ENSAYO
Por Kim Pérez
Actualizado:
=30 de junio y el 1 de julio de 2012
=8 de julio de 2012
=9 de julio de 2012 (madrugada)
=11 de julio de 2012
=13 de julio de 2012
=15 de julio de 2012
=18 de julio de 2012
=22 de julio de 2012
PREPARACIÓN
Como mi amiga Ángela Gutiérrez me ha hecho ver la conveniencia de que reúna
mi teorización dispersa, lo hago, a mi manera, mostrando aquí mis herramientas.
Solo de vez en cuando incluyo unos breves resúmenes de mi anamnesis, como
ilustración de lo que expongo. Sé que además, estas t.eorizaciones
son útiles por venir de una persona que ha hecho una transición de sexogénero,
analizando detalladamente sus complejos sentimientos.
El nombre de “Reconstrucción” sugiere que se
trata de recuperar algo que se había destruido o más bien perdido; sería la
conciencia de mi naturaleza profunda hipoandrogénica, tan cercana en esas
profundidades a la de una mujer. Sin embargo, no la he podido ver desenvolverse
con la naturalidad que le correspondía, debido a una cultura binarista de
género, que no me ha dejado sitio para existir, en medio de mil prejuicios,
represiones y culpas. ¿Cómo hubiera podido ser mi vida, si hubiera podido
vivirlo y ver evolucionar libremente mis sentimientos?
=1. CONJUNTOS DIFUSOS DE GÉNERO: HIPOANDROGENIA
El embrión humano se forma ambivalentemente, con
dos mamas y un tubérculo genital. En un momento dado de su vida prenatal
empieza a recibir un flujo de andrógenos.
Los flujos mayores,
determinan la formación de un varón; los menores, la formación de una mujer.
Obsérvese que he dicho “mayores” o “menores”; ¿pero en qué punto se hacen
mayores o menores?
No se puede precisar con exactitud, aunque
se podría fijar un promedio estadístico, más exactamente, una moda, para unos y
otros.
Los varones pueden alcanzar un máximo no
definido, las mujeres alcanzan un mínimo tendente a 0.
Pero también hay varones poco
androgenizados, mujeres muy androgenizadas, y entre unas y otros,
personas definidamente intersexuales, y éstas, también en más o menos.
La realidad de la sexuación de la especie
humana se parece más a un continuo que a una división tajante entre hombres y
mujeres. Hay hombres muy masculinos, otros menos masculinos, otros casi nada
masculinos, hay intersexuales con distintos grados de interexualidad, hay
mujeres casi nada femeninas, otras a medias y otras muy femeninas. Ésta es la
realidad que podemos ver en la calle o en nuestras casas.
Este hecho observable se formula muy
bien en los términos de la Lógica Difusa o de los Conjuntos Difusos, enunciados
por Lotfi A. Zadeh en 1963.
Partiendo de la variabilidad de cada
persona, sería posible medir (si no ahora, en el futuro) la cantidad de los
flujos de andrógenos recibidos en su edad prenatal, y situarla en el conjunto
como más o menos alta, media o baja, con límites difusos entre estas tres
categorías.
Esto la sitúa en un conjunto difuso, cuyo
criterio de pertenencia es de “más o menos”, no de “sí o no”, como en los
conjuntos cerrados de la lógica clásica.
Las personas concretas pertenecemos entonces más o menos al conjunto de los
hombres o más o menos al de las mujeres, y son concebibles muchas situaciones
intermedias como las que hay en la realidad.
Esta concepción, tomada por si sola, parece
desarticular o difuminar la realidad sexual, pero el concepto de
variabilidad casi infinita se ve compensado por la realidad de los “atractores
estadísticos” que concentran a su alrededor, también en más o menos, a la mayor
parte de los elementos.
En la sexualidad humana, los atractores
masculino y femenino funcionan en medio de la dispersión numérica de la
androgenación atrayendo también en más o menos a la mayoría de las personas.
Por tanto, los varones se sitúan más o menos cerca de su atractor (que es lo
mismo que decir más o menos lejos) y las mujeres más o menos cerca del
suyo
Los andrógenos también
actúan en más o menos sobre la formación de los cerebros, generando un
dimorfismo cerebral difuso. Pero bajo la acción diferencial de los andrógenos,
los cerebros generan conductas y preferencias diferenciadas.
Además puede haber una
diferenciación en la androgenación cerebral frente a lo fenotípica. Los flujos
de andrógenos no se dan en un solo momento, sino en varios, masculinizando más
o menos el fenotipo y más o menos el cerebro.
Si se han definido los fenotipos conforme
al atractor masculino o al femenino, los cerebros pueden mostrar sin embargo
una hipoandrogenia y una hiperandrogenia más o menos cruzadas, que generarán
conductas e identidades más o menos cruzadas, en sentido femenino y
masculino.
Los flujos altos de andrógenos producen más
desarrollo muscular fenotípico, por tanto más necesidad de actividad y también
más acometividad; los flujos bajos producen conductas más tranquilas y pasivas,
y su presencia o ausencia, tendente a 0, determina la existencia o no de
libido.
En todo lo expuesto, he seguido un esquema
nobinario, compatible con la existencia de dos atractores estadísticos, que no
dan lugar sin embargo a conjuntos cerrados (en los que el criterio de
pertenencia es “sí o no”), sino a conjuntos difusos (terminología de Zadeh) o
abiertos (en los que el criterio de pertenencia es “más o menos”. Todas las
personas somos más o menos hombres, más o menos mujeres, más o menos intersex,
más o menos masculinos, femeninos o neutros, más o menos heterosexuales u
homosexuales (como mostró Kinsey al descubrir una escala de
herosexualidad/homosexualidad) Todas tenemos algo de masculinas y algo de femeninas
(por lo menos, dos mamas y un tubérculo genital)
Por tanto, cada persona se incluye en dos
continuos, uno fenotípico y otro cerebral, que en las mayorías coinciden, pero
en una minoría pueden haber seguido androgenaciones diferenciadas. de modo que
la secuencia varón, intersex, mujer fenotípicos puede ajustarse con la
secuencia mujer, intersex, varón cerebrales, explicando así la existencia de
personas transexuales. Por eso se puede decir que los varones (fenotípicos)
femeninos (cerebralmente) se superponen conductualmente a las mujeres
(fenotípicas) femeninas (conductuales) y no a las mujeres (fenotípicas)
masculinas (conductuales)
Pero debo incluir aquí que acaso el cerebro
también puede mostrar una androgenación diferencial: partiendo de la hipótesis
de MacLean sobre que en los humanos exista un triple cerebro arcaico, medio y
moderno, podría ser que la androgenación de cada uno de ellos se realizara con
intensidades diferentes, por ejemplo, poco definida para el arcaico, algo
más para el medio y más para el moderno, lo que produciría una conducta
femenina en las relaciones de poder, más ambigua en las afectivas y una
identidad masculina como concepto de sí.
En cuanto a la cuestión de la utilidad
biológica de estas variaciones, es verdad que no todas las variantes sexuales
son igualmente funcionales reproductivamente, pues hay algunas estériles y
otras menos atractivas sexualmente o menos fértiles. Pero de las variaciones
sexuales depende la complejidad de la civilización y de ella la supervivencia
colectiva, ya más dependiente de la tecnología que de la biología: por poner un
ejemplo espectacular, nuestra supervivencia como especie depende de nuestra
capacidad de detectar y desviar un aerolito con dirección a la Tierra. Pero, en
proporciones cotidianas, sabemos hasta qué punto la medicina o la psicología
pueden ayudar a nuestra supervivencia, y ambas prácticas requieren largos
estudios a la vez relacionados con una al menos ligera hipoandrogenia en los
varones y una al menos ligera hiperandrogenia en las mujeres.
En estas y otras tecnologías y ciencias, se
dan unas circunstancias que muestran hasta qué punto la hipo- e hiperandrogenia
pueden suponer ciertas ventajas evolutivas para la especie en su conjunto, ya
que tienen ciertas desventajas para su atractivo biológico: los varones
cerebralmente muy androgénicos son muy deportistas o luchadores, biológicamente
atractivos, pero tienen que dedicar muchas horas a la actividad corporal, lo
que disminuye su capacidad de creación cultural, y las mujeres muy poco
androgénicas suelen ser muy maternales y cuidadoras, dedicando igualmente
muchas horas a sus familias, con lo que les queda menos tiempo para la
creación cultural, mientras que los varones cerebralmente hipoandrogénicos
pueden dedicarse mejor a actividades tranquilas como la lectura o el estudio y
las mujeres cerebralmente hiperandrogénicas son más inquietas, con lo que
pueden dedicarse mejor a los campos técnico, científico y artístico.
(En mi caso, una
androgenación con valores cercanos al atractor estadístico, generó un fenotipo
masculino, pero una hipoandrogenia cerebral, quizá inducida por el efecto depot
del progynon tomado por mi madre en 1940 y por el estrés de guerra sufrido por
ella ante los riesgos que seguía sufriendo mi padre, generó al parecer efectos
en tres niveles:
En el arcaico, una
tendencia al miedo en las relaciones de poder, que se convierte en placer de
sumisión y en deseo de un dominador/protector varón; esta tendencia se
puede definir como propia de mujer y genera una gran variedad de reacciones
afines con las de la mayoría de las mujeres, incluida la falta de deseo genital
hacia la mujer y la capacidad de entrega genital al varón.
En el medio, un
temperamento introvertido, tímido, casero, pasivo, poco combativo, no deportivo,
sentimental, sensible, sensitivo, fácil al llanto, más cercano al
de las mujeres que al de los varones. Pero no llega a generar amor hacia los
varones, y aunque es sensible a la hermosura de la mujer, no llega a generar
tampoco amor hacia las mujeres.
En el moderno, una
identidad o concepto de mí formada en sentido masculino hipoandrogénico hasta
la pubertad, por lo que es masculina/impúber (la describía, coloquialmente,
como de "muchachillo ambiguo"); genera una homofilia o sentido de
grupo con los semejantes dirigida hacia otros varones ambiguos, como los
homosexuales pasivos, pero no a varones hiperandrogénicos activos; tampoco
dirigida hacia las mujeres en general.
La
identidad como muchachillo ambiguo pareció convincente mientras, primero, no
tuve una experiencia evidente y estable de deseo de sumisión hacia el varón, y,
segundo, no dispuse de la herramienta de la hipótesis de MacLean para
establecer mis aparentes contradicciones en tres planos biológicos en los que
la androgenación puede ser mayor o menor)
=2. SUBJETIVIDAD Y OBJETIVIDAD
"Yo soy yo", es una intuición
inolvidable. "Yo que me veo por dentro soy esta persona que veo por fuera".
O acaso al contrario: “Yo que estoy aquí,
yo por fuera, soy yo por dentro”.
"Yo soy distinto de ti".
"Soy distinto incluso de mi cuerpo".
Es una intuición asombrosa. Lo
primero, divide el mundo en dos, por dentro y por fuera ¡Con tal desproporción!
¡Yo a un lado y el Universo, no-yo, a otro!
Segundo, es única. Solo yo digo yo en
el sentido en que yo lo digo: yo. Tú dices "yo" en otro sentido: tú.
Tercero, es interior, solo accesible a mí,
en gran parte inaccesible a todos los demás: ellos sabrán de mí solo lo que yo
les diga; incluso, mis sentimientos no puedo expresarlos del todo, quedarán en
mí.
Cuarto, está desnudo o es
pobre, distinto de todos los adjetivos que se le añaden, solo mira y siente.
Quinto, yo me veo por
dentro y soy la única realidad que conozco desde dentro; todas las demás,
incluso mi cuerpo, las conozco desde fuera.
Sexto, yo me veo siempre
en presente; veo cómo pasa por este presente la realidad pasada y la futura.
Decir "yo soy
yo" produce una conmoción, cuando se entiende por vez primera, porque
supone el descubrimiento de dos mundos esencialmente diferenciados: el interior
y el exterior; también se les puede llamar la subjetividad y la objetividad
(aunque en un sentido diferente del habitual, muy impreciso, que entiende lo
subjetivo como lo inseguro por ser solo personal, y lo objetivo como lo seguro
por depender de un consenso general; en todo caso debería usarse la palabra
"subjetivo" para lo intuitivo, que vive solo en el espacio interior y
es casi incomunicable, y la palabra "objetivo" para lo racional, que
es perfectamente comunicable y por tanto compartible; pero es mejor llamar
subjetivo a lo interior, lo propio de la realidad que ve, y objetivo a lo
exterior, lo propio de la realidad que se ve)
Al advertir la existencia
de lo interior y lo exterior, lo subjetivo y lo objetivo, podemos también
observar la relación transparente que este descubrimiento mantiene con la
transexualidad.
En general, yo me descubro
distinto de mi cuerpo; puedo aceptarlo o no; por tanto, yo puedo sentirme
distinto de mi sexo o mi género y no aceptarlos.
Éste es el profundo
sentido de normalidad mental que representa la transexualidad. Ser humano
significa que no es necesario aceptar nuestro cuerpo, pues si fuera necesario,
no nos encontraríamos con que todos establecemos ese distanciamiento.
El espejo suele ser el
lugar en que quien dice "yo" se encuentra con asombro con la realidad
del cuerpo que le corresponde. Las reacciones pueden ser más comunes de lo que
suponemos. Una mujer puede ver en él con dolor que le ha correspondido una cara
fea; desearía que no fuera la suya (Rosa Chacel) Es la misma clase de
distanciamiento que siente una persona transexual; y es natural, y
frecuente.
Se establece entonces una
distancia entre "yo" y "mi cuerpo" que es más perfectamente
humana que si no existiera; si pensáramos todavía que "yo" soy
"mi cuerpo". Se puede corregir entonces ese desagrado, puesto que lo
que yo veo es distinto de lo que quisiera ver: el maquillaje es la forma más
sencilla para intentarlo; o la cirugía.
Este esquema de "yo
soy yo" o "yo soy esto" aplicado a la transexualidad sirve
también para explicar uno de los hechos frecuentes en ella, la alternancia de
identidades sociales.
Muchas personas
transexuales vacilan entre una identidad femenina y otra masculina, vacilación
que puede ser tomada como un juego o como una duda angustiosa e incluso una
señal de transexualidad imperfecta; puede establecerse desde luego como
identidad trans, o intersex, ni de hombre ni de mujer.
Pero no es una señal de patología que haya
que resolver primero, una actitud calificada de esquizoide o esquizofrénica: en
ella, la persona que dice "yo", sintiendo esa realidad interior como
única e integradora, vacila solo ante su realidad exterior.
La razón más simple de esta vacilación
puede darse cuando hay dificultades objetivas que impiden definirse
socialmente. Pero puede haber otra vacilación más profunda, cuando son
sentimientos masculinos y femeninos los que se alternan, confundiendo a la
persona que los contempla.
Una explicación de por qué esto es posible
puede derivar de una androgenación diferencial de los tres cerebros arcaico,
medio y moderno de MacLean. Si están diferentemente formados, podrían dar lugar
a sentimientos sexuados diferenciados. En éste caso, la manera de resolver la
cuestión sería tomando conciencia de esa cuestión y jerarquizando esos
sentimientos.
Es el caso, como veremos, de una mujer que
tenga reflejos de sumisión sexual y que, a la vez, sea consciente de sus deseos
de independencia social. Lo único que tendría que hacer sería jerarquizar esos
sentimientos, relegando por ejemplo los primeros al papel de las fantasías sexuales
y priorizando su voluntad racional de independencia.
(La vacilación entre mis sentimientos
masculinos y femeninos me agobiaba y causó que durante muchos años no me
atreviera a decidirme, sabiendo que una fase de identidad femenina sería
seguida por otra de identidad masculina; de hecho, durante casi veinte años, a
partir de mis primeros treintas, opté por priorizar la identidad masculina y
por negar la femenina.
Pero desde Freud se sabe que la negación de
las pulsiones, a secas, no es viable, porque deben ser canalizadas, es decir,
reconocidas racionalmente de alguna manera. Yo limité la canalización a la
fantasía y su escritura, lo que en los años finales de ese periodo me llevó a
la obsesión.
Decidí entonces, por pura intuición,
alternar la jerarquización, priorizando la identidad femenina. Como me fue
mucho mejor, pese a las dificultades sociales, me estabilicé en ella.
Sin embargo, ahora puedo ver que la
vacilación continúa, aunque ya jerarquizada. La describiré como dos identidades
alternativas: una, la fantasía de la mujer sexualmente sumisa, bella, querida y
protegida; y otra la fantasía del Príncipe, gentil, querido y protegido (no
entra en la fantasía la ascensión al Trono)
Ambas fantasías son muy similares, salvo en
el sexo fundamental de las identidades. Pero la observación de que la fantasía
de la mujer ha estado abierta al deseo primario por un varón y también a
afectos secundarios por otros varones, mientras que la fantasía del Príncipe
parte de una base de heterosexualidad que no llega al deseo genital, me permite
jerarquizar estos sentimientos, sin negar ninguno, en una identidad intersex
cuya dimensión femenina reside principalmente en el plano cerebral
arcaico de MacLean aunque es más masculina en los planos medio y moderno, sin
llegar a definirse del todo; una hipoandrogenación diferencial en cada uno de
esos planos lo explicaría.
De hecho, cualquier intento de definición binaria me es muy
costoso. Una definición como varón heterosexual me es simplemente imposible,
aunque se apoyaría en mi difusa heterosexualidad. Una definición como
varón homosexual me sería más posible,
en cuanto que suele incorporar algunos elementos de ambigüedad, pero me
enfrentaría con que no soy homosexual, sino homoafectivo u homófilo. Una definición
como mujer heterosexual me fascina, pero choca continuamente con mi
experiencia, pues debo traducir las experiencias de mujer al lenguaje masculino
para entenderlas. Una definición como mujer homosexual no sería tampoco
posible, pues no soy mujer ni mi deseo por la mujer es genital. No me queda,
para sentir que me sostengo sobre el suelo firme de la realidad, más que
definirme como varón ambiguo, lo qque inmediatamente suscita recuerdos de
infancia y adolescencia que me conmueven enterneciéndome, lo que me denota que
he entrado en el terreno de mi realidad.
Ambiguo hasta el extremo de haberme
emasculado y estar contento de la emasculación. O de reconocer en mí una base
de heterosexualidad, pero saber que no llega a la genitalidad. O advertir un fondo
homoafectivo muy intenso, que en ocasiones puede llegar a una homosexualidad.
Todo ello, para mí, lo veo como suelo firme)
=3. EL CÓDIGO DE GÉNERO
En todas las sociedades, existe un Código de
Género conocido por todos sus integrantes, de manera consuetudinaria y también
escrita en parte. Como código, es un conjunto de normas de conducta, que prevé
castigos muy severos en caso de infracción. Históricamente han ido de la
irrisión a la pena de muerte.
El Código de Género procede de la división sexual y de sus consecuencias
para la reproducción. Constituye el núcleo constitucional de las sociedades
prehumanas y de las primeras humanas. Mientras que en las sociedades animales
funciona instintivamente de manera correcta, en las humanas funciona por conciencia,
aprendizaje y coacción, lo que deja lugar a numerosas variantes, así como la
posibilidad de errores de planteamiento y hasta de desaparición.
Entre los mamíferos primates, de los que somos una parte, la forma más
elemental del Código de Género es la necesidad de que las madres cuiden de sus
hijos durante la lactancia y su menor edad y el resto del grupo social cuide
del conjunto madre/hijo. Las funciones sociales se dividen por tanto en dos
clases, una, las madres/hijos, y otra, las otras hembras y los machos, la
primera, protegida, y la segunda, protectora. En los babuinos, esto se
materializa, durante la marcha del grupo, en tres sectores: una circunferencia
externa, la de los machos adultos, una interna, la de las hembras adultas, y un
círculo más interior, de las crías machos, hembras (o intersex) Entre los
humanos, postulo que este régimen es propio de las sociedades aprovechadoras de
frutos, raíces, miel, carroña y pequeños animales, (huevos, conchas, insectos,
peces, reptiles, aves y mamíferos)
Entre los humanos, capaces de innovaciones
técnicas que mejoren su nutrición y supervivencia, llega a ser muy efectivo el
funcionamiento estructural de su sociedad (sigo a V. Gordon Childe), en la que
se observa una infraestructura de cambios técnicos con consecuencias económicas
y una superestructura de cambios de mentalidad, costumbres y formas de gobierno
derivados de los anteriores.
En este cuadro estructural, el desarrollo de las armas arrojadizas permite
la caza organizada de grandes animales, la cual requiere movilidad, agilidad y
fuerza muscular. Esto produce una división sexual del trabajo: caza y guerra
por un lado (vida de campo) y cuidado de los hijos por otro, al que se añade el
secado de la carne, la cocina y el curtido de las pieles (vida de campamento)
En algunos pueblos, las mujeres más androgénicas fueron aceptadas en la vida de
campo, y los hombres menos androgénicos, en la vida de campamento, unas y otros
recibiendo el status de hombres y mujeres socialmente funcionales. El Código de
Género sigue con su orientación fundamental, asegurando la reproducción, pero
se transforma al añadir al método de protección por el de dominación: los
hombres armados no son solo protectores, sino dominadores, y las mujeres con
sus hijos no serán solo protegidas sino dominadas. La dominancia/sumisión,
unida a la provisión de alimentos, trae como efecto una sobrevaloración
cultural de los dominadores y una infravaloración de las dominadas. Todos estos
aspectos de las sociedades cazadoras (“paleolíticas superiores”) se han
observado antropológicamente entre los amerindios de las praderas de Norteamérica.
(Esta historia la viví en un grado menor. Pasaba con mi padre
largas temporadas en el Cortijo de Cañada Alta, término de Moclín. Allí aprendí
a cazar, incluso conejos en el monte, pero lo dejé porque no me interesaba. Me
gustaba quedarme en la casa, tras los cristales de las ventanas, y jugaba a
veces con la hija del Guarda, que era de mi edad, a hacer “mulicos” con dos
bellotas verdes y unos palillos de dientes, y “cortijicos” de barro con vigas
de otros palillos. También leía a todas horas, subiéndome al granero solitario
y sentándome encima del trigo. No se me ocurría irme con el hijo, un poco mayor
que yo, que guardaba una punta de cuatro o cinco yeguas, pese a que era amable
y simpático, y que me hubiera enseñado a hacer flautas de caña, o a tirar con
honda o a montar a pelo, si yo lo hubiera deseado. Pero no lo deseé.
Por eso, puedo estar segura de que si hubiera vivido en un pueblo cazador,
hubiera preferido quedarme en el campamento muchísimo más que ir al campo a
cazar grandes animales o a combatir con otros guerreros. Me hubiera encantado
el privilegio (así lo habría sentido de no tener que salir a hacer cosas tan
peligrosas, y poder permanecer en la tranquilidad del campamento. Todos habrían
pensado que me gustaban las cosas de mujer, y que por tanto, sería para ellos
una mujer, aunque yo sería consciente de mis diferencias temperamentales e
identitarias con las mujeres. Si me hubieran propuesto vestirme como una mujer,
lo habría aceptado con gusto y naturalidad, y si hubieran querido casarme con
un hombre, siendo fundamentalmente pasiva, hubiera asentido, con placer
incluso, pues en mí, la sumisión a un varón es más placentera que mi
orientación, que es hacia la mujer, pero con ningún deseo.
En tiempos de decadencia de la caza por
sobreexplotación, la invención de la agricultura de huerto por parte de las
mujeres desde el campamento, y la de la ganadería, por parte de los varones,
dos razones infraestructurales, trajeron una bifurcación del Código de Género,
como superestructura.
El Código de Género de las sociedades labradoras, llegó a una
preponderancia social, por parte de las madres y abuelas, que dio origen a
sociedades matrilineales (no “matriarcales”), fundadas en la seguridad de la
sucesión materna. La propiedad de la tierra correspondía a la mujer, incluso en
los primeros reinos, en los que la mujer legitimaba al marido como soberano.
En las sociedades pastoras, más parecidas a las cazadoras, nómadas, se
estableció el patriarcado. El Código de Género se estableció sobre la base de
una dominación patriarcal, que tuvo que afrontar la inseguridad de la sucesión
paterna, mediante el dominio celoso de las mujeres, para que hubiera certeza en
las sucesiones patrilineales.
La agricultura pasó de las mujeres a los hombres con la invención del
arado. Cuando sus excedentes se hicieron suficientemente grandes abrió el paso
al comercio o trueque, luego a la artesanía, la minería y la escritura, y empezó
la sociedad mercantil, que duraría hasta la industrial, desde el siglo
XVIII.
En algunos pueblos mercantiles sobrevivió
el Código de Género patriarcal creado en las sociedades pastoriles. Los
ejemplos más notorios son la institución del gineceo de la Hélade clásica,
heredera de los conquistadores nómadas de la Edad de Hierro, como confinamiento
hogareño de las mujeres, excluidas de toda vida social o pública. Y el régimen
de la mujer de los judíos, herederos de los pastores de habla semítica, y unido
al helénico para después configurar el régimen cristiano, algo más distendido
(existencia de reinas y mayorazgas)
En todas estas sociedades, la fuerte
mortalidad de las madres y de los hijos y la realidad de que la familia era la
única forma de seguridad para sus integrantes, hacía necesaria la procreación
de muchos hijos, para que sobrevivieran algunos, con lo que la vida de las
mujeres debía centrarse del todo en sus hijos; si se añade a este rigor
biológico el artificial de la patrilinealidad, con su correspondiente
preocupación por asegurarla, la salida de ambas situaciones era el
confinamiento de la mujer en su casa, vigente hasta el decenio de los setenta,
del siglo XX.
La sociedad industrial, con sus
posibilidades de seguridad social (desde 1870, en Alemania), el progreso de las
técnicas y de las ciencias, especialmente el de la Medicina, la afirmación de
la vida de madres e hijos, han sido condiciones infraestructurales para
disminuir el número de los hijos y por tanto liberar a las mujeres de su
exclusiva dedicación a la maternidad.
En la sociedad postindustrial, informática, de
ahora mismo, estas condiciones permiten que en los pueblos donde más se ha
implantado, el Código de Género se volatilice en su valor jurídico, pues al
potenciar la cerebralidad sobre el resto de la biología, se llega a un
matrimonio igualitario, sin diferencias de sexo, por lo que deja de haber
situaciones legales distintas entre hombres, mujeres o intersex. Puede
subsistir, muy atenuado, por la fuerza de la biología y de la costumbre, aunque
en formas desvaídas. Sigue habiendo por ejemplo una moda de hombre y una moda
de mujer, por razones de potenciar el atractivo de cada sexogénero, pero a la hora
del trabajo o del estudio se elige ropa unisex pero más bien masculina
(chándales, etc)
En otras sociedades en que la industrialización y la informatización no se
han desarrollado todavía con la misma fuerza, pueden sobrevivir
remanentes del Código de Género, aunque con una creciente contestación interna.
El caso más fuerte es el del integrismo islámico actual, donde el patriarcado
antiguo sobrevive con la fuerza de una reacción exasperada contra el
libertinaje occidental; se observa en él una exaltación rigorista del
Código de Género antiguo (mujeres veladas, confinadas en la casa), a la vez que
se perpetúa una desviación, pues el cuerpo legal deja de tener como objetivo
primordial el cuidado de los hijos (que se presupone en la mujer), para sustituirse
por el servicio al marido.
=4. IDENTIDAD DE GÉNERO
La identidad de género es en parte una
abstracción, un concepto, un nombre, y por tanto está sujeta a
error, y a cambio, como todos nuestros pensamientos; y por tanto,
depende de los conceptos o nombres que existan o no en cada cultura; pero
también es una intuición de lo que se es en relación con otras personas, un
sentimiento de lo real de esa relación.
Los animales que no son capaces de abstracción no tienen identidad de
género, solo sexo, expresado pulsionalmente, no reflexivamente.
La identidad de género se forma entre los humanos por aprendizaje de otros
humanos y por descubrimientos propios. El aprendizaje trata de datos objetivos
relacionados con el lenguaje, con sus géneros masculino o femenino aplicados al
infante (=el que no habla) y a sus padres y con el código de género vigente en
su sociedad, hasta ahora binarista, en materia de símbolos vestimentarios y de
costumbres. Los descubrimientos propios son subjetivos porque tienen que ver con
el sentimiento interior de afinidad con uno de los géneros y de
desafinidad con el otro.
Generalmente, la identidad de género se forma alineada con el fenotipo y la
opinión objetiva de las otras personas, pero a veces se forma cruzada,
basándose en un sentimiento de afinidad con el otro, que puede ser explícito o
quedar secreto.
Como estos sentimientos de afinidad o desafinidad se forman a edades muy
tempranas, hacia los tres años, son muy firmes y duraderos. Constituyen la
identidad personal de una manera tan profunda, que parece congénita,
constitucional de la personalidad, casi biológica.
En la mayoría de las personas, la identidad lineal con el fenotipo es tan
profunda y evidente que se mantiene durante toda su vida. Pero una minoría
tiene historias personales diferentes.
(Desidentificación de la primera identidad lineal respecto al fenotipo) En
algunas, el aprendizaje objetivo y los sentimientos subjetivos de afinidad
llevan a una identidad lineal que se mantiene solo durante algún tiempo, hasta
que los datos disponibles evidencian poco a poco a una desafinidad profunda, no
perceptible a primera vista, con el género por el que se sintió la primera
afinidad, y a una afinidad mayor con el otro.
Los datos del aprendizaje objetivo, si son binaristas, no dejan lugar a esa
nueva identidad, que es más lineal respecto a los sentimientos de quien la
experimenta, pero parecen objetivamente cruzados, inexplicables, ya que no se
alinean con el fenotipo.
Se produce entonces una desidentificación, con respecto a la identificación
anterior, que si no tiene apoyo externo, resulta muy traumática. Algunas de las
personas que la experimentan se sienten muy culpables, pueden dar pasos
compulsivos, poco meditados, socialmente demoledores, que agravan su
sentimiento de culpa. Otras, faltas de conocimiento de los procesos que las
agitan pueden optar por una ética de la transgresión validada como transgresión
o rebeldía política y moral. Un placer parafílico puede aparecer, como solución
simbólica a problemas reales (por tanto, no una solución real), que se
estabiliza en cuanto aparente solución, pero fracasa en cuanto que es
solo simbólica, lo que agrava todavía más los sentimientos de culpa.
La agitación de los sentimientos y las sensaciones sexuales que acompaña a
esta desidentificación produce cansancio y fases cortas de negación, que se
llaman purgaciones, en las que se pretende retornar a la primera identidad
lineal, y para eso se niega, se rompe o se tira todo lo relacionado con la
nueva identidad cruzada, amigos, escritos, ropas. Sin embargo, cuando se ha
llegado suficientemente lejos en el desafío a la cultura binarista, y ésta ha
castigado duramente la transgresión del Código de Género binarista, la fase de
negación puede durar también muchos años.
La solución real está en comprender las razones profundas de la nueva
afinidad, que pueden estar en la hipoandrogenia XY y la hiperandrogenia XX,
cuyos efectos pueden no haberse hecho visibles hasta la pubertad.
Esto puede hacer desaparecer la compulsividad, la parafilia y los
sentimientos injustificados de culpabilidad, y procurar un desarrollo armónico
de la persona y de su relación con el medio social, si está a su vez abierto a
una visión no-binaria del sexogénero.
(Desidentificación de la primera identidad cruzada respecto al fenotipo)
Hay personas que consiguen permanecer en su primera identidad, generalmente
gracias a la aceptación de su familia y del medio. Estas personas consiguen
crecer expresando espontáneamente, intuitivamente, sus tendencias hipo- o
hiperandrogénicas o de alguna otra clase todavía no descrita.
Pero es más común que estas personas, en el paso de la niñez a la
adolescencia, experimenten la presión de un medio social binarista, y decidan
someterse a las normas del Código de Género vigente. Se puede observar que el
tránsito de la pubertad, que ha hecho ansiar la liberación a quienes se han
encontrado en la situación anterior, puede encerrar en el armario a quienes se
encuentran en ésta, iniciando una fase larga de negación.
Esta fase larga puede durar muchos años, quizá una vida entera. En ella,
atenazadas por el miedo, las personas que la sufren pueden hacer, si son XY,
ensayos de hipermasculidad o si son XX, de hiperfeminidad, barbas, bigotes o
maquillaje, culturismo o estereotipos femeninos, buscar novias o novios,
casarse convencidos de que “esto es una niñería y casándome se me pasará”,
etcétera.
Pero generalmente la situación no es interiormente sostenible, lo que hace
que termine la fase larga de negación. En estos casos, se observa empíricamente
que el tránsito suele hacerse reflexivamente, no compulsivamente, no
parafílicamente, quizá porque se tiene conciencia de que se retorna a una
primera identidad más verdadera y profunda.
(He vivido desde dentro la desidentificación de
la primera identidad lineal con el fenotipo, y puedo explicarla con mayor
detalle. La existencia en mi familia de padre y madre, hermana y yo, me
permitió visualizar el Código de Género claramente y sentir a la vez mi
afinidad con el género masculino, hasta los 7 años.
El momento más definitorio fue, hacia los 5 años, cuando comprendí, por mí
mismo, el siguiente esquema:
=Mi madre me quiere a mí.
=Mi padre quiere a mi hermana.
Lo que me pareció un reparto justo.
También por entonces,
comprendí que no me atraía jugar con la muñeca Gisela de mi hermana, y el tebeo
de niñas que una vez le compraron, pequeño, de historias sosas para mí, y lleno
de figuras con la cabellera muy larga y rizada, me resultaba muy extraño y
ajeno. Yo amaba el avioncito con alas de papel fuerte enmarcadas en fina balsa,
que volaba de verdad con una gran hélice y una goma que se enrollaba; las
maquetas de casas de pisos que se hacían en el semisótano de una casa de al
lado, y leía con interés los tebeos, más grandes, de Roberto Alcázar y El
Guerrero del Antifaz, aunque no me llamaban la atención los puñetazos y
estocadas, sino los ambientes que describían.
Puedo deducir que mi
primera identidad alineada con el fenotipo era suficientemente sólida, aunque
dependía del cerebro medio y el moderno de MacLean. Sin embargo, la había
configurado sin convivir con ningún otro niño varón, y al entrar en el colegio,
con 7 años, empezaron los problemas, todos relacionados con mi hipoandrogenia
(timidez, introversión, afán por la lectura) Con 8 años, tuve un choque con un
compañero, que después contaré, y que me produjo un miedo insuperable, que
activó mi cerebro arcaico al llevarme a una fantasía de sumisión; desde
los 9 a los 13 años estuve completamente aislado, y a los 13, la pubertad de
mis compañeros, un año mayores que yo, me produjo un profundo rechazo o
incomprensión, un sentimiento de extrañeza de mí, quizá derivado de que para mi
cerebro arcaico fuera imposible reconocer como propios los genitales madurados
y funcionales, lo que determinó la negación de mi primera identidad y la
entrada traumática en la transexualidad, con sentimientos propios de los
cerebros medio y moderno, tales como deseo de Fusión con la Imagen de la
Mujer en el Espejo, parafilia, compulsividad, falsas culpas muy intensas,
muchas fases cortas de negación y una larga que duró dieciocho años)
=5. SUMISIÓN Y PROTECCIÓN
Veamos la situación básica entre muchos
vertebrados (recuerdos espontáneos: gallos y gallinas; lobos y lobas; ciervos y
ciervas) La mera presencia de un animal hiperandrogénico ante uno
hipoandrogénico genera una reacción de miedo, por la mayor acometividad
inducida por los andrógenos. Como en muchas especies va unida a un mayor
desarrollo muscular y mayor tamaño corporal, el miedo se hace más intenso.
La amenaza genera placer en el dominante, y
el placer inhibe la agresión. La agresión inhibida genera sumisión en el
dominado y otra forma de placer.
Así se instala un sistema de amenaza/miedo
- placer dominador -inhibición - sumisión -placer dominado, que estructura la
primera sexualidad. En el cortejo, la fase de miedo se ritualiza en forma de
huida, que aumenta el deseo del dominante. Una vez creada esta
estructura, se estabiliza en forma de posesión/protección (condicionada a la
sumisión, lo que en los humanos llega a ser muy peligroso), que en principio es
útil y adaptativa para asegurar la procreación, al cuidar el más fuerte de la
madre y de los hijos.
Entre los humanos se puede
reconocer la existencia de ese conjunto de memorias colectivas y pulsiones del
cerebro arcaico que llevan a la sumisión/protección de la mujer, aunque el
análisis del cerebro neocortical las puede mirar con distanciamiento y
preocupación; no exentos de una nostalgia sentimental. Lo que quiero
plantear es que esta pulsión arcaica pueda darse también en personas XY muy
hipoandrogénicas o feminizantes y tenga el mismo recorrido alternativo que en
las mujeres (o sumisión efectiva o distanciamiento)
La dominación/sumisión es
una relación binaria. Por una parte, el dominador desea la dominación absoluta,
por lo que tiende a eliminar a sus rivales. Por otra parte, la dominada puede
desear que su dominador sea también absoluto, para ganar una protección
absoluta, pero en ella queda siempre un resto de capacidad de fuga, tendente a
la supervivencia.
Pero la conciencia y la inteligencia
humanas se alarman racionalmente ante el deseo de sumisión presente en muchas
personas, especialmente cuando se sabe que se activa ante el miedo y las
agresiones.
La combinación agresión/placer/sumisión es
siempre humillante y puede ser mortal, probadamente. Si está presente en
algunos equilibrios naturales, ¿cómo se puede racionalizar?
En primer lugar, afirmando que el ser
humano debe priorizar la lógica sobre cualquier sentimiento. Más concretamente,
sabiendo, desde Freud, que la existencia de las pulsiones no se puede negar,
sino que debe ser asumida y canalizada. Esto es posible desde el momento en que
se comprende que no toda nuestra existencia es pulsional, ni menos limitada a
las pulsiones del plano arcaico de nuestro cerebro, sino que en ella hay
sentimientos y razonamientos, generados en los planos cerebrales medios y
modernos que ensanchan nuestra manera de ser.
(Mi experiencia del deseo
de sumisión es muy temprana. Ahora me doy cuenta de que constituye mi verdadera
sexualidad.
Ha configurado toda mi
vida mi eroticidad. Creía no tenerla, incluso me declaré asexual, ante mi falta
de reacción y de capacidad fantaseadora tanto ante muchachos como muchachas
atractivos, hasta que una experiencia de 2010 me permitió identificar el origen
de mi placer.
Con unos cinco años, me
imaginé como un soldado raso a las órdenes de mi padre. Tres años después, con
ocho, un compañero mayor, más fuerte y más rudo que yo, me amenazó con pegarme:
“En la calle nos veremos”. Sentí pavor durante varias semanas y no fui capaz de
reaccionar. Ese mismo año, imaginé una fantasía completa de sumisión, cuya
función debió de ser sustituir el miedo por el placer del sometimiento total.
No la pude llevar a cabo, y me olvidé de ella. Cinco años después, a los trece
o catorce, en mi transexualidad, hubo un elemento erótico de identificación de
la mujer en cuanto sometida. Con veintiséis o veintisiete años, en Argel, pude
imaginar a mi dominador como viejo, grande, gordo, fuerte, barbudo, un
verdadero pirata, lo que significaba temor pero no amor. En el verano de 2010,
con sesenta y nueve, un acceso de fantasía de sometimiento me duró más de un
mes, día y noche, centrado en un dominador con el mismo aspecto que el que
imaginé en Argel, aunque en esta ocasión era un jefe yihadista.
Parece tratarse de una
sumisión arcaica ante un poder temible, fundada en la hipoandrogenia, sin asomo
de desafío androgénico. Por tanto, femenina y dirigida hacia un macho. Pero
como procede únicamente del cerebro arcaico, no alcanza sentimientos de amor.
Sin embargo, he tenido sentimientos de gratitud, respeto y cariño (límbicas o
neocorticales) hacia un hombre que me vio, como deseaba, con admiración,
ternura y cuidado.
En esos planos superiores,
yo no soy nada sumisa, más bien tiendo a ser insumisa y rebelde. La tendencia a
la sumisión tiene que ver solo con mi sexualidad, por lo que una gran parte de
mí me habría hecho rebelarme, por asfixia, contra cualquier intento de
dominación que yo no sintiera a la vez como asegurador o protector; yo tendría
que ser, desde luego, quien lo decidiera)
=6. HOMOFILIA
Me parece que la homofilia es el menos conocido
de los sentimientos humanos por razón de sexo. Es el sentimiento de afinidad de
los hombres con los hombres y las mujeres con las mujeres y debe de estar
relacionado con los cerebros medio y moderno de MacLean. Suele alcanzar su
mayor intensidad en la preadolescencia (“los niños con los niños y las niñas
con las niñas”), cuando sirve para formar la propia identidad de género, y va
acompañado a menudo por sentimientos de hostilidad al otro sexo que sirven para
delimitar mejor la propia identidad.
Tras
la pubertad, la estrecha homofilia, la simpatía ardiente por algunas personas,
como los “hermanos o hermanas mayores” o las integrantes de las pandillas
cerradas, puede evolucionar insensiblemente hacia conductas homosexuales
efímeras o duraderas. Desde las competencias por orinar más lejos, que permiten
ver los genitales, hasta los abrazos y lágrimas compartidos, la intensidad
hormonal de aquellos momentos se transforma rápidamente en un arrebato erótico.
Aún se prolonga en las pandillas hasta la veintena, con nuevas aventuras
compartidas, algunas muy arriesgadas y estimulantes, con las confidencias sobre
la vida sexual o los amores de los compañeros o compañeras. Esta homofilia
tardía está muy bien descrita en los tonos nostálgicos del tango que canta
“Adiós muchachos, compañeros de mi vida, farra querida de aquellos tiempos…”
Las
mujeres son intensamente homófilas, como lo prueba el interés por algunas
revistas de mujeres, con títulos que lo enfatizan, llevando las palabras
"Mujer" o "Ella" o "Para Ti", por ejemplo. En
ellas, sorprende la presencia absolutamente hegemónica de imágenes femeninas y
la muy residual de imágenes masculinas, y que los temas sean muy introvertidos,
exponiendo en gran parte de sus páginas imágenes de moda, que responden a la
cuestión de "¿qué me puedo poner?", o actividades en las que puedan
sentirse compañeras, tales como sus vidas profesionales contemporáneas, con sus
dificultades, como sus obligaciones específicas, como el cuidado de los niños o
la cocina. Menos son los temas extravertidos, en los que se exponen
intereses que suelen ser comunes entre las mujeres, pero no específicamente
femeninos, como la psicología, y sorprende la absoluta ausencia de cuestiones
más objetivas como la política o la ciencia (historia, física, astronomía), que
también interesan a muchas mujeres, pero no son culturalmente femeninas, lo que
hace ver que están centradas enteramente en la subjetividad cultural femenina.
(En
1991 comprendí que la homofilia (añado ahora: nacida de mis cerebros medio y
moderno, de MacLean) era intensa hacia los varones homosexuales y no hacia los
varones heterosexuales. Al llegar a Cogam, asociación gay de Madrid, en mi
salida del armario, me acogieron tres gays, y me sorprendió tanto que fueran
capaces de acariciarse de pasada o despedirse con un beso, que comprendí que
eran para mí un modelo de masculinidad diferente de la heterosexual.
De
hecho, siempre he buscado por esos cerebros medio y moderno un “hermano mayor”,
un varón que supiera más que yo de la vida y que me quisiera y protegiera:
Walter; Philippe; Jorge. Desde aquel momento de Cogam viene mi emoción por la
novela gay –no por la lésbica-, identificándome con ellos hasta las
lágrimas.
En
cambio, en mi cerebro moderno, no siento homofilia femenina, y en cambio
extrañeza y distancia hacia las expresiones colectivas de la mujer. Ambos
factores, mi homofilia por los varones homosexuales y por tanto ambiguos, y mi
falta de homofilia por la mujer, coinciden en que mi identidad haya seguido
siendo la masculina hipoandrogénica o de muchachillo ambiguo (muchachillo,
puesto que me identificaba solo con mi edad impúber) Mis genitales podían
parecerme aceptables solo en su forma impúber, siéndome extremadamente feos y
extraños en su forma púber. Habría deseado ser siempre impúber y pasivo, en mi
edad adulta, y más íntimamente, verme privado de esos genitales, tal como
estoy, pero sin dejar la identidad masculina/ambigua. Hablo de homofilia
masculina ambigua, pero no puedo hablar de sexualidad, puesto que en principio
es heterosexual, fascinándome los senos femeninos, pero no llega al deseo
genital, que me hubiera sido trabajoso y penoso. En cambio, partiendo de la
homofilia, mi ternura hacia los varones homosexuales puede convertirse con
facilidad en deseo de acariciarles.
Pero
el deseo por los machos animales, semioculto a la conciencia, puede derivar del
cerebro arcaico y ser más de hembra animal. Primero, me someto a un macho
poderoso que me supere en una relación de poder; y segundo, lo que me resulta más deseable de los varones
es el vello de sus brazos, el que veo en sus piernas ocasionalmente desnudas y
las sensaciones de sus barbas, siempre atractivas, sean pinchudas por
recientes, o suaves y acogedoras, ya crecidas)
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