicas son más frecuentes, pero muchas veces no
sobrepasan el nivel de experiencia por parte de quienes se sienten intrigados,
desengañando tristemente a sus parejas trans. En este conjunto de relaciones, muchos
varones se sienten atraídos por la Mujer Fálica, cuando experimentan
fuertemente el terror a los genitales femeninos del que habló Freud; la unión
de un cuerpo femenino con unos genitales masculinos les resulta fascinante; en
la prostitución, parece que la mayoría de los clientes lo desean (oí a una
dueña de un hostal recomendar a una joven transexual que trabajaba en el
espectáculo y en la prostitución que no se operase “porque entonces no se
diferenciaría en nada”.
Las relaciones
de transexuales feminizantes con mujeres pueden ser también muy estables.
Cuando la transición se ha hecho después de una larga convivencia en la que se
haya formado un afecto mutuo, pueden seguir adelante con relaciones sexuales o
sin ellas.
En estos casos,
he visto procesos espontáneos de negociación en los que se puede llegar a un
acuerdo equilibrado. Si hay hijos, pueden ser la mayor razón para seguir
juntos. Por respeto y cariño, la persona transexual puede decidir, según cada
particular, alejarse o decidirlo mientras son muy pequeños, de manera que
crezcan habituados a esta realidad, o esperar a que sobrepasen por lo menos la
pubertad y puedan hacer frente a la realidad.
Alguna vez el
pacto se ha referido a una relación no penetrativa, de caricias mutuas, muy
lentas, muy lésbicas; ha generado un
condicionamiento del placer y un deseo, que llevaba a buscar el encuentro y
parecía abrir otras perspectivas, aunque
no ha dejado de haber resistencias que más que corporales han sido emocionales,
de ruptura del esquema identitario asumido.
¿Lo que se
sentía como “la fuerza de la naturaleza” hubiera llegado a ser suficiente como
para disolver poco a poco las resistencias? La poca libido que sienten algunas
personas transexuales, que era uno de los puntos de partida de esta relación,
resultó ser un bloqueo, más que una carencia. Pero la sensación de rechazo de
los genitales ajenos y propios permanecía y la unión habría sido posible, pero
como una condescendencia, una “exploración de la caverna” en todo caso, más que
el vehemente deseo de fusión y posesión que se da en las relaciones plenamente
heteras.
Estaba
funcionando en esta relación un esquema que suele ser frecuente, en el que
ambas partes se dicen de buena fe, diciéndose la mujer nacida “conmigo todo se
va arreglar” y la persona transexual “esto se me pasa”. Sin embargo, la
experiencia de muchas de las parejas que se han constituido sobre estos
supuestos, es que esta intención no pasa del momento en el que la relación
sexual se hace habitual, porque pasado el entusiasmo, renacen los antiguos
sentimientos y sensaciones, el rechazo a los propios genitales, etcétera.
Es experiencia
de muchas parejas esta decepción con las expectativas; solo se puede emprender
si la mujer nacida es plenamente consciente de que se une con una persona variante
de género, que la variación de género forma parte estructural de su persona y
seguirá formándolo, y que ella está dispuesta a asumir con cariño y naturalidad
las transiciones que su pareja deba emprender o las que decida que puede omitir.
Esta aceptación mutua de corazón, la de la transexualidad, es el solo pacto de fondo
que se puede y se debe hacer, que presente garantías de convivencia perdurable
y de educación libre de los niños si pueden venir.
No he tenido
ocasión de conocer relaciones con mujeres lesbianas, por lo que no puedo hablar
de ellas y solo esperar descripciones propias.
=6. IDENTIDAD
DE GÉNERO
La identidad de género surge de lo que los otros dicen de mí y se confirma
mediante la observación de los otros y de mí; por tanto, es el primer acto del
Código de Género: la definición de la identidad personal de género y de las
expectativas que la acompañan; todo ello, simplificado, y sin preguntarle a la
persona definida.
La identidad se confirma o se refuta en mí mediante la observación personal
en relación con los otros; se forma en un juego de conceptos y de juicios
afirmativos y negativos, con arreglo a la cultura social, pero al tratarse el
sexogénero de una realidad muy compleja, el concepto está sujeto a error,
es revisable, como todos nuestros pensamientos; depende de los conceptos o
nombres codificados o no en cada cultura. Pero en un sentido más íntimo,
identidad de género también es una intuición de lo que se es interiormente en
relación con otras personas, un sentimiento de lo real de esa relación.
Los animales
que no son capaces de abstracción no tienen identidad de género, solo sexo,
expresado pulsionalmente, no reflexivamente.
La identidad de
género se forma entre los humanos por aprendizaje de otros humanos y por descubrimientos
propios. El aprendizaje trata de datos objetivos relacionados con el lenguaje,
con sus géneros masculino o femenino aplicados al infante (=el que no habla) y
a sus padres y con el código de género vigente en su sociedad, hasta ahora
binarista, en materia de símbolos vestimentarios y de costumbres. Los
descubrimientos propios son subjetivos porque tienen que ver con el sentimiento
interior de afinidad con uno de los géneros y de desafinidad con el
otro.
Generalmente,
la identidad de género se forma alineada con el fenotipo y la opinión objetiva
de las otras personas, pero a veces se forma cruzada, basándose en un
sentimiento de afinidad con el otro, que puede ser explícito o quedar secreto.
Pablo Vergara
me planteó (24.VII.2012) una posibilidad sobre la formación de esta identidad
primaria que me resultó muy reveladora:
que algunos niños, desde su primera niñez, siendo de naturaleza cruzada,
cerebralmente más o menos cruzados, formaran una identidad lineal como efecto
de la presión cultural o social.
Su identidad
consciente no sería por tanto expresión espontánea de su naturaleza interior,
como yo había supuesto, sino de la presión exterior, cultural, desde familiar y social.
Podríamos
hablar por tanto de una identidad exterior, cultural, lineal, en conflicto con una identidad interior,
intuitiva, cruzada; la identidad exterior tendería a sustituir a la interior,
pero ésta de resistiría continuamente.
Como estos
sentimientos de identidad se forman a edades muy tempranas, hacia los tres
años, son muy firmes y duraderos. Constituyen la identidad personal de una
manera tan profunda, que parece congénita, constitucional de la personalidad,
casi biológica.
En la mayoría
de las personas, la identidad lineal con el fenotipo es tan profunda y evidente
que se mantiene durante toda su vida. Pero una minoría tiene historias
personales diferentes.
(Primero. Identificación
cruzada primaria respecto al fenotipo)
Hay personas
que forman una identidad cruzada de manera espontánea desde su primera niñez.
Puede ser que esto se deba a la conciencia íntima de sus afinidades y
desafinidades, quizá en relación con la madre y el padre o a que hayan sentido
una presión externa más o menos explícita que busque su transformación.
En la
literatura sobre experiencias transexuales, encontré esta referencia en la
autobiografía de Ian Morris, donde parece corresponder a un autodescubrimiento.
En Kathy Dee, parece más bien corresponder a las expectativas medio
inconscientes de su madre, que había perdido a otra hija.
Antes muy desusado,
excepcional, hoy estas personas consiguen a veces permanecer en su primera
identidad desde la niñez, si su familia las acepta, pero sigue siendo más común que, en el paso
de la niñez a la adolescencia, experimenten la presión de un medio social binarista,
y decidan someterse a las normas del Código de Género vigente, iniciando una
fase larga de negación.
Esta fase larga
puede durar muchos años, quizá una vida entera. En ella, atenazadas por el
miedo, las personas que la sufren pueden hacer, si son XY, ensayos de
hipermasculidad o si son XX, de hiperfeminidad, barbas, bigotes o maquillaje,
culturismo o estereotipos femeninos, buscar novias o novios, casarse
convencidos de que “esto es una niñería y casándome se me pasará”, etcétera.
Pero
generalmente la situación no es interiormente sostenible, lo que hace que
termine la fase larga de negación. En estos casos, se observa empíricamente que
el tránsito suele hacerse reflexivamente, no compulsivamente, no
parafílicamente, quizá porque se tiene conciencia de que se retorna a una
primera identidad más verdadera y profunda.
(Segundo. Desidentificación
de la primera identidad lineal respecto al fenotipo)
En algunas
personas XY hipoandrogénicas la presión cultural universal y perpetua que
postula Pablo Vergara puede generar una
identidad lineal que se mantiene durante algún tiempo, hasta que los
datos disponibles evidencian poco a poco a una desafinidad profunda, no
perceptible a primera vista, con el género asignado.
Pablo Vergara
señala además que la presión cultural suele ser mucho más fuerte sobre los
niños fenotípicos que sobre las niñas fenotípicas; a quienes nacen con fenotipo
masculino se les impide cualquier desviación del arquetipo masculino, mientras
que a quienes nacen con fenotipo femenino se les suele permitir más libertad en
sus primeros años.
Si la persona
XY es particularmente hipoandrogénica, dócil e incapaz de rebeldía es más fácil
que acepte como propia una identidad que es solo cultural.
Pero esa
identidad está objetivamente equivocada, y su puesta a prueba cada día puede
tropezar con dificultades continuas. La persona que la ha formado no responde a
las expectativas culturales (lo que puede generarle sentimientos de culpa) o
choca con las personas que han formado la misma identidad: un sentimiento de
extrañeza mutua puede establecerse, llegando a un rechazo radical en las dos
direcciones.
Se produce
entonces una desidentificación, con respecto a la identificación anterior, que
si no tiene apoyo externo, resulta muy traumática, puesto que la identidad
lineal primaria permanece formada.
Algunas de las
personas que experimentan esta desidentificación se sienten muy culpables,
pueden dar pasos compulsivos, poco meditados, socialmente demoledores, que
agravan su sentimiento de culpa. Otras, faltas del conocimiento de los procesos
que las agitan pueden optar por una ética de la transgresión validada como
transgresión o rebeldía política y moral. Un placer parafílico puede aparecer
secundariamente, como solución simbólica a problemas reales (por tanto, no una
solución real), que se estabiliza en cuanto aparente solución, pero
fracasa en cuanto que es solo simbólica, lo que agrava todavía más los
sentimientos de culpa.
(Es la
autoginefilia así denominada por Ray Blanchard y validada por Anne Lawrence;
pero no es o puede no ser la causa de la transexualidad, sino un efecto
secundario de la desidentificación, en la medida en que causa angustias y éstas
se suelen resolver parafílicamente)
La agitación de
los sentimientos y las sensaciones sexuales que acompaña a esta
desidentificación produce cansancio y fases cortas de negación, que se llaman
purgaciones, en las que se pretende retornar a la primera identidad lineal, y
para eso se niega, se rompe o se tira todo lo relacionado con la nueva
identidad cruzada, amigos, escritos, ropas. Sin embargo, cuando se ha llegado
suficientemente lejos en el desafío a la cultura binarista, y ésta ha castigado
duramente la transgresión del Código de Género binarista, la fase de negación
puede durar también muchos años.
La solución
real está en comprender las razones profundas de la nueva afinidad, que
pueden estar en la hipoandrogenia XY y la hiperandrogenia XX, cuyos efectos
pueden no haberse hecho visibles hasta la pubertad.
Esto puede
hacer desaparecer la compulsividad, la parafilia y los sentimientos
injustificados de culpabilidad, y procurar un desarrollo armónico de la persona
y de su relación con el medio social, si está a su vez abierto a una visión
no-binaria del sexogénero.
= = =
=7. CÓDIGO DE
GÉNERO
En todas las sociedades, existe un Código de Género conocido por todos sus
integrantes, de manera consuetudinaria y también escrita en parte. Como código,
es un conjunto de normas de conducta, que prevé castigos muy severos en caso de
infracción. Históricamente han ido de la irrisión a la pena de muerte.
El Código de
Género procede de la división sexual y de sus consecuencias para la
reproducción. Contiene el núcleo constitucional de las sociedades prehumanas y
de las primeras humanas. Mientras que en las sociedades animales funciona
instintivamente de manera correcta, en las humanas funciona por conciencia,
aprendizaje y coacción, lo que deja lugar a numerosas variantes, así como la
posibilidad de errores de planteamiento y hasta de desaparición.
Entre los mamíferos
primates, de los que somos una parte, la forma más elemental del Código de
Género es la necesidad de que las madres cuiden de sus hijos durante la
lactancia y su menor edad y el resto del grupo social cuide del conjunto
madre/hijo. Las funciones sociales se dividen por tanto en dos clases, una, las
madres/hijos, y otra, las otras hembras y los machos, la primera, protegida, y
la segunda, protectora. En los babuinos, esto se materializa, durante la marcha
del grupo, en tres sectores: una circunferencia externa, la de los machos
adultos, una interna, la de las hembras adultas, y un círculo más interior, de
las crías machos, hembras (o intersex) Entre los humanos, postulo que este
régimen es propio de las sociedades aprovechadoras de frutos, raíces, miel,
carroña y pequeños animales, (huevos, conchas, insectos, peces, reptiles, aves
y mamíferos)
Entre los
humanos, capaces de innovaciones técnicas que mejoren su nutrición y
supervivencia, llega a ser muy efectivo el funcionamiento estructural de su
sociedad (sigo a V. Gordon Childe), en la que se observa una infraestructura de
cambios técnicos con consecuencias económicas y una superestructura de cambios
de mentalidad, costumbres y formas de gobierno derivados de los anteriores.
En este cuadro
estructural, el desarrollo de las armas arrojadizas permite la caza organizada
de grandes animales, la cual requiere movilidad, agilidad y fuerza muscular.
Esto produce una división sexual del trabajo: caza y guerra por un lado (vida
de campo) y cuidado de los hijos por otro, al que se añade el secado de la
carne, la cocina y el curtido de las pieles (vida de campamento) En algunos
pueblos, las mujeres más androgénicas fueron aceptadas en la vida de campo, y
los hombres menos androgénicos, en la vida de campamento, unas y otros
recibiendo el status de hombres y mujeres socialmente funcionales. El Código de
Género sigue con su orientación fundamental, asegurando la reproducción, pero
se transforma al añadir al método de protección por el de dominación: los
hombres armados no son solo protectores, sino dominadores, y las mujeres con
sus hijos no serán solo protegidas sino dominadas. La dominancia/sumisión,
unida a la provisión de alimentos, trae como efecto una sobrevaloración
cultural de los dominadores y una infravaloración de las dominadas. Todos estos
aspectos de las sociedades cazadoras (“paleolíticas superiores”) se han
observado antropológicamente entre los amerindios de las praderas de
Norteamérica.
El Código de
Género de las sociedades labradoras, llegó a una preponderancia social, por
parte de las madres y abuelas, que dio origen a sociedades matrilineales (no
“matriarcales”), fundadas en la seguridad de la sucesión materna. La propiedad
de la tierra correspondía a la mujer, incluso en los primeros reinos, en los
que la mujer legitimaba al marido como soberano.
En las
sociedades pastoras, más parecidas a las cazadoras, nómadas, se estableció el
patriarcado. El Código de Género se estableció sobre la base de una dominación
patriarcal, que tuvo que afrontar la inseguridad de la sucesión paterna,
mediante el dominio celoso de las mujeres, para que hubiera certeza en las
sucesiones patrilineales.
La agricultura
pasó de las mujeres a los hombres con la invención del arado. Cuando sus
excedentes se hicieron suficientemente grandes abrió el paso al comercio o
trueque, luego a la artesanía, la minería y la escritura, y empezó la sociedad
mercantil, que duraría hasta la industrial, desde el siglo XVIII.
En algunos
pueblos mercantiles sobrevivió el Código de Género patriarcal creado en las
sociedades pastoriles. Los ejemplos más notorios son la institución del gineceo
de la Hélade clásica, heredera de los conquistadores nómadas de la Edad de
Hierro, como confinamiento hogareño de las mujeres, excluidas de toda vida
social o pública. Y el régimen de la mujer de los judíos, herederos de los
pastores de habla semítica, y unido al helénico para después configurar el
régimen cristiano, algo más distendido (existencia de reinas y mayorazgas)
En todas estas
sociedades, la fuerte mortalidad de las madres y de los hijos y la realidad de
que la familia era la única forma de seguridad para sus integrantes, hacía
necesaria la procreación de muchos hijos, para que sobrevivieran algunos, con
lo que la vida de las mujeres debía centrarse del todo en sus hijos; si se
añade a este rigor biológico el artificial de la patrilinealidad, con su
correspondiente preocupación por asegurarla, la salida de ambas situaciones era
el confinamiento de la mujer en su casa, vigente hasta el decenio de los
setenta, del siglo XX.
La sociedad
industrial, con sus posibilidades de seguridad social (desde 1870, en
Alemania), el progreso de las técnicas y de las ciencias, especialmente el de
la Medicina, la afirmación de la vida de madres e hijos, han sido condiciones
infraestructurales para disminuir el número de los hijos y por tanto liberar a
las mujeres de su exclusiva dedicación a la maternidad.
En la sociedad postindustrial, informática, de ahora mismo, estas
condiciones permiten que en los pueblos donde más se ha implantado, el Código
de Género se volatilice en su valor jurídico, pues al potenciar la cerebralidad
sobre el resto de la biología, se llega a un matrimonio igualitario, sin
diferencias de sexo, por lo que deja de haber situaciones legales distintas
entre hombres, mujeres o intersex. Puede subsistir, muy atenuado, por la fuerza
de la biología y de la costumbre, aunque en formas desvaídas. Sigue habiendo
por ejemplo una moda de hombre y una moda de mujer, por razones de potenciar el
atractivo de cada sexogénero, pero a la hora del trabajo o del estudio se elige
ropa unisex pero más bien masculina (chándales, etc)
En otras
sociedades en que la industrialización y la informatización no se han
desarrollado todavía con la misma fuerza, pueden sobrevivir
remanentes del Código de Género, aunque con una creciente contestación interna.
El caso más fuerte es el del integrismo islámico actual, donde el patriarcado
antiguo sobrevive con la fuerza de una reacción exasperada contra el
libertinaje occidental; se observa en él una exaltación rigorista del
Código de Género antiguo (mujeres veladas, confinadas en la casa), a la vez que
se perpetúa una desviación, pues el cuerpo legal deja de tener como objetivo
primordial el cuidado de los hijos (que se presupone en la mujer), para
sustituirse por el servicio al marido.
= = =
=8. ORIENTACIÓN
Cuando se ve la
sexualidad humana como un conjunto de planos diferenciados, el cromosómico,
fenotípico, central o cerebral, conductual, todos los cuales pueden estar
diferentemente androgenizados, formando conjuntos difusos de más o menos,
asoombra que en la mayoría de las personas todos funcionen convergentemente y
no extraña que haya grandes minorías en las que se dan diversas minorías.
Es improbable
encontrar la lógica de estas divergencias, más allá de que es lógico que
existan. Es lógica por tanto la heterosexualidad y es lógica la homosexualidad
y la transexualidad o variación de sexogénero; son lógicas todas las
variaciones, que constituyen una especie de fondo de reserva experimental para
las potencialidades evolutivas o adaptativas de la especie.
Es lógico por
consiguiente que las personas variantes de sexogénero no tengan una única forma
de orientación, heterosexual con relación a su sexogénero de destino. En ellas,
como en cualquier otra persona, se dan todas las formas de orientación
concebibles, heterosexual, homosexual, bisexual, asexual-afectiva…
Suele pensarse,
en visión binarista, monolítica, que lo lógico sería, si cambiamos de identidad
sexogenérica, que sea para vivir desde ella su heterosexualidad, y parece poco
concebible, por ejemplo, que una persona fenotípicamente femenina ame a los
hombres y sin embargo se masculinice dificultando así sus oportunidades. Sin
embargo, lo lógico es la posibilidad de que cada uno de los distintos planos de
la personalidad actúen libremente, desvinculadamente. Si sucede así, es cierto
que surgen dificultades, pero también oportunidades insospechadas no solo
personales, sino para toda la especie.
Se ha dicho que
la reproducción es función de la especie y no de los individuos. Puede haber
individuos estériles que favorezcan la reproducción de la especie: entre los
humanos, ya hemos visto que los varones más viriles y reproductivos y las
mujeres más femeninas y reproductivas, están muy adaptados al contexto
primitivo de la subsistencia por medios naturales, pero que necesitamos también
hombres y mujeres menos diferenciados, que emprendan vidas menos sexuadas, más
científicas, más técnicas y que aseguren otros medios de supervivencia; entre
los hemípteros, abejas, hormigas, etcétera, ya sabemos que han resuelto la suya mediante una existencia
comunitaria centrada en una o pocas hembras fértiles, una minoría de machos
también fértiles y una inmensa mayoría de hembras estériles.
La hipo- o
hipoandrogenia, en ciertas proporciones, en ciertos momentos de la gestación, induce
conductas menos musculares en los hombres y menos maternales en las mujeres.
Incita a los primeros a una mayor tendencia a la lectura, a las mesas de
estudio, a la introversión o a la sensibilidad, que se traduce en mayor
dedicación o creatividad en las ciencias, las técnicas y las artes, y a las
segundas a sentir que sus familias les quedan estrechas, a dedicarse a los negocios y la política, o
la ciencia o el arte…
También la
hipoandrogenia en algunas personas XY induce el afeminamiento o la homosexualidad
pasiva o la transexualidad (son tres cosas diferentes) y la hiperandrogenia en
algunas personas XX induce la virilidad, la homosexualidad activa o la
transexualidad. Se conoce el fuerte sentimiento estético, frecuente en muchos
homosexuales masculinos. Todo ello va unido, todo es uno.
=9.
HOMOAFECTIVIDAD
Me parece que la homoafectividad es el menos conocido o menos consciente de
los sentimientos humanos por razón de sexo. Es el sentimiento de afinidad de
los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres y debe de estar
relacionado con los cerebros medio y moderno de MacLean. Suele expresarse en
términos de amistad, la amistad de los varones entre sí o de las mujeres entre
sí, debido a sentimientos de afinidad o de mutua comprensión. Quizá sea menos
enfatizado, considerado como un sentimiento menor, por miedo cultural a la
homosexualidad.
En la homoafectividad no hay excitación sexual alguna, lo que la diferencia
de la homosexualidad, pero puede ser muy intensa, referida a personas o a
colectividades (esto, más frecuente entre los varones: amor por pandillas y
clubes con quienes se encuentran muy a gusto; despreocupación incluso, descanso
de la vida sexual)
Puede alcanzar su mayor intensidad en la preadolescencia (“los niños con
los niños y las niñas con las niñas”), cuando sirve para formar la propia
identidad de género, y va acompañado a menudo por sentimientos de hostilidad al
otro sexo que sirven para delimitar mejor la propia identidad.
Tras la pubertad, la estrecha homoafectividad, la simpatía ardiente por
algunas personas, como las figuras de “hermanos o hermanas mayores” o las
integrantes de las pandillas cerradas, puede evolucionar insensiblemente hacia
conductas homosexuales efímeras o duraderas. Desde las competencias por orinar
más lejos, que permiten ver los genitales, hasta los abrazos y lágrimas
compartidos, la intensidad hormonal de aquellos momentos se transforma
rápidamente en un arrebato erótico. Aún se prolonga en las pandillas hasta la
veintena, con nuevas aventuras compartidas, algunas muy arriesgadas y
estimulantes, con las confidencias sobre la vida sexual o los amores de los
compañeros o compañeras.
Entre los varones, la homoafectividad suele ser muy intensa, pero casi
inconsciente por temor a la pérdida de status que en nuestra cultura aparece en cualquier atisbo
de homosexualidad. Se siente especialmente por los compañeros de aventuras
arriesgadas, tales como las militares o las deportivas. La palabra “compañero”,
en su plenitud, se entiende como masculina: el que ha comido el pan del mismo
riesgo. Su versión atenuada es el “amigo”, si se entiende como el “amigo del
alma”.
Los amigos y compañeros forman una parte intensa y extensa de la
afectividad masculina. Es muy directa; no admite apenas representaciones: las
revistas para hombres suelen fracasar. Una de sus condiciones es que esta
homoafectividad esté radicalmente separada de cualquier homosexualidad.
Entre las mujeres la homoafectividad es muy asimétrica en relación con la
masculina. La amistad se traba por la confidencialidad, no por la acción, que
es lo que junta a los varones. Una y otra requieren confianza, entendimiento
mutuo, simpatía, pero entre las mujeres no suele generar sentimientos de
compañerismo y entre los varones tampoco demasiadas confidencias. Ellas
necesitan la palabra para su amistad y ellos la evitan.
Muchas mujeres no son especialmente homoafectivas, interesándose por
cuestiones extravertidas, como las que tratan las revistas del corazón, que se
vierten sobre relaciones humanas, familiares
y amores, todo ello cercano a los sentimientos de mujer, pero no
explícitamente femenino, y con la presencia masculina que corresponde a
tales relaciones. Por razones prácticas, se centran en la vida
de variadas estrellas del cine o de la vida social, y especialmente en la idealización de la nobleza y de las
monarquías, que tienen la misma función que en los libros de cuentos, y en la
aspiración a la elegancia, hecha visible en la decoración de sus palacios.
En estas revistas –en España, “Hola”, por ejemplo- la mirada introvertida
hacia lo femenino es escasa. Un par de páginas de moda femenina y alguna de
cocina, casi formularia. Las prefieren las mujeres, porque tocan temas de
interés para las mujeres, pero no son revistas sobre mujeres, sino de las
formas de la vida general que más interesan a las mujeres.
Pero muchas mujeres también son intensamente homoafectivas, como lo prueba
el interés por algunas otras revistas con títulos que enfatizan las palabras
"Mujer" o "Ella" o "Para Ti", por ejemplo. En
ellas, sorprende la presencia absolutamente hegemónica de imágenes femeninas y
la muy residual de imágenes masculinas, y que los temas sean muy introvertidos,
exponiendo en gran parte de sus páginas imágenes de moda, que responden a la cuestión
de "¿qué me puedo poner?", o actividades en las que puedan sentirse
compañeras, tales como sus vidas profesionales contemporáneas, con sus
dificultades, como sus obligaciones específicas, como el cuidado de los niños o
la cocina.
Menos son los temas extravertidos, en los que se exponen intereses que
suelen ser comunes entre las mujeres, pero no específicamente femeninos, como
la psicología, y sorprende la absoluta ausencia de cuestiones más objetivas
como las que interesan a las revistas del corazón, o la política o la ciencia
(historia, física, astronomía), que también interesan a muchas mujeres, pero no
son culturalmente femeninas, lo que hace ver que están centradas enteramente en
la subjetividad cultural femenina.
=10. OUTERS
(Publicado en facebook, el 18 de septiembre de 2012)
Al comienzo de los dos mil, vi “Krámpack”, de Cesc Gay, basada en la obra
de Jordi Sánchez, una película que me abrió los ojos.
En ella, dos amigos adolescentes viajan en autostop de Madrid a la playa.
Tienen que pasar una noche en una pensión, antes de llegar, y duermen en la
misma cama. Hacen juegos eróticos con naturalidad, y al día siguiente,
continúan el viaje, llegan y se despiden; en las escenas finales, se ve que uno
de ellos se adentra en su ambiente hetero y el otro sigue en el suyo, gay.
Lo que me admiró es la naturalidad con que ambos vivieron su historia, cómo
no afectó en nada a su amistad y la ausencia de retórica del guión, lo que
constituía, sin duda su intención. Para los chicos, la experiencia sexual no
constituye apenas nada, fuera de un acto de confianza y de amistad. Para uno de
ellos, es una exploración ocasional de lo homosexual, que probablemente no
repetirá, favorecida por sus sentimientos hacia su amigo; para éste, debe de
ser algo más, y es también agradable y tierno.
Lo asombroso para mí, en mi generación, es que no hubiera en ese día
sentimientos de culpa, ni de vergüenza, ni peticiones de callarse, ni
frustraciones… Todo era natural, sencillo y agradable.
Poco después, pude observar que otros adolescentes de aquellos años, la
mayoría gays y lesbianas, mostraban en sus salidas de grupo de los viernes o
los sábados la misma distensión, y que además, uno de ellos, muy enérgico y con
mucha pluma, podía ser el delegado de su clase. Otro de ellos, variante de
género, expresaba sus sentimientos maquillándose libremente y actuando de una
manera no binaria.
Para las personas transexuales, aquello significaba que estaban seguras,
que ya no era preciso parecerse sumisamente a un modelo de masculinidad o
feminidad, que cada cual era cada cual, que podía arreglarse a su manera y su
gusto, arreglarse teniendo en cuenta su realidad para sacarle el mejor partido,
hacer trans sinónimo de libertad de género, expresar los matices de los
sentimientos de cada cual, ser querida o querido o queride, o admirada o
admirado o admirade por ser libre, no someterse a ningún Código.
Aquella realidad me hizo llamarles “outers”, deliberadamente en inglés,
como lengua de la nueva civilización globalizada. Quería decir que estaban fuera
potencialmente de cualquier Código de Género. Además, que es tal su
naturalidad, que están fuera de cualquier armario. Pasado algún tiempo,
encontré que era el nombre de un movimiento japonés, que en Tokio alcanzaba,
según leí, hasta a un seis por ciento de la población.
Para muchas personas variantes de género era una gran esperanza. Nos
liberaba del binarismo, que nos exige pasar de uno de los géneros al otro, pero respetando siempre el código de género,
las normas válidas para el género masculino y las normas del género femenino,
ambas rígidas y muy exigentes.
Podíamos vernos libres de las caras hoscas de los dos grandes géneros del
binarismo, la masculinidad rigurosa, la feminidad perfecta, obligándonos a una
disciplina de casi perfección que no podíamos llevar a cabo del todo, hiciéramos
lo que hiciéramos.
La cultura nueva nos concedía márgenes. Nos concedía creatividad, en la
expresión de nuestros sentimientos y nuestras realidades personales, que a
menudo no son binarias.
Paradójicamente, la nueva realidad era más relajada e incluso conservadora,
al no requerir de nosotros una adecuación tan exacta a uno de los dos géneros
binarios, que se suponía que teníamos que ser heteros y hacía natural la
operación de genitales incluso si no era estrictamente deseada. ¿ Cuántas
personas transexuales se han dicho “yo soy un hombre o una mujer como otro u
otra cualquiera (es decir, en sentido binario), y por tanto, tengo que operarme,
y tengo que desearlo (aunque no lo desee)”?
La nueva cultura “outer” permitiría que cada cual expresara exactamente lo
que deseara, y no más y no menos. Se operaría por ejemplo si le era importante
y no se operaría si no le era necesario.
Thomas Beatie, transexual masculinizante, lo ha expresado muy bien, al
quedarse embarazado después de cambiar en lo que ha querido, por lo que ahora
tiene varios hijos, sin duda también muy deseados. Es notable que hay otras culturas antiguas
(no como ésta, que es rigurosamente contemporánea), que tienen un Código de
Género estricto, y sin embargo, al no ser éste binarista, dejan un amplio
margen de expresión a la variación de género, semejante al de los “outers”. Por
ejemplo, en algunas culturas amerindias de hoy, la decisión de Thomas Beatie
está ampliamente reconocida desde siempre (como en los “hombres-mamá” de
Ecuador), o el cambio de género no supone que sea obligatoria la orientación
hacia el complementario (como en las “muxes” de México)
Para una persona que vivió su propia adolescencia en los cincuenta es
asombroso el cambio con las formas de vida y de pensamiento de entonces.
Cualquier narración sobre la
homosexualidad estaba legitimada solo si estaba revestida de una marea retórica
de patetismo y drama, aludiendo frecuentemente al secreto, como en “Confesiones
de una máscara”, de Mishima, o en “La máscara de carne”, de Maxence van der
Meersch; el destino de los protagonistas tenía que ser desastroso, sentido
moralizante que nuestra ansia, como lectores, se saltaba desde luego.
La revolución sexual de los sesenta, fundada para las mayorías heteras en
el uso de los anticonceptivos, que hacen plenamente voluntaria la procreación,
ha acabado por distender la sexualidad de todos, sin llegar a hacerla obsesiva
ni omnipresente. Me atrevo a decir que la represión era más obsesiva que la
permisividad, haciendo de nosotros personas cargadas de sueños y frustraciones. Creo que la generación “outer”
no está frustrada.
De la misma manera, pero al revés, entre los bonobos la despreocupación por
la reproducción permite una sexualidad frecuente y desenvuelta, en la que
figuran algunas conductas homosexuales ocasionales.
Este cambio general de actitudes abrió las perspectivas también para las
variaciones de género, y desde entonces, de una manera irreversible, porque
está fundada en el avance técnico que ha distendido la sexualidad en general,
la práctica de la variación de género se generalizará más, cada cual seguirá
sus propias reglas de género, sin que un
Código de Género se las imponga, y habrá más diferencias personales.
“Krámpack” se hizo hace algo más de diez años. Desde entonces, la
naturalidad de lo “outer” ha avanzado pero más lentamente de lo que había
esperado. Hay personas y grupos que vivimos la experiencia de lo “queer” día a
día (aunque lo “outer” no sigue principio teórico alguno, es solo práctica),
pero suele ser en los ambientes universitarios (hoy masivos desde luego) y no unos
y otros no conseguimos romper la barrera de la superconciencia.
Todavía no se ve lo “outer” en el
día a día de la televisión. Puede ir viéndose en el día a día de las aulas,
siempre rebeldes. Se ve gradualmente en la práctica de la vida trans, que se
abre a todas las posibilidades, aunque también lentamente. Puede decirse que
los dos grandes atractores estadísticos de género, la Masculinidad y la
Feminidad, son encantadores y tiernos, se
llaman uno al otro con la fuerza del instinto de procreación, pero dejarán
sitio poco a poco a quienes estamos en distinto grado fuera de uno y otro, atraídos
también por su hermosura, queriendo en nuestras conciencias ser puramente
masculinos o puramente femeninos, aunque quizá sea mejor para nosotros ser como
somos.
=11. LA IDENTIDAD CRUZADA EN MENORES DE EDAD.
La relación de los padres con sus hijos menores de edad es fundamentalmente
pedagógica, y la relación de los profesionales de la educación o la psicología
es fundamentalmente complementaria de la de los padres.
Cuando éstos se dan cuenta de que su hijo actúa como variante de género, la
reacción puede oscilar entre la represión por principio o el “¿qué hacer?”, sesgado hoy día hacia el
permiso, pero aún así, lleno de problemas prácticos: ¿solo en casa?; ¿también
en la escuela?; ¿en qué condiciones?; ¿por qué hay qué trabajar, qué se puede
conseguir?
Por todo eso, este texto se va a plantear como una Pedagogía de las
personas menores variantes de género.
En primer lugar, hay que optar entre la represión por principio y la
permisión. Los padres tienen medios incluso legales para ambas.
En las pocas familias que conozco en este momento en Andalucía, en este
segundo decenio del siglo XXI, hay aproximadamente la mitad que optan por la
represión y la mitad por la permisión. ¿Cuáles de ellas están teniendo razón?
¿Cuáles serán las consecuencias para los hijos de las que se equivoquen? Es un
asunto muy serio.
Sabemos que la represión a secas, con métodos simples, no solo no da
resultado, sino que estimula el sentimiento de afirmación personal entre
sufrimientos muy fuertes a esas edades tan tiernas. Es verdad que hay métodos profesionales de
atención a menores variantes de género. En la edad prepuberal, según muchos
estudios de seguimiento, aceptados incluso por autores permisivos, parece que
la variación de género se suele traducir en la edad adulta en una mayoría de
gays y lesbianas, una pequeña cantidad de trans, y algunos heteros. Pero estos
resultados pueden deberse a la percepción de la represión ambiental y a la
“fase larga de negación” a la que me referí antes, por lo que es preciso
prolongar mucho los estudios de seguimiento. Al no tener en cuenta esa
posibilidad, en 2012, la Doctora Polly Carmichael, de la Portman Clinic, de
Londres, en la que trabajó el Dr Domenico di Ceglie en los noventa, afirma
puede ser que erróneamente que entre los menores tratados en edad prepuberal se
consigue un 80% de resultados favorables al género de partida, mientras que en
los tratados en edad postpuberal el 80 % siguen optando por el género de
destino. Mientras la hipótesis de la
fase larga de negación se demuestra, se pueden objetar estos datos diciendo que
esa edad más tierna es más influenciable por definición, especialmente por
incluir la preadolescencia, que los estudios de Psicología Evolutiva
caracterizan como de interiorización de las normas sociales y suma docilidad
ante ellas.
Supongamos que se ha elegido la permisión, como lo hacen varias de las
parejas de padres que conozco. Como principio para aprobar esta opción, vale la
afirmación de Freud de que las represión provoca neurosis por lo que debe ser
sustituida por una canalización de los sentimientos. Estoy de acuerdo y añadiré
unos matices que he vivido o visto en otras personas: la represión produce un
enquistamiento de las formas de los sentimientos, que tienden a quedarse casi
inmóviles aunque pasen decenios y que
haya siempre riesgo de un estallido liberador pero incontrolado; la
canalización, la expresión no explosiva, sino racionalmente controlada, permite
que evolucionen, que cambien, que se adapten mejor a las circunstancias.
La canalización fue el método que siguió el Dr Domenico di Ceglie, Director
de la entonces llamada Unidad de Trastornos de Identidad de Género de la misma
Portman Clinic de Londres.
Con Claire Sturge y Adrian Sutton, publicó en 1998 un breve escrito
titulado “Guidance for the management of gender identity disorders in children
and adolescents”, en el que advertía de las diferencias con los adultos, e
incluso entre la edad antepuberal y la postpuberal, y de que en esas edades los menores muestran
una gran fluidez a partir de la variación de género que hace que la mayoría evolucione
como gays o lesbianas, unos pocos como transexuales o transvestistas y algunos
como heterosexuales. Señalaba como método, en cuatro puntos, el asesoramiento a
las familias, una terapia que ayudase al desarrollo de la identidad de género
mediante la exploración de su naturaleza,
la aceptación del problema con la superación del secreto y apoyo al
menor y su familia para soportar la incertidumbre y ansiedad que acompañan el
desarrollo de la identidad de género.
Recomendaba como indicada una intervención tan temprana como fuera posible
en la vida del niño y a veces, (pero
ambiguamente expresado) una alteración secundaria del desarrollo de su
identidad de género, que podía referirse a acciones médicas que dividía en plenamente reversibles, refiriéndose
a la detención hormonal de la pubertad; parcialmente reversibles, incluso
mediante cirugía, que son la masculinización o la feminización hormonal; e
irreversibles, que son las quirúrgicas, que deberían posponerse hasta los 18
años, entendiéndose que las acciones anteriores podrían decidirse antes de esa
edad.
El Dr di Ceglie ha sido muy consciente de que “una
pequeña minoría” podía volverse atrás del cambio de género. En el Coloquio
Transiti, de Bolonia, donde tuve ocasión de oirlo dos años después, en 2000,
expuso la historia de una persona menor que pudo estudiar con ropa femenina y
recibir un tratamiento de detención de la pubertad; llegada a los 18 años,
antes de entrar en la Universidad, dio las gracias por la atención prestada,
pero decidió volver a su identidad masculina (aunque en aquel momento, no se
había hecho un seguimiento para constatar si se había tratado de esa “fase
larga de negación” a la que me he referido)
Existen hoy, por tanto, profesionales que han tomado
también una posición permisiva como ayuda y complemento de las decisiones
paternas en este sentido. Es verdad que, en ocasiones, podrían pedir una
retirada de la patria potestad, porque en todo caso, tanto padres como
profesionales deben velar por los mejores intereses del menor.
Éste no pertenece a nadie; provisionalmente, mientras
no es mayor de edad, debe estar sujeto a tutela, pero no a propiedad de nadie;
incluso, mientras tanto, es dueño de sí mismo, y como tal debe ser respetado.
La autonomía potencial o actual de la persona humana debe ser el principio
básico de una Pedagogía de la Variación de Género.
El menor va a ser educado para llegar a ser capaz de tomar las decisiones
sobre su propio género. Incluso podrá tomarlas progresivamente. Al acercarse la
pubertad deberá tomar las decisiones sobre el tratamiento de detención de la
pubertad, previo un proceso de información exhaustiva, en concierto con sus
padres y los profesionales, tanto para empezarlo como para retirarlo. A mi
entender, se debería aplazar las decisiones parcialmente reversibles (que
pueden implicar esterilidad definitiva, y una reversibilidad dependiente de una
cirugía de corrección), así como las irreversibles a la edad adulta, a no ser
que el aplazamiento de las primeras acarree problemas de salud corporal.
El segundo principio de esta Pedagogía debe ser que la autonomía requiere
información; los menores variantes de género requieren conocimientos
especializados sobre sexogénero, formar grupos de trabajo con otros alumnos y
alumnas, cotejar sentimientos y experiencias, compartirlos (saliendo así con
naturalidad del secreto, e informando a su vez a los otros), e incluso, cuando
fuere posible, grupos de diálogo con otros menores variantes de sexogénero,
para discernir los parecidos y diferencias con otras personas.
En este proceso de información, los menores variantes de sexogénero
deberían ser también capaces de distinguir entre voluntarismo y realismo. Sin
dejar de soñar con técnicas futuras, deben ser capaces de distinguir sus
posibilidades y los límites en que van a vivir.
Esta distinción entre posibilidades y límites me parece esencial para su
bienestar futuro. La voluntad debe conocer lo conseguido y reconocer los
límites actuales, para no dejarse llevar por un torbellino de tristeza y
descontento, quizá propio de los que buscan la Fuente de la Eterna Juventud o
alguna similar, imposible en este mundo, que condiciona la existencia a los
límites/posibilidades: es posible vivir una existencia femenina o masculina,
siendo consciente, con naturalidad, de las propias imperfecciones y las propias
posibilidades.
= = =
Voy a detallar ahora algo más el desarrollo del método “Di Ceglie”, en las
siguientes etapas:
=en la edad prepuberal, se contará con el apoyo de la dirección del centro
de estudios, para permitir que la criatura variante de género pueda acudir a
clase, ser tratada por maestros y alumnos y en los documentos internos del
centro con el nombre y el género deseado;
=al acercarse a la pubertad, si sigue deseándolo, emprenderá un tratamiento
de detención de la pubertad;
=al llegar a la mayor edad legal, si sigue deseándolo, decisión personal
sobre hormonación y cirugía.
La primera etapa es fácil; no suele haber reacciones de acoso escolar por
parte de los compañeros cuando la identidad de género está bien definida ante
ellos y se siguen públicamente todas las normas del código de género; es más
difícil hacer admitir el afeminamiento, pero dentro de una identidad masculina,
o la homosexualidad, que rompen las normas de género.
En la segunda y la tercera hay más dificultades. En los actuales
tratamientos de detención de la pubertad se recomienda que no duren más de tres
o cuatro años; si se empieza hacia los doce o trece años, sitúan a la persona
variante de género en los dieciséis o diecisiete. Este tratamiento tiene la
ventaja de ser reversible. Si se
empezara un tratamiento de hormonación cruzada, sería reversible durante un
tiempo, pero luego irreversible (constituyendo a una castración química) Es
verdad que permite a la persona variante de género una mejor inserción social
futura en el género deseado, pero se arriesga a que, llegado el momento, no
deseara continuar, y tuviera que afrontar esterilidad, impotencia masculina y
operaciones de mamoplastia. Todo eso sería más irreversible si hubiera habido,
antes de la mayor edad, operaciones de genitoplastia.
Obsérvese que estoy hablando de una evolución en los deseos de la persona
variante de género y de seguir en todo momento su voluntad, que es la única
opción que se puede considerar. Ningún
profesional de la psicología es capaz, como si fuera una patología, de
diagnosticar ni menos de pronosticar una evolución tan fluida como la que
ocurre en la menor edad, y especialmente durante el tránsito de la edad
prepuberal a la puberal.
Es cierto que, cada año que pasa en el mantenimiento de la identidad
cruzada, refuerza las posibilidades de que sea definitiva. Según la historia de cada persona, sus afinidades, sus
proyecciones, será posible comprobar perspectivas razonables de acierto. El
diálogo sistemático de la persona variante de género con un psicólogo
especializado en adolescentes puede ayudarle a clarificar sus sentimientos y su
evolución, si se plantea en términos de ayuda libremente deseada, no de
imposición autoritaria ni de examen que debe ser aprobado, lo que suscitaría su
rechazo e incluso una angustia contraproducente.
Pero es imposible para la misma persona variante de género, para sus
padres, para todo profesional que les ayude, estar seguros de que los deseos de
los catorce años se mantendrán en edades sucesivas; la denegación del muchacho
atendido por Di Ceglie ocurrió con 18 años.
A partir de entonces, se requiere un avance cauteloso. Todo debe ser objeto
de cuidadosa evaluación. La persona variante de género puede tomar decisiones
parcialmente reversibles, si lo justifica.
Puede ser que no se deba mantener el detenimiento de la pubertad más que
unos tres años, de los doce a los quince, por ejemplo. Existe algún consenso médico,
no unánime, hoy por hoy en demorar la hormonación cruzada hasta los 16 años y
cualquier intervención quirúrgica hasta los 18. Pero si la única alternativa
para cubrir ese año entre los quince y los dieciséis, por ejemplo, fuera la
hormonación feminizante o masculinizante, se evitarían cambios naturales
irreversibles, como el de la voz, que
luego dificultarán una apariencia conforme a los patrones más generales de la feminidad,
o solo reversibles mediante cirugía, como la formación de las mamas, que se
puede volver angustiosa para un transexual masculinizante que viva hace tiempo
en su nuevo género. Teniendo en cuenta esta dificultad por lo que una parte
importante de los médicos consienten en un estudio caso por caso que permita
adelantarla.
La postura de estos médicos se puede considerar la fundadora de las de
avance cauteloso: en conjunto, consistirían
primero en la observación cuidadosa, por parte de los padres o del consejero
psicológico, de la evolución de la persona variante de género, y en el mutuo
acuerdo de todos los que intervienen: autonomía de la persona variante de
género, todavía no total, sino compartida por los padres, y libre ejercicio de
los profesionales.
Observación quiere decir seguimiento, no imposición; frecuentes diálogos,
una práctica de aconsejamiento, incluso de contradicción dialógica, pero
siempre abierta a entender las razones de la variación de género, y mutuamente empática, serían muy eficaces
para ir alcanzando la seguridad posible en cualquier decisión y en cualquier
dirección.
Una negociación con la persona menor variante de género le podrá presentar con
toda claridad la incertidumbre objetiva sobre su evolución, aparte de la seguridad
subjetiva que exprese, la necesidad de la prudencia y el estudio de las
posibilidades transaccionales.
Es deseable que
la persona variante de género se inserte bien en el esquema dual, de hombres
bien definidos y mujeres bien definidas. Pero es preciso que sepa que todos y
ella misma, forman parte de un conjunto difuso, en el que existen dos grandes
atractores estadísticos, por lo que quizá pueda mirar más definidamente su
propia realidad. Será cierto que tendrá más dificultades para el día a día en
una cultura binarista que si su apariencia fuera más binaria. Pero estas
dificultades seguirán existiendo, pues convendrá, por ejemplo en sus relaciones
afectivas y sexuales, que mantenga total
claridad y sinceridad en cuanto a su historia personal.
Lo mismo que
una persona variante de género, debe liberarse del secreto de su condición
(“soy transexual”), una vez liberada, una vez que viva conforme al género de
destino, no deberá tampoco convertirlo en un nuevo secreto. Para que la propia
persona transexual crezca segura, no deberá ocultarlo, en la medida en que su
sociedad lo pueda admitir.
En este sentido, en la época escolar, su sociedad inmediata también vería
en su experiencia una ocasión de educarse no binaristamente.
Nota. La Convención Internacional de los Derechos del Niño, adoptada por la
Asamblea General de las Naciones Unidas, en 20 de noviembre de 1989, que España
ratificó el 6 de diciembre de 1990, recoge el derecho a la identidad (en
materia religiosa, idiomática, de costumbres y cultura) así como a la libertad
de expresión (opinión) No sería difícil aducir, por ejemplo frente a las
autoridades escolares si fueren reacias, que la identidad puede entenderse en
cuanto identidad de género y la
expresión que el niño reclama es justamente la de sus sentimientos de género. He
aquí algunas de los preceptos de la Convención de los Derechos del Niño:
=Artículo 2. 1: Los Estados Partes respetarán los derechos
enunciados en la presente Convención y asegurarán su aplicación a cada niño
sujeto a su jurisdicción, sin distinción alguna, independientemente de la raza,
el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole,
el origen nacional, étnico o social, la posición económica, los impedimentos
físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del niño, de sus padres o de
sus representantes legales.
=Artículo 8. 1. Los Estados Partes
se comprometen a respetar el derecho del niño a preservar su identidad,
incluidos la nacionalidad, el nombre y las relaciones familiares de conformidad
con la ley sin injerencias ilícitas. 2. Cuando un niño sea privado ilegalmente
de algunos de los elementos de su identidad o de todos ellos, los Estados
Partes deberán prestar la asistencia y protección apropiadas con miras a
restablecer rápidamente su identidad.
=Artículo 12. 1. Los Estados Partes
garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el
derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al
niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la
edad y madurez del niño.
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