sábado, septiembre 20, 2014

SUBJETIVIDAD

Kim Pérez

La noción de que yo estoy dentro de mí y todo lo demás parece fuera pero lo conozco sólo dentro de mí, es uno de estos hechos tan reales y tan asombrosos que, cuando se reconoce su dimensión central, son capaces de cambiar una civilización.

Porque nuestra civilización sigue completamente ajena a esto; no es el caso de la civilización de la India, en la que se sabe que todo soy yo, yo menor y yo mayor, pero aquí, aunque haya algunas personas que lo comprendan individualmente, por sí mismas, sin haberlo aprendido de nadie, no lo sabemos colectivamente.

Para poder referirme a este hecho con una sola palabra, le voy a llamar Subjetividad, porque tiene que ver con la condición de Sujeto de la Contemplación y de la Acción, de quien mira y quien hace, frente a la Objetividad del objeto de la contemplación y la acción, lo que miro y lo que hago.

Pero como todo lo que existe desde el punto desde el que miro lo veo desde mi subjetividad, se puede decir que todo es Subjetividad.

Fijaos que decir esto está a un milímetro de la frase “todo es subjetivo” que equivale a “todo es relativo” y que es la angustiada expresión del escepticismo y el desencanto de hoy. Espero poder mostrar la diferencia de matices.

Hemos formado lingüísticamente la contraposición entre subjetivo y objetivo pensando en lo que es cognoscible sólo por mí (la intuición) y lo que es cognoscible por todos (la razón); pero como esto es compatible con que yo puedo conocer lo intuíble y lo racional, todo entra dentro de mi Subjetividad.

Pero salgamos ahora de este hecho, que es el grandioso y sorprendente, para ver cómo nuestra cultura ha empezado a sentirlo y entenderlo.

En un principio, no terminado, creo que los humanos nos hemos visto y nos vemos simplemente como objeto del pensamiento, igual que cualquier otro, una persona más, vista por fuera. En la primera niñez, puede que hayamos hablado de nosotros en tercera persona. Hasta que poco a poco hemos descubierto el uso del pronombre “yo” y lo hayamos usado sin pensar en él.

Luego, vamos descubriéndolo, pensando en esa palabra, unos antes, otros después. Pero nuestra cultura, nuestro conocimiento compartido, no se ha fijado mucho en ella.

La hemos entrevisto, en la experiencia religiosa, quienes hemos hecho “examen de conciencia”, es decir, hemos mirado dentro de nosotros mismos, muy en serio, lo que hemos hecho bien o mal, y nos hemos acostumbrado a saber que somos responsables del bien o el mal que hagamos… de que soy yo, en una palabra.

Pero a la vez, esta realidad tendía a ser devaluada cuando se pensaba en “hágase tu voluntad y no la mía” o en la idea de ab-negación, o de negación de sí, como clave de la moral; también en la propia India, donde más fuerte es la percepción de la Subjetividad, se tiende a hacerme desaparecer como yo menor para propiciar que las barreras se rompan y que yo pueda entrar plenamente en el espacio donde yo sea yo mayor.

Así se ha llegado a una valoración sólo negativa de lo que llamo yo menor. Esta realidad negativa es verdaderamente negativa, y se ve en expresiones, de “ego”, como “mi ego”, en tanto que vanidad, o “egoísmo” o “egocentrismo” . Pero lo negativo son sólo efectos menores, poco entendidos. Para poder decir “yo” han sido precisos miles de millones de años de evolución, años o decenas de años de nuestra propia vida personal, y esto es un milagro que debe ser valorado como milagro, de efectos maravillosos.

Mientras no hemos llegado a verlo, ha sido más fácil pensar incluso sólo en la Objetividad y en vernos sólo como parte de ella. El materialismo dialéctico de Marx insistía en los procesos objetivos de la economía como base de la historia y del pensamiento humano, lo que es verdad en gran parte, pero llegó a extremar este descubrimiento en el sentido de oponerse al respeto a la subjetividad entendida como individualismo y falta de sentido social.

El efecto de pensar en una humanidad sin subjetividad fue considerar sólo su dimensión como “masas” y a cada persona como una simple pieza de la inmensa máquina social… lo que llevaba al asesinato y al genocidio como parte de la política… manera de pensar que de Lenin y Stalin pasó a Mussolini, Franco o Hitler con toda naturalidad.

Hay que decir que, al mismo tiempo, Planck y Heisenberg llevaban la ciencia, siempre objetivista, hasta el punto de que el materialismo dialéctico había pretendido ser científico, a un punto sorprendente: el experimento de las Dos Ranuras, en que si hay un Observador, los fotones que pasan por ellas actúan como partículas, y si no lo hay, se comprueba después que han actuado como una vibración sin más forma que la de la vibración.

En otras palabras, que si yo miro, el Universo, formado por estas partículas, existe, y si no miro, no existe.

O sea, lo que decía sobre la Subjetividad, siguiendo a Berkeley: todo lo que veo está dentro de mí y no hay nada fuera de mí que pueda ver… incluso esa vibración.

Que es quizá lo que los yoguis de la India y los otros místicos creen ver como yo mayor: esa vibración, esa negación de los contrarios, esa luz no existente, ese trascender de la ciencia, ese saber no sabiendo…


Pero que no será lo mayor: porque lo mayor no puede no ser casi nada, tiene que ser todo, y lo mismo que es interior a mis propios ojos, a mi propio ser, tiene que ver lo que ahora está viendo una hormiga y estar dentro de una ola que ahora mismo se levanta y cae en un planeta muy alejado de éste.

La belleza de Hermafroditus


Kim Pérez


Hay unas estatuas romanas maravillosas de Hermafrodita (o Hermafroditus), a quien alguna representa sobre un lecho, lánguidamente, incluso los brazos extendidos blandamente sobre su cabeza de cabellos largos bien peinados, dejando ver sus suaves pechos y unos genitales masculinos.

Es una imagen hermosa. Representa la belleza que se puede encontrar en Hermafroditus, la coherencia de su figura.

Siempre que veo alguna imagen parecida (por ejemplo, la de la italiana Eva Robin, desnuda), me asombra su naturalidad.

Quizá porque todas las personas tengamos en nuestro inconsciente la imagen de la mujer fálica, como algo natural, represente lo que represente.

Y es la de alguien que, entre dos, representa el tres, o que no es  ni uno ni dos.

Yo estoy también en el caso de ser el tres, pero de otra manera; mi mente es más bien ambigua, pero no he querido la genitalidad masculina.

O sea que existimos mujeres fálicas y personas ambiguas no fálicas…

Pero la cultura romana lo sabía y la nuestra sigue sin saberlo. Para la nuestra, siguen existiendo hombres y mujeres y punto.

Nosotres mismes lo hemos interiorizado. En nuestro esquema mental, siguen existiendo sólo hombres y mujeres: la consecuencia es que, cuando algo en nuestra manera de ser no encaja con este esquema, nos sentimos perdides (y encima en silencio, porque no nos atrevemos a decirlo), o equivocades o culpables.

Estamos acostumbrades a pensar en la a o la o! Qué trabajo nos cuesta aceptar la e, aunque es la que corresponde a nuestra naturaleza profunda!

Hace unos días, vinieron a mi casa a traerme una lavadora; uno de los instaladores,  me llamó, consideradamente, señora; pero en seguida dudó, y me preguntó “¿o señor?” Yo le respondí, “señora, que mucho trabajo me ha costado”. Pero me parece que no se quedó convencido, porque el uso lingüístico actual no es suficiente para nosotres.

En cambio, si hubiera caído en lo que ahora estoy pensando, le hubiera dicho “no soy ni señora ni señor” y él hubiera sentido que yo tocaba la realidad.  Le decía algo irrefutable, correspondiente a lo que él podía pensar. A lo mejor hubiera insistido “¿entonces cómo le llamo?” Y yo le hubiera respondido: “Entre los dos, prefiero que señora”.

Ésta es la cuestión de la belleza de Hermafroditus: no se sabe si es de hombre o de mujer pero los romanos sabían que existía, y la representaron con toda su delicadeza y su sensitividad.


La realidad es bella;  sabemos que no tenemos palabras ni desinencias apropiadas para representarla, pero no hay que cambiar la realidad, sino las palabras.

miércoles, septiembre 10, 2014

Arreglo



Kim Pérez


No me reconocería yo fácilmente en la imagen de una mujer concreta, aunque antes de empezar mi cambio, pensé en cómo sería después, y me imaginé como una guiri un poco destartalada, muy alta desde luego, que llevase en la mano o en un gran bolso una carpeta de dibujos o pinturas.

Me imaginé desde luego con el pelo gris, poco arreglado, la cara lavada y sin pintar: una rebeca gris y una falda recta y marrón, con medias opacas, nada sexy, porque yo no soy muy sexual, pero en cambio muy libre.

Acerté, porque después he sido más bien así. Además me imaginaba viviendo en una casa con un gran porche, también destartalado... Todo eso da libertad. 

Me faltaba imaginarme siendo niña o adolescente y el otro día lo conseguí, recordando a una amiga de esa edad. Habría sido tímida e introvertida, como en realidad lo fui, larga, vestida con una rebeca de color marrón, una blusilla o camisilla, y también una falda recta o tableada.

Me habría sentido a gusto vistiendo así. Hablando de mis lecturas de países lejanos con mi amiga, que vestía de esa manera, sintiéndonos muy igualadas. 

Las fotos que me hizo mi primo, mucho más joven que yo, el otro día, bien peinada, bien arreglada, con largos pendientes y una gargantilla, hubieran sido como las de Corte, una obligación agradable y hasta un cuento de hadas.

Me gustaría que esa fuera mi imagen de cada día, a condición de dejarme arreglar y peinar por alguien, pasivamente, pensando mientras tanto, sintiendo el agradable roce de unas manos sobre mi cabeza, una de las sensaciones más intensas y humanas, porque yo me siento incapaz de hacer por mí misma todos esos movimientos.

Aunque sí de soñar con ellos.

Yo soy yo


Kim Pérez

Actualizado, 18.IX.2014

Lo más asombroso es que yo sea yo, que yo esté aquí, en este cuerpo.

Tengo una perspectiva única de mí: mi cara, no la veo directamente. No la he visto nunca, salvo en espejos, fotografías... Veo mis hombros, a la izquierda y la derecha, mis brazos simétricos, mi torso, mis piernas, mis pies...

Son como son, me las he encontrado ya hechas, yo con ellas.

Ser como soy tiene algunas propiedades insólitas. Una de ellas es que yo soy distinta de mi cuerpo.

Yo soy la que veo. Y muevo mis manos delante de mí. Son mías, están conmigo, me han tocado. Es raro que éstas sean las mías. Que tengan esta forma.

Me pertenecen, pero no son lo que soy yo. Podría perderlas y yo sería yo, intacta.

Yo me veo por dentro. Yo soy mi pensamiento. Soy quien piensa. Veo con los ojos del pensamiento cómo pienso. Esto es la conciencia. Conciencia de mí. Y estoy aquí, pensando.

Estoy en un cuerpo.

En un lugar. En un tiempo. En una familia. Tengo un nombre. Una memoria.

Por eso yo, quien pienso, soy yo, mi figura, mi persona, mi máscara teatral, o del carnaval, que es lo que significa persona.

Cuando me miráis, no me veis. Veis mi figura, no veis mi pensamiento.

Es decir, soy tan interior, que sé que nadie puede ver lo que pienso. Verme.

Hablando yo conmigo misma. Amando, sufriendo, deseando, riéndome, llorando, por dentro. Me basta callarme, para ser hermética. Todo eso se puede deducir, por las expresiones de mi cara, pero no verlo tal cual es. Lo mismo que se ve cuando sonrío, que es sólo una señal, se puede ver con un electro lo que sea, las señales que transmite mi cuerpo, pero no lo que yo pienso, tal como es.

Yo me veo por dentro. Los otros me véis por fuera. Yo también os veo por fuera. También sé que no veo vuestros pensamientos: “¿Me quieres? ¡Dime que me quieres! ¿Cuánto me quieres?”

Estoy tan dentro de mí, que muchas veces no sé cómo deciros lo que siento. Me faltan las palabras. Estoy encerrada en mí.

Otra propiedad es que todo esto que es sencillo, tenemos que descubrirlo. Yo estuve unos años sin pensarlo, y de pronto lo vi.

Quiero decir que lo intuí. De golpe, en un momento. Me vi por dentro y vi un aquí y ahora. Me asombró, no se me olvida. Estaba en el pasillo de arriba de casa de mis abuelos, por la tarde, recuerdo el sitio. Pensé que tenía diez años.

Sé que hay quienes ya lo han visto y quienes no lo han visto. Yo lo preguntaba… bueno, lo pregunto.

Dos alumnos me dieron respuestas inequívocas. Uno recordaba que estaba jugando, mientras su madre guisaba; se subía en una silla y se tiraba. De pronto, una vez, al tirarse, se quedó quieto de pie en el suelo, pensándolo.

Debía de ser pequeñísimo, dos o tres años.

Otra tuvo que hacerse una operación, y al ir en camilla al quirófano, comprendió que estaba presa en su cuerpo, habría querido salir de él para evitar lo que le esperaba, pero no podía.

Si no habéis tenido esta intuición, pensad que ahora, en este momento, estáis leyendo estas palabras, y pensad que sois vosotros, vuestro pensamiento, el que está puesto en ellas. Os veis pensando mientras leéis.

O cerrad los ojos. Estáis pensando en la oscuridad. Es como si vuestro cerebro fuera una habitación cerrada. ¿Dónde estáis? Muchos me decían: “En el fondo”. ¿Os veis ahí?

Abrid una de las ventanas. Abrid un ojo. Mirad vuestra cara, desde dentro. Es imposible. Pero intentad ver algo de la fachada, desde dentro. ¿Veis una parte de la nariz? ¿O si sacáis un poco los labios, veis el de arriba? Si sois ciegos, veis que no veis… pero veis eso.

Mientras no se ha comprendido que yo soy interior, es como si hubiera un papel impidiendo verme por dentro. Tenemos la impresión de que sólo existimos por fuera, de que somos uno más, una tercera persona (fuera de mí y de mi cuerpo)

Hablamos de nosotros mismos como si fuéramos iguales que los otros. Pero yo soy yo, por dentro, y por eso, al decir yo, lo digo en un sentido único, distinto de todos los otros. Yo.

Este yo.

Esto es lo más raro. Yo soy única. Nadie es igual que yo. Sólo en el mundo yo soy yo.

Incluso si hubiera dos hermanos gemelos, identiquísimos, hasta en carácter, y yo estuviera enamorada de uno de ellos, y se muriera, y el otro me quisiera a mí, no sería lo mismo.

Siempre me diría: "¡Tú que ya no estás! ¡Tú!"


También es notable la intermitencia de mi ser. Aparezco y desaparezco por las noches. Me sumerjo en lo negro y desaparezco. Me da miedo cuando lo pienso, pero mi cuerpo, que no soy yo, trabaja mientras tanto, descansa, y al otro día reaparezco poco a poco.

A veces la desaparición, la inmersión en la oscuridad, sucede a un golpe (y me desmayo), o a un coma, o a una anestesia.

Hay un estado intermedio, terrible para mí, que lo he sentido, en el que se percibe el dolor o la angustia, pero no se puede decir ni yo, ni aquí y ahora.

Un día me moriré. No sé cómo será.

Vosotros tengo que suponer que os veis ya por dentro, pero no lo sé.

De hecho, en la clase, al preguntarlo una y otra vez, sólo dos personas me contaron esas historias inequívocas.

No lo sé, porque no os veo por dentro.

Todavía más. Yo sólo veo mi pensamiento. Todo lo que existe, lo veo en mi cabeza. Como dijo Berkeley, como se dio cuenta, también él, no veo nada que no esté en mi pensamiento.

Sí, veo que existo yo, y que me veo distinta de todo lo demás, de mi cuerpo, de vosotros, pero todo lo veo en mi pensamiento.

Ésta es una ley de hierro de la realidad. Tal como soy ahora, tal como veo que estoy hecha, yo, no puedo escaparme de mi pensamiento. No sé si existís en realidad. No sé si esto es una matrix. Ni siquiera puedo buscar la puerta de acceso a la realidad. No sé si es una matrix dentro de otra matrix.

Tengo que hacer un acto de fe en que existís, porque no os veo por dentro, y como todo lo que veo, lo veo dentro de mí, en mi pensamiento, a lo mejor sois sólo un sueño mío.

Os veo parecidos a mí, os oigo hablar, me sorprendéis con vuestras palabras, o sea, me parece que sois distintos de mí.

Pero, con los medios que tengo ahora mismo, no lo puedo comprobar. Os toco. Pero puede ser parte del sueño. De hecho, tengo a veces sueños muy reales, que me parece que son la realidad. Me despierto con asombro. Por eso, a veces, cuando en lo que considero la realidad, pasa algo insólito, tengo que pellizcarme. Pero el pellizco también puede ser parte del sueño.

La única forma de palpar una realidad exterior, yo que soy interior, será que dentro de lo que soy yo, siga diciendo yo y estando segura o seguro de que veo todo lo que existe.

Es decir, que sea una parte de mí que no conozco todavía y que de pronto pueda conocer.

Frente a yo menor, yo mayor, como dicen experimentar los yoguis.

Los místicos en general. Pero no estoy segura de que esta técnica llegue a descubrir donde somos yo mayor. Porque consiste en destruir, en lo posible, lo que soy yo menor, acabar con mi voluntad, con mis deseos, con mis sentimientos, casi con mi memoria, hacerme entrar en una “noche oscura”, para que así aparezca de pronto en mí lo indecible.

Pero me parece que lo que consiguen ver, por dentro, es la vibración informe que los físicos ven por fuera, cuando hacen el experimento de la doble ranura y comprenden que, cuando miran, construyen el mundo (las partículas del mundo) y cuando no miran, existe sólo esa vibración sin forma.

Digo que eso no soy yo, mayor, porque lo primero, hay místicos que dicen que es tan sin palabras, que ni siquiera estoy yo, mayor, viéndolo todo. Lo segundo es que si yo fuera yo mayor, volvería a mi estado menor trayendo conocimientos. Los místicos no traen conocimientos nuevos. Sólo han visto la vibración sin forma.

Pero lo interesante sería que yo menor fuera también yo mayor. Yo más allá del tiempo y del espacio (del aquí y ahora), más allá del bien y del mal, más allá de la muerte; viéndolo todo por dentro.

Sabiendo lo que es ser una hormiga, por dentro, y que las hormigas también sufren, y por tanto, también gozan.

Porque a lo mejor, yo mayor veo desde todo yo menor. Entonces, todos quienes decimos yo, humanos, y todos los que sientan y crezcan o esperen inertes a despertarse, seríamos parte de mí mayor.

Seríamos Uno en el fondo, el mismo pensamiento, la misma consciencia y sólo distintos en apariencia.

Al hacernos bien, nos lo haríamos a todos; al hacernos daño, nos heriríamos todos.

Yo mayor (que te incluyo a ti) podría haber hecho el mundo, hace miles de millones de años, cuando este cuerpo mío no existía (porque lleva existiendo un minuto, en relación con ese tiempo) No lo habría hecho la parte de mí que conozco, sino la parte de mí que no conozco.

Pero no hay suficientes pruebas de que exista yo como mayor. Claro, existe lo que llamamos telepatía, palabra que expresa una telecomunicación no sensorial entre dos seres distintos; no habría telecomunicación. Yo mayor, sabiendo lo que pienso yo menor, y tú, otro yo menor, dejaría a veces que yo menor y otro yo menor, supiéramos lo que yo mayor sé.

Lo mismo pasaría con la precognición. Yo mayor estoy más allá del espacio y del tiempo. Podría dejar que yo menor lo sepa.

Estas son las únicas pruebas que tengo por ahora. Podría haber más.
Y el amor sería lo habitual: dejarse de divisiones; vivir en el medio ambiente del amor, una atmósfera compatible hasta con el bien y el mal, más allá de ellos, la atmósfera de yo mayor. Y sentirlo yo menor y tú, otro yo menor, entre nosotros y por todo.

De todos modos, como prueba aunque incompleta, volviendo al principio, lo milagroso de que yo sea yo, es que yo esté aquí y sea tan distinto de todo, que sólo yo puedo decir la palabra yo en el sentido en que yo la digo.

Es que sólo yo soy yo.

En este sentido, parece desproporcionado, porque yo soy tan importante para mí como el resto del Universo, lo que no soy yo.

Y ya sé que todo lo que veo, lo veo dentro de mí (Berkeley)

Cuando yo me muera, es posible que deje de existir. Pero entonces, el Universo se apagaría para mí, se quedaría oscuro y ajeno para siempre. Aunque siga existiendo, ya nunca existiría para mí, la conciencia sería cosa de otros, ajena, ya no estaría yo.

Entonces, la desproporción parece absurda, porque yo ahora soy todo; ¿seré nada? ¿Es posible que algo pase del todo a la nada?

A no ser que, después de dormirme, o de morirme, me despierte diciendo otra vez yo en el sentido en que ahora lo digo, yo, aunque desde otra materia.

¡Yo! ¡Otra vez! ¡Como ya lo he dicho por lo menos esta vez! ¡Aunque sea sin acordarme!

Si en el tiempo no hubiera habido nadie que haya sido yo, también podría no haberlo en el futuro, y el absurdo sería no personal, sino general...

Y la realidad no es absurda, sino lógica, racional.

Por eso vale la pena estudiarla y se consiguen resultados.

Por eso, puede ser racional algo tan esencial, como la relación entre mí y el tiempo.