viernes, septiembre 28, 2012

Transexología, notas




TRANSEXOLOGÍA, NOTAS 



Por Kim Pérez


Primera versión
=30 de junio y 1 de julio de 2012

Como mi amiga Ángela Gutiérrez me ha hecho ver la conveniencia de que reúna mi teorización dispersa, lo hago mostrando aquí mis herramientas. Mi método: uno la abstracción con el relato de las experiencias personales de que procede. Cuento lo que he visto en mí e intentado generalizar a partir de mí o de otras personas cercanas.

No puedo pretender haber pasado del estado de hipótesis al de tesis,  pero sí presentarlos, esperando que alguna o algunas personas se reconozcan en todo o en parte en estas afirmaciones hipotéticas y podamos avanzar así hacia una Teoría General de la Transexualidad.

Me parece más factible darle la forma de ensayo, más que la de artículo académico, de forma libre incluso en las citas y notas.

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=1.MOTIVOS


Este texto de Transexología está escrito por una persona transexual. He vivido una experiencia extrema incluso entre personas transexuales: he podido hacer algo que horroriza a la inmensa mayoría de las personas, desprenderme voluntariamente de los genitales con que nací y conseguir equilibrio y bienestar después de esta acción.

Al hacerlo, estaba pensando en algo fundamental, pero que me parecía otra cuestión: yo soy yo, distinto de mi cuerpo. Esta reflexión no es solo un pensamiento, sino una experiencia humana básica, llevada a un extremo práctico. Las personas que la vivimos no somos marginales, ni sufrimos una patología, sino ejemplos prácticos de la condición humana; la transexualidad está en el mismo centro de la humanidad, no en los márgenes.

Lo mismo que sentí yo, lo sienten los varones XX radiantes al mostrar su torso con cicatrices que, para ellos, son como las de guerra. O quienes renuncian a la estabilidad de su status social y se afirman en el otro género mediante todos los recursos, maquillajes, hormonaciones, indumentarias, costumbres, modales… O las personas feas, o las obesas que no pueden desprenderse de su peso, o las que tienen la cara quemada… Yo soy distinto de mi cuerpo.

Quienes nos planteamos una identidad de sexogénero distinta afrontamos también la vergüenza, el odio, la soledad, la miseria, la violencia ajena. Pocos que no sean transexuales saben que el secreto de la experiencia transexual, cuando conseguimos transicionar, es una sensación de triunfo, por encima de todo, y que nuestra única miseria es no conseguirlo. “Pero soy mujer”, me decía una amiga mía.

También algunas personas no transexuales nos saludan a veces diciéndonos “eres muy valiente”, comprendiendo nuestra capacidad humana de afirmar lo que soy yo por encima de cualquier condicionamiento o circunstancia.

Por eso, qué lejos estamos las personas transexuales de sufrir una patología cuando somos una extrema experiencia de humanidad, especialmente sensibles por vivirla en el ámbito de la identidad de género. Podemos matizarla indefinidamente: sentirnos hombres, o mujeres, o personas ambiguas, operarnos de genitales o no operarnos, hormonarnos o no hormonarnos… es nuestra identidad.

Un día que recuerdo muy bien, en qué casa, en qué lugar de ella, teniendo diez años, llegué a saber algo que me asombró: Yo soy yo, distinto de todos, distinto de todo, distinto hasta de  mi cuerpo. Esto es un pensamiento fundamental humano, no es un pensamiento transexual. Nos diferencia o distancia de todo, y al hacerlo nos permite el conocimiento abstracto. Nos hace pensar también que los otros humanos son exactamente iguales en dignidad que yo. Todos, en el fondo, somos distintos de nuestros adjetivos, no somos nuestros adjetivos.

No somos varones, ni mujeres, ni siquiera transexuales. No somos guapos ni feos, ni ricos ni pobres, ni viejos ni jóvenes. Somos conciencias, mirando la realidad.

Puede ser que la fuerza  de este pensamiento se hubiera desvaído si hubiera vivido una vida convencional, bien integrado en mi género, mi cuerpo, mi familia, mi clase, mi ciudad, mi nación, mi colegio… Pero pocos años después, en la pubertad, empezó con toda su fuerza una evolución transexual y desde entonces he vivido con toda intensidad esta condición humana de distanciamiento y extrañeza de todas nuestras circunstancias y condicionamientos, incluso de nuestro cuerpo, que nos libera de todo ello y nos permite mirar la materia como es; la Matrix que nos rodea; a las personas, como somos.





=A. HIPER- O HIPOANDROGENIA CENTRAL.

El ser humano en gestación tiene inicialmente una forma única, con dos mamas y un tubérculo genital, independientemente de los cromosomas sexuales presentes en sus células. Es la única edad en la que podemos mostrar una forma única, no escindida por la división sexual.
En un momento dado de la vida prenatal empieza a recibir un flujo de  andrógenos, graduado por esos cromosomas sexuales.

Si el cuerpo es XY, los flujos son mayores, determinando la formación de un varón; si es XX, son menores, determinando la formación de una mujer. Los flujos, las corrientes, no son exactamente iguales en la naturaleza, no se pueden cuantificar precisamente, por eso se puede hablar de mayores o menores, unos términos que tienen que ver con los conjuntos difusos. La distinción entre mayores y menores corresponde por tanto a un continuo numérico; la masculinización o la feminización de cada uno de los nuevos seres será mayor o menor: hay varones poco androgenizados,  mujeres muy androgenizadas, y entre unas y otros, personas definidamente intersexuales, y éstas, también en más o menos.

Bajo la predominancia estadística de las formas duales XY y XX, la realidad se parece más a un continuo que a una división tajante entre hombres y mujeres. Hay hombres XY muy masculinos, otros  XY menos masculinos, otros XY casi nada masculinos, hay intersexuales con distintos grados de interexualidad, hay mujeres  XX casi nada femeninas, otras XX a medias y otras XX muy femeninas. Ésta es la realidad que podemos ver en la calle o en  nuestras casas. Se nos escapa ver la exigua realidad de las variaciones cromosómicas, que por su parte, no forma un continuo, sino varias posibilidades discontinuas.

Los andrógenos también actúan en más o menos sobre la formación de los cerebros, generando un dimorfismo cerebral difuso. Pero bajo la acción diferencial de los andrógenos, los cerebros generan conductas y preferencias diferenciadas.

Además puede haber una diferenciación en la androgenación cerebral o central frente a lo fenotípica. Los flujos de andrógenos no se dan en un solo momento, sino en varios, masculinizando más o menos el fenotipo y más o menos el cerebro.

Si se han definido los fenotipos conforme al atractor masculino o al femenino, los cerebros pueden mostrar sin embargo una hipoandrogenia y una hiperandrogenia más o menos cruzadas, que generarán conductas e identidades más o menos cruzadas, en sentido femenino  y masculino. 

Los flujos altos de andrógenos producen más desarrollo muscular fenotípico, por tanto más necesidad de actividad y también más acometividad; los flujos bajos producen conductas más tranquilas y pasivas, y su presencia o ausencia, tendente a 0, determina la existencia o no de libido.

Por tanto, cada persona se incluye en dos continuos, uno fenotípico y otro cerebral, que en las mayorías coinciden, pero en una minoría pueden haber seguido androgenaciones diferenciadas. de modo que la secuencia varón, intersex, mujer fenotípicos puede ajustarse con la secuencia mujer, intersex, varón cerebrales, explicando así la existencia de personas transexuales. Por eso se puede decir que los varones (fenotípicos) femeninos (cerebralmente)  se superponen conductualmente a las mujeres (fenotípicas) femeninas (conductuales) y no a las mujeres (fenotípicas) masculinas (conductuales)

Pero puede observarse que  el cerebro también puede mostrar una androgenación diferenciada según sus áreas: partiendo de la hipótesis de MacLean sobre que en los humanos exista un triple cerebro arcaico, medio y moderno (o reptiliano, paleomamiférico y neomamiférico), podría ser que la androgenación de cada uno de ellos se realizara con intensidades diferentes, por ejemplo, poco definida para el arcaico,  algo más para el medio y más para el moderno, lo que produciría una conducta femenina en las relaciones de poder, más ambigua en las afectivas y una identidad masculina como concepto de sí.

En cuanto a la cuestión de la utilidad biológica de estas variaciones, es verdad que no todas las variantes sexuales son igualmente funcionales reproductivamente, pues hay algunas estériles y otras menos atractivas sexualmente o menos fértiles. Pero de las variaciones sexuales depende la complejidad de la civilización y de ella la supervivencia colectiva, ya más dependiente de la tecnología que de la biología: por poner un ejemplo espectacular, nuestra supervivencia como especie depende de nuestra capacidad de detectar y desviar un aerolito con dirección a la Tierra. Pero, en proporciones cotidianas, sabemos hasta qué punto la medicina o la psicología pueden ayudar a nuestra supervivencia, y ambas prácticas requieren largos estudios a la vez relacionados con una al menos ligera hipoandrogenia en los varones y una al menos ligera hiperandrogenia en las mujeres.

En estas y otras tecnologías y ciencias, se dan unas circunstancias que muestran hasta qué punto la hipo- e hiperandrogenia pueden suponer ciertas ventajas evolutivas para la especie en su conjunto, ya que tienen ciertas desventajas para su atractivo biológico: los varones cerebralmente muy androgénicos son muy deportistas o luchadores, biológicamente atractivos, pero tienen que dedicar muchas horas a la actividad corporal, lo que disminuye su capacidad de creación  cultural, y las mujeres muy poco androgénicas suelen ser muy maternales y cuidadoras, dedicando igualmente muchas horas a sus familias, con lo que les queda menos tiempo para  la creación cultural, mientras que los varones cerebralmente hipoandrogénicos pueden dedicarse mejor a actividades tranquilas como la lectura o el estudio y las mujeres cerebralmente hiperandrogénicas son más inquietas, con lo que pueden dedicarse mejor a los campos técnico, científico y artístico.

La hipo- e hiperandrogenia son entonces innovaciones bióticas de alto valor evolutivo para la adaptación humana, como especie, a las difíciles condiciones de  la supervivencia. Son relativamente raras o minoritarias, emergen de continuo a la vez como respuesta a circunstancias particulares en cada gestación, y no afectan por tanto a los mecanismos de atracción y reproducción de las mayorías, sino que incluso benefician las condiciones de vida de la población en general.

Son situaciones límite respecto a los patrones corrientes de la sexualidad y por tanto pueden vivirse conforme a la ortodoxia sexual o pueden dar lugar a formas heterodoxas, homosexuales pasivas (XY) o activas (XX) o transvestistas-transexuales (en distintos planos de intensidad)

En general, se puede decir que condicionan o predisponen para la no convencionalidad sexual, pero no la determinan. La hipo- o hiperandrogenia no son causas suficientes para la homosexualidad/transexualidad, que supongo que dependen también de factores afectivos o de resolución de conflictos, que pueden darse o no en cada persona.

A veces, cuando están muy acentuadas, pueden casi determinar sentimientos y conductas homosexuales o transexuales; pero otras veces, cuando el acento es más ligero, pueden venir de la infinita combinatoria de las relaciones humanas, de afectos, amores o enfrentamientos extremadamente variados y contingentes, de las diferencias casuales que acaban por definir una biografía.

Así se complementa lo biótico con lo biográfico. Muchas personas hipo- o hiperandrogénicas no se distinguen socialmente de la corriente principal, se suman a ella con matices y llevan vidas completamente convencionales. Un análisis más detallado, observaría una mejor integración en la vida de pareja, mayor fidelidad y empatía  por parte de los varones con sus parejas, mayor energía y asertividad por parte de las mujeres cuando las suyas son más indecisas. En conjunto, resultan parejas sutilmente distintas de las más bióticas, pero que pueden generar vidas familiares equilibradas, beneficiosas para la especie.

Llegados al plano de lo no corriente puede llegarse a situaciones que dificultan o impiden la reproducción individual, pero son también útiles para la especie. Es posible simplificar los rasgos sexuados, insistiendo en el efecto de la mayor androgenación para la mayoría de los varones (acometividad, mayor desarrollo muscular, mayor actividad, extraversión, vida externa) y la menor androgenación para la mayoría de las mujeres (curatividad o propensión a cuidar, mayor pasividad, introversión, vida interna) Junto a esta simplificación, más o menos válida para las mayorías (fútbol frente a conversación), la graduación en la androgenación forma una gama infinitamente matizada, un verdadero  continuo en el que la hipo- o hiperandrogenia van de lo más volátil a lo más definido.

La intensa sensibilidad de muchas personas XY definidamente hipoandrogénicas, su facilidad para la introspección y el análisis de los sentimientos, su capacidad de comprensión de las posiciones enfrentadas y de diálogo y mediación entre los géneros más definidos, su frecuente creatividad desde el ámbito de la ciencia, que requiere paciencia, al de las artes, que requiere capacidad de expresión, son muy útiles socialmente y por tanto evolutiva/adaptativamente. Las personas XX hiperandrogénicas suelen mostrar capacidad de mando, que supera a la de muchos varones, y una capacidad de análisis de las estructuras objetivas, extraspectivas, que puede llevarlas también a la empresa o a la ciencia, materias en las que es frecuente que también muestren una pasión personal particularmente intensa; su capacidad de deporte y superación de las dificultades físicas suele ser también ejemplar.

Esta realidad de la infinita matización de la hipo- o hiperandrogenia, permite superar la simplificación de las actitudes eugenésicas, que en un futuro indeterminado podrán activarse en paralelo a la realidad de los análisis prenatales. No hablo del brutal “¡no deberías haber nacido!”, que algunas personas homosexuales o transexuales han oído en sus casas, sino del intento de una actuación para corregir las situaciones de hipo- o hiperandrogenia.

Un control fácil de la androgenación natural prenatal puede llevar a detectar, durante ese estado, que un ser  XY en gestación esté en condiciones de hipoandrogenia, o uno XX esté en hiperandrogenia, con lo que se podría pensar en corregir la situación. Supongamos que la intervención eugenésica podría afinarse, teniendo en cuenta las consideraciones anteriores sobre las ventajas evolutivas que cierto nivel de hipo- o hiperandrogenia puede procurar; sin embargo, podría definirse el nivel que produce efectos identitarios  y conductuales intensos, que sería el rectificable, con el propósito de evitar inadaptaciones futuras al ser en gestación.

En otras palabras,  las personas homosexuales y transexuales de hoy podríamos temer que en el futuro no existan personas homosexuales y transexuales, lo que dejaría sin valor el significado de nuestra experiencia.

Pero si la hipo- o hiperandrogenia son intocables en sí, como partes de un continuo del que de hecho formamos parte todos los humanos, que no se puede tocar sin poner en peligro la supervivencia y adaptación de la especie,  menos aún se puede impedir la infinita capacidad de afectos y conflictos de los seres humanos, muchos de los cuales pueden generar y hallar solución en actitudes homosexuales y transexuales.

No solo la homoafectividad entre varones o entre mujeres, que suele iniciarse en la preadolescencia, puede sexualizarse en determinadas biografías al llegar la pubertad, y convertirse en una homosexualidad sin base en la hipo- o hiperandrogenia, en una exaltación de la masculinidad o la feminidad, respectivamente. Puede depender de la exaltación del amor por personas especialmente atractivas encontradas en esos momentos en que se aprende el rol de género y se es feliz dentro del propio género. No se pueden poner puertas al campo.

También puede ser el deseo, la curiosidad más que intelectual, existencial, por explorar la otra posibilidad de existencia, el otro sexogénero, lo que decida formas de travestimiento, que pueden ser tan delicadas como las de una novela italiana de hacia 1950 en la que un adolescente, enamorado de su prima, se vestía casualmente con ropas de mujer, para un carnaval, y  descubría maravillado a su prima en sus rasgos al mirarse en un espejo. Quizá tampoco se puedan poner puertas al campo en esta exploración de la realidad.

Notas.
=Giuseppina Rametti, Beatriz Carrillo, Esther Gómez-Gil, Carme Junque, Leire Zubiarre-Elorza,
Santiago Segovia, Ángel Gomez, Antonio Guillamon, “The microstructure of white matter in male to female transsexuals before cross-sex hormonal treatment. A DTI study”, Journal of Psychiatric Research”, Elsevier, 2010.
Escaneando una muestra estadística de 18 transexuales feminizantes, 19 varones y 19 mujeres, encuentran que las primeras se encuentran a medio camino entre varones y mujeres en el  fascículo longitudinal superior, el cíngulo derecho anterior, el fórceps menor derecho y el tracto corticoespinal derecho, como si la masculinización prenatal del cerebro no hubiera terminado (Exactamente lo que yo supongo)
= Giuseppina Rametti, Beatriz Carrillo, Esther Gómez-Gil, Carme Junque, Santiago Segovia, Ángel Gomez, Antonio Guillamon, “White matter microstructure in female to male transsexuals before cross-sex hormonal treatment. A diffusion tensor imaging study”, Journal of Psychiatric Research, Elsevier, 2010.
Escaneando una muestra de 24 transexuales masculinizantes, 24 varones y 19 mujeres, los transexuales mostraron, como los varones, valores más altos de anisotropía fraccional que las mujeres en la parte posterior del fascículo longitudinal superior derecho, el fórceps menor y el tracto corticoespinal, y solo valores más bajos que los de los varones en el tracto corticoespinal. Muestran por tanto mayor parecido a los cerebros de los varones que a los de las mujeres.
=Wikipedia, sobre MacLean. La cita se debe a Ángela Gutiérrez:  
"El tambaleante proceso de la evolución ha conformado un cerebro que está fragmentado y es inarmónico, y en cierto modo está compuesto de jugadores cuyos intereses compiten.
Los críticos del modelo trino de MacLean han menospreciado su separación deliberada de intelecto y emoción como un romanticismo pasado de moda.
 No obstante, si bien los tres cerebros se diferencian en linaje y función, nadie ha discutido la autonomía neurológica. Cada cerebro ha evolucionado para interactuar con sus cohabitantes craneales, y las líneas entre ellos, como el atardecer y el alba, son más bien transiciones oscurecidas que demarcaciones quirúrgicas.
Pero una cosa es decir que la noche da paso al día y el día a la noche, y otra muy distinta decir que luz y oscuridad son equivalentes.
La fisura entre razón y pasión es un tema antiguo pero no un anacronismo; ha permanecido porque trata de la profunda experiencia humana de una mente dividida."



=B. DISCUSIÓN SOBRE LA HIPO- O HIPERANDROGENIA Y OTRAS CAUSAS DE LA TRANSEXUALIDAD

La hipo- o hiperandrogenia central me parece la hipótesis más general para explicar la transexualidad. Al producirse en forma de continuo, explicaría también los matices o diferencias en la transexualidad, desde la que  se expresa con mayor intensidad, desde los primeros años de la vida consciente, hasta la que se expresa con menor intensidad en las edades siguientes, desde la que forma una identidad cruzada inequívoca hasta la que produce una identidad ambigua, desde la que va unida al transvestimiento desde la más temprana edad hasta la que no sintió ese deseo, desde la que se ha proyectado en juguetes arquetípicos del género cruzado a la que no, desde la que aspira a un cambio genital por encima de todo, hasta la que puede soslayarlo, atendiendo más a otras aspiraciones, como la preservación del placer sexual.

Parece en todos estos casos que sean las diferencias de intensidad de la hipo- o hiperandrogenia las que expliquen esta diversidad de reacciones, así como quizás las diferencias de la impregnación más baja o más alta de lo corriente en cada una de las regiones del cerebro que parecen tener que ver con la transexualidad.

Además es preciso insistir en que no todas las distintas actitudes que he enumerado son correlativas. Por ejemplo, la identidad cruzada temprana definidísima puede no estar acompañada por un deseo de cirugía de genitales, más bien pasa muchas veces al contrario, como si una identidad cruzada temprana, fundada en el género por producirse en una edad en la que puede no haber conciencia de la genitalidad, fuera por eso mismo compatible con una genitalidad lineal. Tengo la impresión de que así ocurre con gran frecuencia. En la edad adulta, la persona sigue  reconociéndose en su identidad cruzada, que es de género, y por tanto puede separarla por completo de su naturaleza genital, aunque para otras personas pueda ser esto incomprensible.

Da la impresión de que en los primeros años se forma el marco general de la existencia adulta. Chesterton tuvo sus primeros recuerdos centrados en el maravillamiento profundo que le produjeron los personajes y paisajes del guiñol casero que hizo su padre para sus hijos, hasta el punto de afirmar que ese teatrito es la inspiración profunda de toda su filosofía. No son por tanto años que luego se puedan ignorar como los de un juego de niños, sino que merecen ser atendidos cuidadosamente por su ingente fuerza constituyente.                                                                                                 

Pero se pueden considerar otras causas distintas de la hipo- o hiperandrogenia, lo que es tanto como hipotetizar que otras personalidades puedan desarrollar una personalidad transexual aunque sus cerebros se hayan formado con los valores androgénicos corrientes para mujeres o varones.

La causa más frecuente en este sentido puede ser la autoginefilia no identitaria postulada por el Dr. Ray Blanchard y ratificada por la Dra. Anne Lawrence, identificada como transexual autoginéfila. Diré por mi parte que, por ser una reacción erótica, incluso una parafilia, por consistir en un estímulo sexual, puede superponerse a una transexualidad identitaria, que en este caso sería lo principal, mientras que la autoginefilia sería el acompañamiento.

El nombre de autoginefilia viene de tres palabras griegas, “autós”, sí mismo; “giné”, mujer, y “philia”, amor o deseo, y se podría traducir como “amor de sí mismo como mujer”. No existe al parecer una autoandrofilia complementaria, como una prueba más de que las sexualidades femenina y masculina no son simétricas.

Hay que ser prudente con el empleo de esta palabra, construida según el modelo de otras parafilias que son entendidas usualmente como formas de placer extravagantes, pero yo las entiendo como soluciones simbólicas a problemas reales, que producen placer, porque son soluciones, pero hace falta renovarlo, porque son solo simbólicas.

En el caso de la autoginefilia, el problema real puede ser la soledad o fracaso sexual, lo que es coyuntural, o bien un vacío de identidad, o falta de valoración afectiva de la propia identidad, lo que es mucho más estable y estructural. En ambos casos, la solución simbólica es identificarse con la mujer, lo que trae una mujer fantasmática a hacer una compañía firme, segura, no fugitiva, o bien colma el vacío producido por lo inaceptable con su sustitución por lo no solo aceptable, sino admirable.

Esta solución es excitante, en los dos casos, pero no sobrepasa lo simbólico, en la medida en que esa mujer está siendo creada por una fantasía masculina que la necesita. Lo describió muy literariamente Jacques Lacan cuando habló del deseo de Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo, porque suele ser ante él donde surge la imagen fantasmática, mediante el  maquillaje o el transvestimiento, que se superpone sobre la propia, fascinantemente.

Tal momento lo describió muy vívidamente un autor italiano en una novela que leí en los años cincuenta; he olvidado tanto su nombre como el título de la obra, pero no la imagen de la portada, ni la historia. Un adolescente está enamorado de su prima. Un día tiene que disfrazarse para el carnaval, y elige ponerse un vestido de ella. En su cuarto, se lo pone y al mirarse en el gran espejo del armario, ve aparecer a su prima en sus propios rasgos.

Me parece que este deseo de fusión puede explicar por sí solo muchas historias transexuales, llevado hasta sus últimas consecuencias, inclusive deseos de transformación genital por hacer más visible la imagen de la Mujer.

Catherine Millot, discípula de Lacan, de quien tomo la descripción de la Fusión en el Espejo, en su libro “Horsexe” (“Exsexo”, en español), insiste en la palabra imagen y en la palabra Mujer, puesta con mayúscula, pues se trata justamente de la fusión erótica no con la vida diaria de una mujer cualquiera, un ama de casa de setenta años, sino con la imagen externa de una mujer arquetípica, llena de juventud y belleza, las formas que fascinan la imaginación masculina.

La intensidad de los sentimientos que se despiertan traduce la descripción de la plenitud del amor, como dos que se vuelven uno. Se llega entonces al orgasmo. Sin embargo, la caída que lo sigue suele ser particularmente amarga, puesto que se ve con claridad que se está amando a un fantasma. Si continúan las causas reales de esta reacción, la soledad o el vacío de identidad, se crea una dependencia.

Una vez que se llega al transvestimiento permanente, a la asunción como personal de la necesidad de fusión, el espejo se encuentra en todas partes, reforzando la nueva imagen de sí. Al pasar ante un escaparate no se deja de mirarse, o al ver la propia sombra en el suelo, con los cabellos femeninos o la ropa. Si hay un vacío de identidad, estos sentimientos no dejan de colmarlo. A partir de entonces, se tiene una identidad, la de la foto que aparece en el documento de identidad o la imagen atractiva que se entrevé en los espejos reales o virtuales.

Puede ser que éste sea el contenido de toda esta transexualidad o puede ser que esta reacción se superponga a cuestiones de hipoandrogenia.

En el primer caso, es preciso apartar la medicación con antiandrógenos, puesto que al  hacer bajar la libido, pueden desvanecer la fuerza de la Imagen de la Mujer en el Espejo  y disolver la identidad asociada con ella, lo que trae una tristeza profunda a quien necesita esa imagen.  Es preferible, de manera paradójica, la orquidectomía, puesto que los andrógenos suprarrenales, compartidos con las mujeres, pueden ser suficientes para mantener ese deseo de fusión.

En el segundo caso, cuando la transexualidad deriva de cuestiones positivas de hipoandrogenia, como la ambigüedad, o una feminidad positiva, más allá de un simple vacío de identidad, al bajar la libido por el tratamiento con antiandrógenos, la nueva situación no importa o incluso parece deseable, por haber siempre constatado ese deseo de fusión como un añadido no necesario o hasta rechazado. Es posible entonces que surja una actitud de repulsa hacia las mujeres, coherente con una sexualidad más bien femenina.



Más allá de la explicación en términos de "autoginefilia", que puede llevar a que la persona trans se crea en el fondo heterosexual y que lleve a sentimientos (no razones) de culpa,  puede darse otra que examine más detalladamente las fases y evolución de la persona transexual, no suponiendo que la heterosexualidad, como culminación del desarrollo evolutivo pueda darse a edades más tempranas, la de la niñez y la de la adolescencia.

Puede haber una explicación más sencilla y hermosa del amor a la figura de hombre o de mujer, que sea de identificación, no de deseo.

Es un sentimiento sencillo de pasmo y admiración. Un “yo quiero parecerme a ti”. No hay fisuras.

Es natural; desde siempre, a las que serán mujeres trans, algunas mujeres les han parecido hermosas, un modelo; los hombres les han parecido extraños, un contramodelo.

Para los futuros hombres trans, el sentimiento es el alternativo: el mundo de los hombres ha sido el natural para ellos; el mundo de las mujeres es el desconocido.

La figura idealizada corresponde a sentimientos profundos; incluso teniendo en cuenta la forma genital de partida puede verse que es algo anterior a los sentimientos heteros, es una cuestión de identidad, una identificación; se mira con admiración e idealización.

La que va a ser una mujer trans sabe cómo son sus rasgos y cómo quisiera que fueran. La figura de la mujer que admira se convierte para ella en un modelo. La fascina porque se refiere a sí misma, no a alguien diferente y complementario, pero distinguible de ella misma, sino su posible “misma imagen”.

No; “ojalá fuera yo así”. Veo y sueño con cómo podrían ser mis labios, mis ojos, el cabello suave y largo, los movimientos lánguidos de mis brazos,  la forma entregada de poner las piernas, y el sueño se convierte en visión real en la forma de la mujer que hay ante mí.

Esa forma es exactamente lo que querría que alguien, otro u otra, viese en mí, y que por eso yo le pudiera parecer deseable, admirable, amable…  Eso es lo que una trans femenina puede ver en otra mujer y puede absorberla, porque está viendo lo que podría o querría ser ella.

En las niñas, eso es quizá lo que se siente con las muñecas guapas, esbeltas, con largas cabelleras que es preciso peinar como gesto que permite su contemplación e interiorización: yo quiero ser como ella.

En los varones, es perceptible en la adolescencia el interés por figuras muy musculadas, asociadas con el combate, tal como se veían en los comics, y ahora en los mangas o los muñecos de guerreros. Desde fuera, puede sentirse como una homosexualidad latente, pero es algo común y previo a homosexualidad y heterosexualidad, la identidad. En la juventud o en la edad adulta, puede darse un reconocimiento de sí mismo en determinados hombres, probablemente duros, en quienes se ve desde dureza moral hasta dureza violenta.

Las mujeres trans en modo alguno se identificarían con ellos; les extrañaría al pronto, sentirían aversión a que desde fuera las asociaran con ellos, “¡solo porque los genitales que hay en mi cuerpo sean así!”; el lenguaje de los varones, les parece un lenguaje extranjero, que en el fondo no comprenden; pueden amarlos y desearlos, pero como distintos de ellas. No se diferencian en esto de otras mujeres heteras, que también aman a los varones como diferentes. Pueden desear a otras mujeres, en la exaltación de ese sentimiento de la feminidad compartida, como pueden vivirla otras mujeres lesbianas.

Los varones trans reaccionan igual que otros varones. No pueden suponer que alguien pueda identificarse con una figura femenina. El mundo masculino es el suyo, el propio, el que despierta sus sentimientos. Sexualmente, pueden desearlo como un mundo de colegas, sentimiento común a muchos varones homosexuales, el paraíso de la masculinidad, o pueden desear a las mujeres justamente como distintas, como personas diferentes, deseables, asombrosas, justo porque no comparten sus sentimientos, lo que sienten en común con muchos varones heterosexuales.

El mundo de los colegas, para ellos; o el de las amigas admiradas (o envidiadas) para ellas. ¿Por qué en las personas trans pueden darse sentimientos tan profundos y matizados, comunes con los de otros varones u otras mujeres?

La respuesta está clara: porque hay un sustrato biológico (recientemente más demostrado por el equipo de Antonio Guillamón, del que ya se habla en todas partes), condicionante, acaso no determinante, acompañado por un superestrato biográfico, en el que quizá se dé la decisión.

En otras palabras: porque dentro de la complejidad de las formas intersexuales, en los, las y les transexuales, existe una forma externa XX o XY u otras, pero a la vez, una forma interna, central, cerebral, que es en cambio masculina o femenina; las sensaciones, sentimientos y reacciones que proceden de esa forma son entonces masculinos o femeninos, más o menos conscientes según la vida y experiencia de cada cual, lo que hace que haya o no un descubrimiento de sí como hombre o como mujer, más intenso o menos según la vida de cada cual, a veces de una manera muy clara desde siempre, a veces de una manera gradual. 


Puede haber otras maneras de llegar a la transexualidad, alguna de las cuales puede ser incluso frecuente, aunque con el suplemento de intensidad y de fuerza de decisión que puede darle la convergencia con las otras.

Me refiero a la hipótesis de que se produzca un efecto de impronta, en el sentido de Konrad Lorenz y la Etología, como impregnación del otro género, en la primera niñez. Puede ser personal o colectiva, quizá esta aun más frecuente, la del niño que se cría en ambientes femeninos o la niña que lo hace en otros masculinos.

Debe haber otro factor, quizá una hipo- o hiperandrogenia que quizá no se hubieran activado identitariamente en otras circunstancias, pues está más que comprobado que hermanos o  hermanas, educados con los mismos padres y el mismo ambiente familiar, unos pueden ser homosexuales o transexuales y otros, no.

La compañía exclusiva de la madre, cuando el padre por su trabajo o por otras razones estuviere casi ausente o ausente podría explicar un deseo de imitación, que por tener un único modelo, se exprese en ropa, zapatos o arreglo. Pero si hubiere además un deseo de jugar con juguetes femeninos, se podría suponer que hay algo más, puesto que es un deseo proyectivo, nacido del interior, mientras que la imitación viene del exterior.

Es posible una identificación colectiva, con el mundo femenino que puede haberse conocido en la niñez, en el que los hombres son vistos como advenedizos o extraños. Puede no ser una identificación personal, fundada en el deseo de imitación a alguna de las familiares, sino una identificación con el ambiente que se crea y con sus valores y manera de ver la vida. Por así decir, se ha formado un punto de vista, que será el único desde el que la personilla que se está formando sabrá mirar el mundo.

El mundo femenino suele ser acogedor y lo más importante, muy protector de los niños (más que de las niñas), muy sólido, fundado en los mil detalles de la vida diaria, encantador como el sol de las mañanas. Es preciso quizá que el niño sea hipoandrogénico para que le despierte un deso de estabilidad y permanencia en él (los niños androgénicos escapan de la casa corriendo, empujados por sus propios andrógenos)

La vida contemplativa, el placer ante los mil rincones de la casa, el descubrimiento de que la vida en ella es suficiente y está lleno de fascinaciones, acercan al instinto del nido primordial.

Los hombres, por definición, son los de fuera. Cuando aparecen, perturban todo el orden de la casa. Yo diría que hay que aprender a traducirlos, pues su lenguaje seguirá siendo extranjero. Quizá, resumiendo mucho, sea el lenguaje de la rudeza, que hay que traducir al de la delicadeza. Pueden ser bondadosos, pero su bondad es a menudo áspera. Traen consigo los olores del mundo exterior. Sus movimientos no están medidos y sus voces resuenan como tubas de guerra, discuten, exigen. La personilla en formación los ve como extraños, acaso teme que en cualquier momento puedan ser peligrosos, porque tienen mucho genio y pueden ser fácilmente agresivos. Ellos, a su vez, pueden tratarla con aspereza desacostumbrada.

Ya están formados para la personilla los dos polos, el femenino y el masculino. Y el femenino es el suyo, al que está habituada, el que entiende y le gusta, el de su casa. El masculino es extraño, exterior. Ya entenderá siempre así la vida. Se ha formado una identidad femenina. Quizá no sea una mujer, pero es una persona femenina.

(Identidad determinada; la de su casa, su familia. Puede haber muchas dimensiones de la vida femenina en las que no se reconozca. Puede reconocerse sobre todo en los valores y prioridades que haya visto y aprendido en su casa, sobre todo si corresponden a su manera de ser. Hay muchas maneras de ser mujer, y al crecer, y salir de la casa, buscará la de las mujeres que la han criado, a las que se ha acostumbrado. También puede ser que otras mujeres le resulten extrañas y que no las entienda)

Kathy Dee, en “Travelling. Itinerario transexual”, que creo que es su detallada autobiografía, habla de los orígenes de su transexualidad, que parecen semejantes a lo anterior, aunque con rasgos diferentes. Me refiero a la hipoandrogenia, la educación femenina, pero a dos traumas que la llevan a reaccionar en este sentido.

Cuenta su formación, con su madre y su hermana mayor, por tanto un mundo femenino, pero estrecho y poco estimulante. Su hermana es una muchacha inteligente y estudiosa, de la que la madre se enorgullece, y la pone siempre como ejemplo al hijo menor. Pero la hermana mayor muere de pronto, la madre se queda desolada, y entonces, el hijo pensó que de alguna manera tenía que remplazar a la joven muerta, para que su madre pudiera consolarse, no recuerdo si mediante la dedicación a los estudios y el comportamiento ejemplar. Una personalidad, quizá hipoandrogénica, viviendo en un ambiente femenino, se había propuesto emular a una muchacha.

No da pasos muy específicos en  sentido transexual, aunque cuando crece practica el transvestismo, y cuando se casa, guarda las ropas de mujer en un armario. Ha encontrado un equilibrio estable, pero  una crisis lo rompe, cuando al volver una tarde a casa descubre a su esposa con un hombre que para él es un paradigma de virilidad.

En ese momento siente un fracaso radical como varón, porque quizá sentía previamente su virilidad  como precaria, insegura. La tristeza del abandono le hace huir a un hotel, se traviste, y unas horas después viaja de noche al cercano Hamburgo e inicia una vida en la prostitución, con buenos resultados.

Los elementos que puedo observar en este relato autobiográfico son varios, que convergen, y muestran hasta qué punto la transexualidad puede no tener una única causa, sino ser el resultado de una suma de circunstancias que tocan la misma nota o notas afines hasta componer una canción con sentido: en la historia de Kathy Dee hay probablemente una hipoandrogenia de base, con la que van convergiendo una educación en un ambiente femenino, una hermana mayor como modelo de vida por lo menos moral, y tras su muerte, la asunción como deber de ese modelo.

El transvestismo de apariencia parafílicas es la representación simbólica de ese pasado, a la vez que se intenta vivir una vida convencional, profesional, de casa adosada, pero este intento se rompe mediante la sensación traumática de que su masculinidad es precaria. La realidad de este hecho en el conjunto de su vida, es lo que le permite tener éxito en su vida como prostituta trans, acaso como si fuera en un llanto prolongadísimo y sin lágrimas, o acaso en la alegría de descubrir las amigas, y lo inesperado de la vida en libertad.

Otra de las formas de llegar a la transexualidad la conozco, pero no la he visto, aunque sé que es frecuente. Hay algunos varones, estresados por una vida laboral dura, que en la madurez desean vivir una vida como mujeres, entendida como un descanso de sus tensiones. ¿En una forma menor, es el travestismo que al parecer practicaba Hoover, temible director del FBI, cuando discutiendo con sus subordinados más allegados, en la intimidad de su casa, necesitaba ponerse un vestido sobre su ropa, para distenderse y pensar con eficacia?

Puede parecer una extravagancia, consentida en él gracias a su inmenso poder, pero parece verse aquí una motivación identitaria profunda, quizá también una educación entre mujeres. porque si no hubiera ese componente identitario, la solución más sencilla al estrés podría ser cualquier otro recurso que sirva a la distensión, sin necesidad de tocar los límites del género. Aunque no sé casi nada más de esta realidad, excepto que existe.


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=2. FORMULACIÓN: CONJUNTOS DIFUSOS DE SEXOGÉNERO

Todo lo que sea continuo, se formula muy bien  en el lenguaje de la Lógica Difusa o de los Conjuntos Difusos, enunciados por Lotfi A. Zadeh en 1963. 

Partiendo de la variabilidad de cada persona, sería posible medir (si no ahora, en el futuro) la cantidad de los flujos de andrógenos recibidos en su edad prenatal, y situarla en el conjunto como más o menos alta, media o baja, con límites difusos entre estas tres categorías.

Esto la sitúa en un conjunto difuso, cuyo criterio de pertenencia es de “más o menos”, no de “sí o no”, como en los conjuntos cerrados de la lógica clásica.

Las personas concretas pertenecemos entonces más o menos al conjunto de los hombres o más o menos al de las mujeres, y son concebibles muchas situaciones intermedias como las que hay en la realidad.

Sin embargo, no deja de tener una grandísima fuerza en la sexualidad humana la gravitación hacia dos formas, masculina y femenina, en un esquema dual (llamado binario, usualmente; pero en otros contextos de lenguaje, lo binario es la contraposición “algo o nada”, “sí o no”; conviene recordar que se trata de acepciones distintas)

La dualidad definida entre hombre y mujer es necesaria generalmente para la procreación; por consiguiente, suele motivar una intensa atracción, más intensa cuanto más definida; y constituye incluso el ideal de muchas personas transexuales, que se definen como “una mujer como otra cualquiera” o “un hombre como otro cualquiera”, significando no su realidad de partida, sino su aspiración a una realidad de llegada.

La concepción de lo difuso, tomada por si sola, parece a primera vista desarticular o difuminar esa realidad dual, pero en la teoría matemática de conceptos difusos se compensa la variabilidad casi infinita de los distintos elementos definidos por un más o menos, por la existencia de los “atractores estadísticos” que concentran a su alrededor, también en más o menos, a la mayor parte de los elementos.

En la sexualidad humana, los  atractores masculino y femenino funcionan en medio de la dispersión numérica de la androgenación atrayendo también en más o menos a la mayoría de las personas. Por tanto, los varones se sitúan más o menos cerca de su atractor (que es lo mismo que decir más o menos lejos) y las mujeres más o menos cerca o lejos del suyo.

En todo lo expuesto, he seguido un esquema de lógica difusa, compatible con la existencia de dos atractores estadísticos, que no dan lugar sin embargo a conjuntos cerrados (en los que el criterio de pertenencia es “sí o no”), sino a conjuntos difusos o abiertos (en los que el criterio de pertenencia es “más o menos”. Todas las personas somos más o menos hombres, más o menos mujeres, más o menos intersex, más o menos masculinos, femeninos o neutros, más o menos heterosexuales u homosexuales (como mostró Kinsey al descubrir una escala de herosexualidad/homosexualidad) Todas tenemos algo de masculinas y algo de femeninas (por lo menos, dos mamas y un tubérculo genital)


=3. VARIANTES DE SEXOGÉNERO: TRANSGÉNERO

Algunas personas han experimentado la misteriosa sensación de saber, desde los dos o los tres años, que eran niñas o niños de manera cruzada con relación a su asignación, y con toda seguridad. Es una certeza tan sorprendente que parece ser algo paranormal. De hecho, una de estas personas, amiga mía, recuerda también un día en su extrema niñez, en que una tormenta que hacía correr un río por la calle de la puerta de su casa, le hizo pensar: “¿Aquí estoy otra vez?”. Sin insistir en esto, mencionaré otras reacciones menos conscientes, como ponerse prendas de la madre sobre un cuerpecillo minúsculo, o pedir a los Reyes desde siempre también juguetes del género no asignado.

Este sentimiento fundacional de la persona, que la presenta como conciencia pura, en una edad tan temprana y en contradicción con toda evidencia social,  es la identidad cruzada primaria de sexogénero que Kohlberg consideró que es irreversible.

Como después haré ver, hablando de las identidades, esta forma cruzada puede mantenerse continuamente, a poco que las circunstancias sean favorables, o puede sumirse en una duradera negación que no consigue negarla, si al crecer va formándose el miedo a las consecuencias sociales.

Por consiguiente, puede desarrollarse por lo menos de dos formas: o afirmativa, con más o menos consecuencias prácticas, o reprimida, con considerables sufrimientos que un día pueden llegar al punto del estallido de la liberación.

En todo caso, el cambio de género social es el deseo prioritario para quienes sintieron su identidad de esta manera. Muchas veces, ese estrato identitario les permite no sentir la necesidad de una transformación genital, puesto que para estas personas, su afirmación fundamental fue relativa al género, no al sexo corporal que todavía no conocían. Afirmaron su identidad cruzada en términos sociales, no corporales. Para ellos y ellas es una afirmación social.

Cuando pocos años después descubren que existe relación entre su genitalidad y su género, suelen esperar durante algún tiempo, que sus genitales se transformarán lo mismo que en otras personas ven otras transformaciones corporales.

Llegado el momento, pueden desear tranquilamente, racionalmente, un cambio quirúrgico como manera de expresar la coherencia de su personalidad. Pero también, con la misma serenidad, puede decidir que no lo necesitan, que “los genitales no son importantes para mí”, como me dijo una amiga, en fase de transición.

También puede haber racionalizaciones más elaboradas, para justificar ante otros lo que a otros puede parecer la incoherencia de afirmarse rotundamente como mujeres u hombres y no darles importancia a los genitales. En las mujeres suele hablarse del temor a la pérdida del placer; en los hombres, más objetivamente, de la dificultad y menos que medianos resultados de la operación de faloplastia, con las técnicas actuales.

En otras personas, puede establecerse con  naturalidad una primera identidad lineal, no exenta de realidad. El “test de los Reyes Magos” es la prueba de su fuerza proyectiva: los juguetes que han pedido los niños son coherentes con la identidad de asignación, puesto que los juguetes y el juego suelen expresar su soberanía personal, por encima de todo intento de educación o adoctrinamiento.

Es más tarde cuando emergen problemas con esa identidad, debidos quizá al desajuste entre la hipoandrogenia central y una cultura de géneros estereotipados, aunque puede haber indicios anteriores.


Esta voluntad de cambio se tiene que enfrentar con las realidades que expresa la identidad lineal primaria, al plantearse un deseo de cambio radical, cambio de sentimientos, si fuera posible, y por tanto suele ser angustiada y compulsiva, a diferencia de la naturalidad con que se vive la identidad primaria cruzada. Cuando sea posible una verdadera atención a los menores variantes de género, sería interesante proponerles formas nobinarias de identidad.



=4. VARIANTES  DE SEXOGÉNERO: DISFORIA ANATÓMICA

Un número no muy alto de las personas variantes de sexogénero, experimentan como  prioritario un deseo de suprimir sus genitales. Este deseo es independiente de las cuestiones de género. Puede parecer incluso muy aceptable conseguirlo  aunque se tenga que seimguir viviendo en el sexogénero de origen. De hecho, lo que permite discernirlo es observar que sería suficiente incluso si no se pudiera cambiar de género.

En cuanto a prestarle atención médica, recuérdese que hoy hay un consenso acerca de que está indicada la cirugía de genitales, en cuanto permite llegar a una situación de bienestar y equilibrio.

Este sentimiento se origina como una extrañeza intensa ante los genitales que hay en el cuerpo de quien lo experimenta. La palabra “extrañeza” es adecuada en cuanto señala un sentimiento de sorpresa, distanciamiento, horror y negación por la presencia de esos genitales especialmente desde la pubertad. Por eso, las personas  masculinizantes rechazan sobre todo las mamas y las personas feminizantes rechazan el falo y testículos y sus funciones tras la maduración sexual. La pubertad parece ser una edad crítica para la formación de estos sentimientos. Para darle un nombre, algo necesario para ver su especificidad, se le podría llamar “genéticoxenia”, de “gennétikon”, en griego, genital, y “xenia”, del griego “xenós”, extraño, forastero… pero quizá sea preferible y más comprensible el uso ya establecido de “disforia anatómica” (Zucker, 1995)

Es un sentimiento autónomo, independiente de cualquier otro. Se puede llegar a la genéticoquirurgia  fundamentalmente y casi solo por él, que hace muy desagradable ver el propio cuerpo desnudo, o tener conciencia de que estos genitales se encuentran en él. No es que una conciencia de identidad previa genere este sentimiento. Es que él puede generar un cambio de identidad o un deseo de cambio de identidad.

Hablaré brevemente en primera persona de él, porque lo he sentido y ha determinado mi varianza de sexogénero, esperando que otras personas se reconozcan en mis palabras o expresen las diferencias con sus propias experiencias. No abundan los testimonios escritos sobre él, por lo que en cualquier caso sé que será útil anotar mis recuerdos y reacciones: Mientras en mi niñez los genitales no eran nada significativos, al punto de creerlos solo órganos para la orina, pequeños y ligeros, después de la pubertad me fueron pareciendo feos, grotescos, ajenos. Hubiera querido que volvieran a su estado anterior (19 años) Mi sexualidad no era penetrativa. Operarme no fue una amputación, sino una adecuación.

Este sentimiento tan intenso puede derivar de una hipo- o hiperandrogenia central, que hace que estos órganos sean incompatibles con una orientación general de la personalidad, como si se percibiese que su relación con las sexualidades extravertida (masculina) e introvertida (femenina) no fuese coherente con unas personalidades introvertida y extravertida, respectivamente, y quedase cruzada en relación con ellas.

He leído la hipótesis (no recuerdo de quién) de que la conciencia forme una imagen corporal de sí, que incluya la genitalidad.  Un cerebro impregnado por la hiperandrogenia sentiría la acometividad masculina y desearía hacerla posible orgánicamente, lo mismo que si tuviera una hipoandrogenia suficientemente definida sentiría al menos una pasividad femenina y no entendería literalmente unos órganos masculinos que le parecerían ajenos a su cuerpo, como realmente ocurre.

Pero es cierto que esta sensación que se podría vincular al sistema sensorial y en particular al sentido interior, no tiene que ver necesariamente con la identidad previa, que es un hecho de abstracción, aunque también conectado a otras sensaciones interiores.

Esta prioridad puede venir de la fuerza de las sensaciones, vinculadas al cerebro arcaico. Existen personas que tienen identidad cruzada primaria (o una identidad indefinida) que priorizan sin embargo el cambio de genitales, hasta el punto de responder sin dudas a las preguntas acerca de si lo pondrían por delante del cambio de género (social) y si lo aceptarían incluso si después tuvieran que irse a vivir el resto de su vida en una isla desierta, sin compañía humana.

En estas respuestas se evidencia que el cambio de genitales es sobre todo un deseo personal, interior. La persona que lo desea quisiera saber solo que ya lo ha conseguido, es una sensación de su soledad,  en la intimidad de su cuarto cerrado o en la quietud de una playa.

Es un sentimiento de adecuación, palabra que quiero enfatizar, de coherencia; no es en primer lugar una reacción erótica ni va dirigida a cualesquiera relaciones sexuales; es la modesta sensación de una persona que se encuentra en paz consigo misma.

Y como digo, es una sensación preidentitaria. No tiene que ver con identificarse primero dentro de un conjunto y después querer asimilarse lo más posible a los otros elementos de ese conjunto. Tiene que ver con formas coherentes o no con el sentido interior de la armonía personal.  Y ésta tiene que conciliar de alguna manera la imagen corporal con la hiper- o hipoandrogenia.

Lo que he expuesto es lo previo. Sin embargo, la continuación es identitaria. Si la persona que desea cambiar de genitales tiene identidad cruzada primaria, todo le será más fácil. Si la persona que quiere cambiar de genitales tiene una identidad lineal primaria, le será más difícil, aunque quisiera señalar a mis compañeras de condición, puesto que yo soy así, que lo identitario es posterior, superpuesto a lo endocrinológico.

Puede darse que una persona siga sintiéndose masculina de identidad y sin embargo desee este cambio genital, que no va vinculado entonces a una identidad femenina, sino a una forma en todo caso ambigua.

La persona transexual puede llegar, lógicamente, en el plano de la conciencia, a un intento de nueva identidad. Este intento, si es verdad la afirmación de Kohlberg acerca de la irreversibilidad de la identidad primaria, entraría en colisión con ella, si estuviera bien definida, conceptual y emocionalmente. Sería una realidad confrontándose con un deseo. Un “yo soy” frente a un “yo quiero ser”.

O se sigue un voluntarismo, una aceptación del conflicto como definición de la propia personalidad, o se opta por el realismo. Esta colisión no transcurre sin angustias, culpas e intentos compulsivos de solución, que llevan a avances y retrocesos por igual pasionales.

Se dan estallidos, en los que la persona puede tomar decisiones aventuradas y las llamadas purgaciones en las que renuncia a todo lo que ha intentado, quema ropa, procura olvidarse de todo. Es necesario llegar a una solución integradora y reflexiva.


=5. EROTICIDAD TRANSEXUAL


Me limito a observaciones sobre la eroticidad de la transexualidad feminizante, que conozco mejor. De la masculinizante hablaré mucho menos, confiando en que algún transexual masculino lo haga, pero anotaré que sus supuestos son muy distintos y también sus uniones.

Ordenaré  esta eroticidad. Primero hablaré de cómo un vacío identitario se traduce en una necesidad de identidad que luego se puede erotizar. Después, de manifestaciones eróticas de carácter muy arcaico, observables también desde una edad temprana, y finalmente, de las posibilidades y dificultades de un erotismo superior.

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(Primero. Vacío de identidad y Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo)

La transexualidad feminizante puede partir de una constancia de desajuste con la masculinidad, acompañada por un deseo que se sabe imposible, pero por eso mismo se ansía como absoluto, que es la llamada Fusión con la Imagen de la Mujer en el Espejo (Catherine Millot)

La persona transexual solo en su niñez puede creer que su cuerpo cambiará naturalmente para convertirse en el del sexo deseado. Cuando crece, va sintiendo la angustia de que ese cambio no va a ser posible (mientras no sabe que puede recibir ayuda médica), y entonces se acoge a la  representación de la Fusión con la Imagen de la Mujer, que generalmente se confirma en el Espejo, cuando se viste con las ropas de alguna mujer de la familia o se maquilla.

Me parece que la asociación mediante el espejo suele estar presente incluso en la primera niñez, cuando se ponen los desmesurados zapatos de la mano, o se improvisa un vestido con cualquier trapo, o se pinta la carita con chafarrinones, y se intenta con esperanza y luego con tristeza verse en el espejo.

No hay erotismo aquí, sino necesidad de ver aparecer la imagen de sí que se piensa verdadera, o de suplir una imagen material que parece triste, gris o desvaída por otra resplandeciente y fascinante.

En la medida en que esta segunda imagen es imaginada, puede ser perfecta; Catherine Millot observó que suele ser la de una Mujer joven, perfecta, arquetípica; pero yo muchas veces pensaba en llegar a ser como esas mujeres mayores y elegantes que toman el té felices.

Más adelante, con la pubertad, puede revestirse de erotismo la imagen de la Mujer; por ignorar el vacío de identidad anterior, la necesidad de una imagen que lo colme, esta erotización, que es tardía, y se superpone a los sentimientos tempranos, que son distintos, de pura identidad, fue entendida como hipótesis explicativa por el Dr. Ray Blanchard, un médico que no es transexual, distinguiendo entre transexuales ginéfilas y andrófilas, pensando que en las primeras se da una autoginefilia (amor de sí como mujer o de la mujer en la propia persona) y creyendo que la define la excitación. Pero yo entiendo que la excitación es una reacción mecánica del cuerpo,  que llega después de una necesidad identitaria, y que desaparece con los tratamientos de antiandrógenos, sin que desaparezca el sentimiento transexual, que sigue necesitando la Imagen de la Mujer en el Espejo; esta experiencia la he comprobado en mí misma. Hay también algunas afirmaciones de mujeres, supongo que heterosexuales, que se excitan cuando piensan que pueden parecerse a cierta Imagen de la Mujer, pero no lo he verificado suficientemente.

La hipótesis de Blanchard ha sido avalada por Anne Lawrence, una médica transexual,  valiente aunque equivocadamente, porque supone (si fuera verdad) que devaluaría la transexualidad ginéfila, haciéndola pasar por una técnica de excitación, lo que olvida la indigencia identitaria que siente toda persona trans.

Esta hipótesis se parece a lo que ya pensó Charlotte von Mahlsdorf, en “Yo soy mi propia mujer”, o a la que yo concebí, en mi propia adolescencia, pero con tristeza, de que sería un amor que saldría de mí para volver sobre mí; si no fuera por la necesidad de una identidad, por mi vacío de identidad.


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(Segundo. Erotismo arcaico de sumisión/dominancia)

La hipoandrogenia central puede referirse al cerebro arcaico, generando un erotismo primitivo, animal, el de la relación sumisión/dominancia, muy intenso, y a menudo inconsciente porque genera conflictos con las necesidades afectivas y las percepciones superiores.

Lo que tenemos en común con los animales es que la relación de uno hiperandrogénico con uno hipoandrogénico  genere una reacción de dominancia en el primero y de miedo en el segundo, por la mayor acometividad inducida por los andrógenos.

La amenaza genera placer en el dominante, y el placer inhibe la agresión.  La agresión inhibida genera sumisión en el dominado y otra forma de placer.

Así se instala un sistema de amenaza/miedo - placer dominador -inhibición - sumisión -placer dominado, que estructura la sexualidad arcaica. En el cortejo, la fase de miedo se ritualiza en forma de huida, que aumenta el deseo del dominante.  Una vez creada esta estructura, se estabiliza en forma de posesión/protección (condicionada a la sumisión, lo que en los humanos llega a ser muy peligroso), que en principio es útil y adaptativa para asegurar la procreación, al cuidar el más fuerte de la madre y de los hijos. 

Entre los humanos se puede reconocer la existencia de ese conjunto de memorias colectivas y pulsiones del cerebro arcaico que llevan a la sumisión/protección de la mujer, aunque el análisis del cerebro neocortical las puede mirar con distanciamiento y  preocupación; no exentos de una nostalgia sentimental. Lo que quiero plantear es que esta pulsión arcaica pueda darse también en personas XY muy hipoandrogénicas o feminizantes y tenga el mismo recorrido alternativo que en las mujeres (o sumisión efectiva o distanciamiento)

La dominación/sumisión es una relación dual. Por una parte, el dominador desea la dominación absoluta, por lo que tiende a eliminar a sus rivales. Por otra parte, la dominada puede desear que su dominador sea también absoluto, para ganar una protección absoluta, pero en ella queda siempre un resto de capacidad de fuga, tendente a la supervivencia.

Pero la conciencia y la inteligencia humanas se alarman racionalmente ante el deseo de sumisión presente en muchas personas, especialmente cuando se sabe que se activa ante el miedo y las agresiones. 

La combinación agresión/placer/sumisión es siempre humillante y puede ser mortal, probadamente. Si está presente en algunos equilibrios naturales, ¿cómo se puede racionalizar?

En primer lugar, afirmando que el ser humano debe priorizar la lógica sobre cualquier sentimiento. Más concretamente, sabiendo, desde Freud, que la existencia de las pulsiones no se puede negar, sino que debe ser asumida y canalizada. Esto es posible desde el momento en que se comprende que no toda nuestra existencia es pulsional, ni menos limitada a las pulsiones del plano arcaico de nuestro cerebro, sino que en ella hay sentimientos y razonamientos, generados en los planos cerebrales medios y modernos que ensanchan nuestra manera de ser.

La aparición de los deseos de sumisión puede parecer alarmante y hasta patológica, puesto que parecen vergonzosos y hasta abyectos. Pero constituyen las fantasías de  millones de mujeres emancipadas, lo que sería prueba de que se trata de una pulsión arcaica. Pero si se mantienen ocultos e incluso se rechazan, es porque debe de haber algún mecanismo racional que nos permita vivirlos como fantasías y olvidarlos socialmente. No me extraña; me figuro en mi juventud, habiéndome arriesgado a vivir así, en compañía de cualquier energúmeno,  y el sentido común me da gritos.

Puede comprobarse la extensión de estos sentimientos en la literatura sentimental de masas para mujeres. Al investigar, me encontré este registro de temas desde el primer texto que compré y desde el mismo título, “Gentle Rogue, “Amable Tirano”, de Johanna Lindsay, escrita en 1998.  Sus fantasías son del todo parecidas a las mías: Georgina es la menor de cinco varones corpulentos, que se hicieron marinos mientras ella se quedaba en su casa… hasta que salió para perseguir una causa, pero travestida de chico, se mete en una pelea que termina cuando un hombre grande y fuerte la levanta de un puñado y comprende que es una mujer…

El mismo acorde suena en “Cincuenta sombras de Grey”,  una obra que habla de sumisión de la mujer; toca fibras muy profundas, prerracionales del sentimiento femenino, que son imposibles de vivir en la práctica; ha sido calificada como pornografía sentimental, en la medida en que despierta sensaciones a partir de imaginaciones, que es precisamente lo que me ha permitido saber que parto instintivamente de los esquemas femeninos, que les interesan a millones de mujeres.

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(Tercero. Erotismo superior)

La inclinación hacia el hombre puede estar limitada al deseo arcaico de sumisión, disfrazado de varias maneras condicionadas por la conciencia, tales como la búsqueda de un “hermano mayor” o un protector.

En este caso, las transexuales feminizantes pueden ser más decididamente sumisas que las mujeres nativas, que suelen estar a punto de rebeldía. No sé explicarlo, pero me parece como si el instinto arcaico funcionara en las transexuales feminizantes de manera más elemental y simple, mientras que en las mujeres nativas se articularía de manera más compleja con la dominancia, y alternara con ella en una actitud desafiante.

En cambio, las transexuales feminizantes pueden decidir su sumisión de una manera unilateral, sin contrapeso desafiante, y abarcadora, extendida sin reservas a todos los aspectos de la vida, porque encuentran constante placer en esta sumisión, pidiendo solo que el varón dominante preserve en cambio su actitud de protector.

Pueden llegar a aceptar posiciones de tercera en una relación; si el varón mantiene relaciones con otra mujer e incluso otro hombre, pueden contentarse con un rol de confidente privilegiada, que le dé la sensación de que su relación es especial, más fuerte que los vaivenes  de la sexualidad (yo he tenido cuatro veces este tipo de relación) Esta relación de confidente está sexuada en el fondo, pues no funcionaría con una mujer.

Quizá por todo ello, está extendida la opinión entre varones que han mantenido relaciones con ellas,  de que “las transexuales son más mujeres que las mujeres”.  Es un lugar común que he oído varias veces a distintas personas, relacionado también por su a veces cuidadísimo arreglo (no es mi caso)

La convivencia de una transexual con un varón junta por tanto elementos masculinos secundarios con otros femeninos determinantes. Entre los primeros suele haber un estilo claro, directo de relación, libre de las oblicuidades más frecuentes entre las mujeres nativas; también una capacidad de independencia material o profesional e incluso cierta aspereza en las formas. Pero todo sucumbe para el varón ante la constatación de su sumisión sincera, de su  agradecimiento por ser querida y protegida, y hasta de su cuidada estética.

La sensación de agradecimiento “por haberse fijado en mí”, las posibilidades de la sexualidad pasiva, las necesidades económicas y la conciencia de otras dificultades pueden ser suficientes para crear parejas estables. En ellas, la transexual femenina está dispuesta a “fingir el orgasmo, como muchas mujeres” y a asumir labores de cuidado de una casa, que la hacen deseable para su compañero.

Por eso, entre los varones que se unen con una transexual feminizante y que conozco, algunos vienen de una relación tensa y difícil con una mujer nacida, lo que les permite hallar la paz; otros tienen una esposa, concediendo a la transexual la función de “la otra”, incluso utilizándola sin consideraciones; otros son fuertemente protectores y necesitan alguien a quien tomar en mano, lo que no deja de crear tensiones si se exceden en su tutela…

Las relaciones estables entre transexuales feminizantes y varones no son frecuentes pero no imposibles. Las relaciones esporádicas son más frecuentes, pero muchas veces no sobrepasan el nivel de experiencia por parte de quienes se sienten intrigados, desengañando tristemente a sus parejas trans. En este conjunto de relaciones, muchos varones se sienten atraídos por la Mujer Fálica, cuando experimentan fuertemente el terror a los genitales femeninos del que habló Freud; la unión de un cuerpo femenino con unos genitales masculinos les resulta fascinante; en la prostitución, parece que la mayoría de los clientes lo desean (oí a una dueña de un hostal recomendar a una joven transexual que trabajaba en el espectáculo y en la prostitución que no se operase “porque entonces no se diferenciaría en nada”.

Las relaciones de transexuales feminizantes con mujeres pueden ser también muy estables. Cuando la transición se ha hecho después de una larga convivencia en la que se haya formado un afecto mutuo, pueden seguir adelante con relaciones sexuales o sin ellas.

En estos casos, he visto procesos espontáneos de negociación en los que se puede llegar a un acuerdo equilibrado. Si hay hijos, pueden ser la mayor razón para seguir juntos. Por respeto y cariño, la persona transexual puede decidir, según cada particular, alejarse o decidirlo mientras son muy pequeños, de manera que crezcan habituados a esta realidad, o esperar a que sobrepasen por lo menos la pubertad y puedan hacer frente a la realidad.

Alguna vez el pacto se ha referido a una relación no penetrativa, de caricias mutuas, muy lentas, muy lésbicas; ha generado  un condicionamiento del placer y un deseo, que llevaba a buscar el encuentro y parecía abrir otras perspectivas,  aunque no ha dejado de haber resistencias que más que corporales han sido emocionales, de ruptura del esquema identitario asumido.

¿Lo que se sentía como “la fuerza de la naturaleza” hubiera llegado a ser suficiente como para disolver poco a poco las resistencias? La poca libido que sienten algunas personas transexuales, que era uno de los puntos de partida de esta relación, resultó ser un bloqueo, más que una carencia. Pero la sensación de rechazo de los genitales ajenos y propios permanecía y la unión habría sido posible, pero como una condescendencia, una “exploración de la caverna” en todo caso, más que el vehemente deseo de fusión y posesión que se da en las relaciones plenamente heteras.

Estaba funcionando en esta relación un esquema que suele ser frecuente, en el que ambas partes se dicen de buena fe, diciéndose la mujer nacida “conmigo todo se va arreglar” y la persona transexual “esto se me pasa”. Sin embargo, la experiencia de muchas de las parejas que se han constituido sobre estos supuestos, es que esta intención no pasa del momento en el que la relación sexual se hace habitual, porque pasado el entusiasmo, renacen los antiguos sentimientos y sensaciones, el rechazo a los propios genitales, etcétera.

Es experiencia de muchas parejas esta decepción con las expectativas; solo se puede emprender si la mujer nacida es plenamente consciente de que se une con una persona variante de género, que la variación de género forma parte estructural de su persona y seguirá formándolo, y que ella está dispuesta a asumir con cariño y naturalidad las transiciones que su pareja deba emprender o las que decida que puede omitir. Esta aceptación mutua de corazón, la de la transexualidad, es el solo pacto de fondo que se puede y se debe hacer, que presente garantías de convivencia perdurable y de educación libre de los niños si pueden venir.

No he tenido ocasión de conocer relaciones con mujeres lesbianas, por lo que no puedo hablar de ellas y solo esperar descripciones propias.

=6. IDENTIDAD DE GÉNERO

La identidad de género surge de lo que los otros dicen de mí y se confirma mediante la observación de los otros y de mí; por tanto, es el primer acto del Código de Género: la definición de la identidad personal de género y de las expectativas que la acompañan; todo ello, simplificado, y sin preguntarle a la persona definida.

La identidad se confirma o se refuta en mí mediante la observación personal en relación con los otros; se forma en un juego de conceptos y de juicios afirmativos y negativos, con arreglo a la cultura social, pero al tratarse el sexogénero de una realidad muy compleja, el concepto está sujeto a error,  es revisable, como todos nuestros pensamientos; depende de los conceptos o nombres codificados o no en cada cultura. Pero en un sentido más íntimo, identidad de género también es una intuición de lo que se es interiormente en relación con otras personas, un sentimiento de lo real de esa relación.

Los animales que no son capaces de abstracción no tienen identidad de género, solo sexo, expresado pulsionalmente, no reflexivamente.

La identidad de género se forma entre los humanos por aprendizaje de otros humanos y por descubrimientos propios. El aprendizaje trata de datos objetivos relacionados con el lenguaje, con sus géneros masculino o femenino aplicados al infante (=el que no habla) y a sus padres y con el código de género vigente en su sociedad, hasta ahora binarista, en materia de símbolos vestimentarios y de costumbres. Los descubrimientos propios son subjetivos porque tienen que ver con el sentimiento interior de afinidad  con uno de los géneros y de desafinidad  con el otro.

Generalmente, la identidad de género se forma alineada con el fenotipo y la opinión objetiva de las otras personas, pero a veces se forma cruzada, basándose en un sentimiento de afinidad con el otro, que puede ser explícito o quedar secreto.

Pablo Vergara me planteó (24.VII.2012) una posibilidad sobre la formación de esta identidad primaria que me resultó muy reveladora:  que algunos niños, desde su primera niñez, siendo de naturaleza cruzada, cerebralmente más o menos cruzados, formaran una identidad lineal como efecto de la presión cultural o social.

Su identidad consciente no sería por tanto expresión espontánea de su naturaleza interior, como yo había supuesto, sino de la presión exterior, cultural, desde  familiar y social.

Podríamos hablar por tanto de una identidad exterior, cultural, lineal,  en conflicto con una identidad interior, intuitiva, cruzada; la identidad exterior tendería a sustituir a la interior, pero ésta de resistiría continuamente.

Como estos sentimientos de identidad se forman a edades muy tempranas, hacia los tres años, son muy firmes y duraderos. Constituyen la identidad personal de una manera tan profunda, que parece congénita, constitucional de la personalidad, casi biológica.

En la mayoría de las personas, la identidad lineal con el fenotipo es tan profunda y evidente que se mantiene durante toda su vida. Pero una minoría tiene historias personales diferentes.

(Primero. Identificación cruzada primaria respecto al fenotipo) 

Hay personas que forman una identidad cruzada de manera espontánea desde su primera niñez. Puede ser que esto se deba a la conciencia íntima de sus afinidades y desafinidades, quizá en relación con la madre y el padre o a que hayan sentido una presión externa más o menos explícita que busque su transformación.

En la literatura sobre experiencias transexuales, encontré esta referencia en la autobiografía de Ian Morris, donde parece corresponder a un autodescubrimiento. En Kathy Dee, parece más bien corresponder a las expectativas medio inconscientes de su madre, que había perdido a otra hija.

Antes muy desusado, excepcional, hoy estas personas consiguen a veces permanecer en su primera identidad desde la niñez, si su familia las acepta,  pero sigue siendo más común que, en el paso de la niñez a la adolescencia, experimenten la presión de un medio social binarista, y decidan someterse a las normas del Código de Género vigente, iniciando una fase larga de negación.

Esta fase larga puede durar muchos años, quizá una vida entera. En ella, atenazadas por el miedo, las personas que la sufren pueden hacer, si son XY, ensayos de hipermasculidad o si son XX, de hiperfeminidad, barbas, bigotes o maquillaje, culturismo o estereotipos femeninos, buscar novias o novios, casarse convencidos de que “esto es una niñería y casándome se me pasará”, etcétera.

Pero generalmente la situación no es interiormente sostenible, lo que hace que termine la fase larga de negación. En estos casos, se observa empíricamente que el tránsito suele hacerse reflexivamente, no compulsivamente, no parafílicamente, quizá porque se tiene conciencia de que se retorna a una primera identidad más verdadera y profunda.

(Segundo. Desidentificación de la primera identidad lineal respecto al fenotipo)

En algunas personas XY hipoandrogénicas la presión cultural universal y perpetua que postula Pablo Vergara puede generar una  identidad lineal que se mantiene durante algún tiempo, hasta que los datos disponibles evidencian poco a poco a una desafinidad profunda, no perceptible a primera vista, con el género asignado.

Pablo Vergara señala además que la presión cultural suele ser mucho más fuerte sobre los niños fenotípicos que sobre las niñas fenotípicas; a quienes nacen con fenotipo masculino se les impide cualquier desviación del arquetipo masculino, mientras que a quienes nacen con fenotipo femenino se les suele permitir más libertad en sus primeros años.

Si la persona XY es particularmente hipoandrogénica, dócil e incapaz de rebeldía es más fácil que acepte como propia una identidad que es solo cultural.

Pero esa identidad está objetivamente equivocada, y su puesta a prueba cada día puede tropezar con dificultades continuas. La persona que la ha formado no responde a las expectativas culturales (lo que puede generarle sentimientos de culpa) o choca con las personas que han formado la misma identidad: un sentimiento de extrañeza mutua puede establecerse, llegando a un rechazo radical en las dos direcciones.

Se produce entonces una desidentificación, con respecto a la identificación anterior, que si no tiene apoyo externo, resulta muy traumática, puesto que la identidad lineal primaria permanece formada.

Algunas de las personas que experimentan esta desidentificación se sienten muy culpables, pueden dar pasos compulsivos, poco meditados, socialmente demoledores, que agravan su sentimiento de culpa. Otras, faltas del conocimiento de los procesos que las agitan pueden optar por una ética de la transgresión validada como transgresión o rebeldía política y moral. Un placer parafílico puede aparecer secundariamente, como solución simbólica a problemas reales (por tanto, no una solución real), que se estabiliza en cuanto aparente solución, pero  fracasa en cuanto que es solo simbólica, lo que agrava todavía más los sentimientos de culpa.

(Es la autoginefilia así denominada por Ray Blanchard y validada por Anne Lawrence; pero no es o puede no ser la causa de la transexualidad, sino un efecto secundario de la desidentificación, en la medida en que causa angustias y éstas se suelen resolver parafílicamente)

La agitación de los sentimientos y las sensaciones sexuales que acompaña a esta desidentificación produce cansancio y fases cortas de negación, que se llaman purgaciones, en las que se pretende retornar a la primera identidad lineal, y para eso se niega, se rompe o se tira todo lo relacionado con la nueva identidad cruzada, amigos, escritos, ropas. Sin embargo, cuando se ha llegado suficientemente lejos en el desafío a la cultura binarista, y ésta ha castigado duramente la transgresión del Código de Género binarista, la fase de negación puede durar también muchos años.

La solución real está en comprender las razones profundas de la  nueva afinidad, que pueden estar en la hipoandrogenia XY y la hiperandrogenia XX, cuyos efectos pueden no haberse hecho visibles hasta la pubertad.

Esto puede hacer desaparecer la compulsividad, la parafilia y los sentimientos injustificados de culpabilidad, y procurar un desarrollo armónico de la persona y de su relación con el medio social, si está a su vez abierto a una visión no-binaria del sexogénero.

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=7. CÓDIGO DE GÉNERO

En todas las sociedades, existe un Código de Género conocido por todos sus integrantes, de manera consuetudinaria y también escrita en parte. Como código, es un conjunto de normas de conducta, que prevé castigos muy severos en caso de infracción. Históricamente han ido de la irrisión a la pena de muerte.

El Código de Género procede de la división sexual y de sus consecuencias para la reproducción. Contiene el núcleo constitucional de las sociedades prehumanas y de las primeras humanas. Mientras que en las sociedades animales funciona instintivamente de manera correcta, en las humanas funciona por conciencia, aprendizaje y coacción, lo que deja lugar a numerosas variantes, así como la posibilidad de errores de planteamiento y hasta de desaparición.

Entre los mamíferos primates, de los que somos una parte, la forma más elemental del Código de Género es la necesidad de que las madres cuiden de sus hijos durante la lactancia y su menor edad y el resto del grupo social cuide del conjunto madre/hijo. Las funciones sociales se dividen por tanto en dos clases, una, las madres/hijos, y otra, las otras hembras y los machos, la primera, protegida, y la segunda, protectora. En los babuinos, esto se materializa, durante la marcha del grupo, en tres sectores: una circunferencia externa, la de los machos adultos, una interna, la de las hembras adultas, y un círculo más interior, de las crías machos, hembras (o intersex) Entre los humanos, postulo que este régimen es propio de las sociedades aprovechadoras de frutos, raíces, miel, carroña y pequeños animales, (huevos, conchas, insectos, peces, reptiles, aves y mamíferos)

Entre los humanos, capaces de innovaciones técnicas que mejoren su nutrición y supervivencia, llega a ser muy efectivo el funcionamiento estructural de su sociedad (sigo a V. Gordon Childe), en la que se observa una infraestructura de cambios técnicos con consecuencias económicas y una superestructura de cambios de mentalidad, costumbres y formas de gobierno derivados de los anteriores.

En este cuadro estructural, el desarrollo de las armas arrojadizas permite la caza organizada de grandes animales, la cual requiere movilidad, agilidad y fuerza muscular. Esto produce una división sexual del trabajo: caza y guerra por un lado (vida de campo) y cuidado de los hijos por otro, al que se añade el secado de la carne, la cocina y el curtido de las pieles (vida de campamento) En algunos pueblos, las mujeres más androgénicas fueron aceptadas en la vida de campo, y los hombres menos androgénicos, en la vida de campamento, unas y otros recibiendo el status de hombres y mujeres socialmente funcionales. El Código de Género sigue con su orientación fundamental, asegurando la reproducción, pero se transforma al añadir al método de protección por el de dominación: los hombres armados no son solo protectores, sino dominadores, y las mujeres con sus hijos no serán solo protegidas sino dominadas. La dominancia/sumisión, unida a la provisión de alimentos, trae como efecto una sobrevaloración cultural de los dominadores y una infravaloración de las dominadas. Todos estos aspectos de las sociedades cazadoras (“paleolíticas superiores”) se han observado antropológicamente entre los amerindios de las praderas de Norteamérica.


El Código de Género de las sociedades labradoras, llegó a una preponderancia social, por parte de las madres y abuelas, que dio origen a sociedades matrilineales (no “matriarcales”), fundadas en la seguridad de la sucesión materna. La propiedad de la tierra correspondía a la mujer, incluso en los primeros reinos, en los que la mujer legitimaba al marido como soberano.  

En las sociedades pastoras, más parecidas a las cazadoras, nómadas, se estableció el patriarcado. El Código de Género se estableció sobre la base de una dominación patriarcal, que tuvo que afrontar la inseguridad de la sucesión paterna, mediante el dominio celoso de las mujeres, para que hubiera certeza en las sucesiones patrilineales.

La agricultura pasó de las mujeres a los hombres con la invención del arado. Cuando sus excedentes se hicieron suficientemente grandes abrió el paso al comercio o trueque, luego a la artesanía, la minería y la escritura, y empezó la sociedad mercantil,  que duraría hasta la industrial, desde el siglo XVIII.

En algunos pueblos mercantiles sobrevivió el Código de Género patriarcal creado en las sociedades pastoriles. Los ejemplos más notorios son la institución del gineceo de la Hélade clásica, heredera de los conquistadores nómadas de la Edad de Hierro, como confinamiento hogareño de las mujeres, excluidas de toda vida social o pública. Y el régimen de la mujer de los judíos, herederos de los pastores de habla semítica, y unido al helénico para después configurar el régimen cristiano, algo más distendido (existencia de reinas y mayorazgas)

En todas estas sociedades, la fuerte mortalidad de las madres y de los hijos y la realidad de que la familia era la única forma de seguridad para sus integrantes, hacía necesaria la procreación de muchos hijos, para que sobrevivieran algunos, con lo que la vida de las mujeres debía centrarse del todo en sus hijos; si se añade a este rigor biológico el artificial de la patrilinealidad, con su correspondiente preocupación por asegurarla, la salida de ambas situaciones era el confinamiento de la mujer en su casa, vigente hasta el decenio de los setenta, del siglo XX.

La sociedad industrial, con sus posibilidades de seguridad social (desde 1870, en Alemania), el progreso de las técnicas y de las ciencias, especialmente el de la Medicina, la afirmación de la vida de madres e hijos, han sido condiciones infraestructurales para disminuir el número de los hijos y por tanto liberar a las mujeres de su exclusiva dedicación a la maternidad.

En la sociedad postindustrial, informática, de ahora mismo, estas condiciones permiten que en los pueblos donde más se ha implantado, el Código de Género se volatilice en su valor jurídico, pues al potenciar la cerebralidad sobre el resto de la biología, se llega a un matrimonio igualitario, sin diferencias de sexo, por lo que deja de haber situaciones legales distintas entre hombres, mujeres o intersex. Puede subsistir, muy atenuado, por la fuerza de la biología y de la costumbre, aunque en formas desvaídas. Sigue habiendo por ejemplo una moda de hombre y una moda de mujer, por razones de potenciar el atractivo de cada sexogénero, pero a la hora del trabajo o del estudio se elige ropa unisex pero más bien masculina (chándales, etc)

En otras sociedades en que la industrialización y la informatización no se han desarrollado  todavía con la  misma fuerza, pueden sobrevivir remanentes del Código de Género, aunque con una creciente contestación interna. El caso más fuerte es el del integrismo islámico actual, donde el patriarcado antiguo sobrevive con la fuerza de una reacción exasperada contra el libertinaje occidental;  se observa en él una exaltación rigorista del Código de Género antiguo (mujeres veladas, confinadas en la casa), a la vez que se perpetúa una desviación, pues el cuerpo legal deja de tener como objetivo primordial el cuidado de los hijos (que se presupone en la mujer), para sustituirse por el servicio al marido.

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=8. ORIENTACIÓN

Cuando se ve la sexualidad humana como un conjunto de planos diferenciados, el cromosómico, fenotípico, central o cerebral, conductual, todos los cuales pueden estar diferentemente androgenizados, formando conjuntos difusos de más o menos, asoombra que en la mayoría de las personas todos funcionen convergentemente y no extraña que haya grandes minorías en las que se dan diversas minorías.

Es improbable encontrar la lógica de estas divergencias, más allá de que es lógico que existan. Es lógica por tanto la heterosexualidad y es lógica la homosexualidad y la transexualidad o variación de sexogénero; son lógicas todas las variaciones, que constituyen una especie de fondo de reserva experimental para las potencialidades evolutivas o adaptativas de la especie.

Es lógico por consiguiente que las personas variantes de sexogénero no tengan una única forma de orientación, heterosexual con relación a su sexogénero de destino. En ellas, como en cualquier otra persona, se dan todas las formas de orientación concebibles, heterosexual, homosexual, bisexual, asexual-afectiva…

Suele pensarse, en visión binarista, monolítica, que lo lógico sería, si cambiamos de identidad sexogenérica, que sea para vivir desde ella su heterosexualidad, y parece poco concebible, por ejemplo, que una persona fenotípicamente femenina ame a los hombres y sin embargo se masculinice dificultando así sus oportunidades. Sin embargo, lo lógico es la posibilidad de que cada uno de los distintos planos de la personalidad actúen libremente, desvinculadamente. Si sucede así, es cierto que surgen dificultades, pero también oportunidades insospechadas no solo personales, sino para toda la especie.

Se ha dicho que la reproducción es función de la especie y no de los individuos. Puede haber individuos estériles que favorezcan la reproducción de la especie: entre los humanos, ya hemos visto que los varones más viriles y reproductivos y las mujeres más femeninas y reproductivas, están muy adaptados al contexto primitivo de la subsistencia por medios naturales, pero que necesitamos también hombres y mujeres menos diferenciados, que emprendan vidas menos sexuadas, más científicas, más técnicas y que aseguren otros medios de supervivencia; entre los hemípteros, abejas, hormigas, etcétera, ya sabemos que  han resuelto la suya mediante una existencia comunitaria centrada en una o pocas hembras fértiles, una minoría de machos también fértiles y una inmensa mayoría de hembras estériles.

La hipo- o hipoandrogenia, en ciertas proporciones, en ciertos momentos de la gestación, induce conductas menos musculares en los hombres y menos maternales en las mujeres. Incita a los primeros a una mayor tendencia a la lectura, a las mesas de estudio, a la introversión o a la sensibilidad, que se traduce en mayor dedicación o creatividad en las ciencias, las técnicas y las artes, y a las segundas a sentir que sus familias les quedan estrechas,  a dedicarse a los negocios y la política, o la ciencia o el arte…

También la hipoandrogenia en algunas personas XY induce el afeminamiento o la homosexualidad pasiva o la transexualidad (son tres cosas diferentes) y la hiperandrogenia en algunas personas XX induce la virilidad, la homosexualidad activa o la transexualidad. Se conoce el fuerte sentimiento estético, frecuente en muchos homosexuales masculinos. Todo ello va unido, todo es uno.


=9. HOMOAFECTIVIDAD

Me parece que la homoafectividad es el menos conocido o menos consciente de los sentimientos humanos por razón de sexo. Es el sentimiento de afinidad de los hombres  con los hombres y las mujeres con las mujeres y debe de estar relacionado con los cerebros medio y moderno de MacLean. Suele expresarse en términos de amistad, la amistad de los varones entre sí o de las mujeres entre sí, debido a sentimientos de afinidad o de mutua comprensión. Quizá sea menos enfatizado, considerado como un sentimiento menor, por miedo cultural a la homosexualidad.
En la homoafectividad no hay excitación sexual alguna, lo que la diferencia de la homosexualidad, pero puede ser muy intensa, referida a personas o a colectividades (esto, más frecuente entre los varones: amor por pandillas y clubes con quienes se encuentran muy a gusto; despreocupación incluso, descanso de la vida sexual)
Puede alcanzar su mayor intensidad en la preadolescencia (“los niños con los niños y las niñas con las niñas”), cuando sirve para formar la propia identidad de género, y va acompañado a menudo por sentimientos de hostilidad al otro sexo que sirven para delimitar mejor la propia identidad.

Tras la pubertad, la estrecha homoafectividad, la simpatía ardiente por algunas personas, como las figuras de “hermanos o hermanas mayores”  o las integrantes de las pandillas cerradas, puede evolucionar insensiblemente hacia conductas homosexuales efímeras o duraderas. Desde las competencias por orinar más lejos, que permiten ver los genitales, hasta los abrazos y lágrimas compartidos, la intensidad hormonal de aquellos momentos se transforma rápidamente en un arrebato erótico. Aún se prolonga en las pandillas hasta la veintena, con nuevas aventuras compartidas, algunas muy arriesgadas y estimulantes, con las confidencias sobre la vida sexual o los amores de los compañeros o compañeras.

Entre los varones, la homoafectividad suele ser muy intensa, pero casi inconsciente por temor a la pérdida de status que en  nuestra cultura aparece en cualquier atisbo de homosexualidad. Se siente especialmente por los compañeros de aventuras arriesgadas, tales como las militares o las deportivas. La palabra “compañero”, en su plenitud, se entiende como masculina: el que ha comido el pan del mismo riesgo. Su versión atenuada es el “amigo”, si se entiende como el “amigo del alma”.

Los amigos y compañeros forman una parte intensa y extensa de la afectividad masculina. Es muy directa; no admite apenas representaciones: las revistas para hombres suelen fracasar. Una de sus condiciones es que esta homoafectividad esté radicalmente separada de cualquier homosexualidad.


Entre las mujeres la homoafectividad es muy asimétrica en relación con la masculina. La amistad se traba por la confidencialidad, no por la acción, que es lo que junta a los varones. Una y otra requieren confianza, entendimiento mutuo, simpatía, pero entre las mujeres no suele generar sentimientos de compañerismo y entre los varones tampoco demasiadas confidencias. Ellas necesitan la palabra para su amistad y ellos la evitan.

Muchas mujeres no son especialmente homoafectivas, interesándose por cuestiones extravertidas, como las que tratan las revistas del corazón, que se vierten sobre relaciones humanas, familiares   y amores, todo ello cercano a los sentimientos de mujer, pero no explícitamente femenino, y con la presencia masculina que corresponde a tales  relaciones.  Por razones prácticas, se centran en la vida de variadas estrellas del cine o de la vida social, y  especialmente en  la idealización de la nobleza y de las monarquías, que tienen la misma función que en los libros de cuentos, y en la aspiración a la elegancia, hecha visible en la decoración de sus palacios.

En estas revistas –en España, “Hola”, por ejemplo- la mirada introvertida hacia lo femenino es escasa. Un par de páginas de moda femenina y alguna de cocina, casi formularia. Las prefieren las mujeres, porque tocan temas de interés para las mujeres, pero no son revistas sobre mujeres, sino de las formas de la vida general que más interesan a las mujeres.

Pero muchas mujeres también son intensamente homoafectivas, como lo prueba el interés por algunas otras revistas con títulos que enfatizan las palabras "Mujer" o "Ella" o "Para Ti", por ejemplo. En ellas, sorprende la presencia absolutamente hegemónica de imágenes femeninas y la muy residual de imágenes masculinas, y que los temas sean muy introvertidos, exponiendo en gran parte de sus páginas imágenes de moda, que responden a la cuestión de "¿qué me puedo poner?", o actividades en las que puedan sentirse compañeras, tales como sus vidas profesionales contemporáneas, con sus dificultades, como sus obligaciones específicas, como el cuidado de los niños o la cocina.  

Menos son los temas extravertidos, en los que se exponen intereses que suelen ser comunes entre las mujeres, pero no específicamente femeninos, como la psicología, y sorprende la absoluta ausencia de cuestiones más objetivas como las que interesan a las revistas del corazón, o la política o la ciencia (historia, física, astronomía), que también interesan a muchas mujeres, pero no son culturalmente femeninas, lo que hace ver que están centradas enteramente en la subjetividad cultural femenina.


=10.  OUTERS

(Publicado en facebook, el 18 de septiembre de 2012)


Al comienzo de los dos mil, vi “Krámpack”, de Cesc Gay, basada en la obra de Jordi Sánchez, una película que me abrió los ojos.

En ella, dos amigos adolescentes viajan en autostop de Madrid a la playa. Tienen que pasar una noche en una pensión, antes de llegar, y duermen en la misma cama. Hacen juegos eróticos con naturalidad, y al día siguiente, continúan el viaje, llegan y se despiden; en las escenas finales, se ve que uno de ellos se adentra en su ambiente hetero y el otro sigue en el suyo, gay.

Lo que me admiró es la naturalidad con que ambos vivieron su historia, cómo no afectó en nada a su amistad y la ausencia de retórica del guión, lo que constituía, sin duda su intención. Para los chicos, la experiencia sexual no constituye apenas nada, fuera de un acto de confianza y de amistad. Para uno de ellos, es una exploración ocasional de lo homosexual, que probablemente no repetirá, favorecida por sus sentimientos hacia su amigo; para éste, debe de ser algo más, y es también agradable y tierno.

Lo asombroso para mí, en mi generación, es que no hubiera en ese día sentimientos de culpa, ni de vergüenza, ni peticiones de callarse, ni frustraciones… Todo era natural, sencillo y agradable.

Poco después, pude observar que otros adolescentes de aquellos años, la mayoría gays y lesbianas, mostraban en sus salidas de grupo de los viernes o los sábados la misma distensión, y que además, uno de ellos, muy enérgico y con mucha pluma, podía ser el delegado de su clase. Otro de ellos, variante de género, expresaba sus sentimientos maquillándose libremente y actuando de una manera no binaria.

Para las personas transexuales, aquello significaba que estaban seguras, que ya no era preciso parecerse sumisamente a un modelo de masculinidad o feminidad, que cada cual era cada cual, que podía arreglarse a su manera y su gusto, arreglarse teniendo en cuenta su realidad para sacarle el mejor partido, hacer trans sinónimo de libertad de género, expresar los matices de los sentimientos de cada cual, ser querida o querido o queride, o admirada o admirado o admirade por ser libre, no someterse a ningún Código.

Aquella realidad me hizo llamarles “outers”, deliberadamente en inglés, como lengua de la nueva civilización globalizada. Quería decir que estaban fuera potencialmente de cualquier Código de Género. Además, que es tal su naturalidad, que están fuera de cualquier armario. Pasado algún tiempo, encontré que era el nombre de un movimiento japonés, que en Tokio alcanzaba, según leí, hasta a un seis por ciento de la población.

Para muchas personas variantes de género era una gran esperanza. Nos liberaba del binarismo, que nos exige pasar de uno de los géneros al otro,  pero respetando siempre el código de género, las normas válidas para el género masculino y las normas del género femenino, ambas rígidas y muy exigentes.

Podíamos vernos libres de las caras hoscas de los dos grandes géneros del binarismo, la masculinidad rigurosa, la feminidad perfecta, obligándonos a una disciplina de casi perfección que no podíamos llevar a cabo del todo, hiciéramos lo que hiciéramos.

La cultura nueva nos concedía márgenes. Nos concedía creatividad, en la expresión de nuestros sentimientos y nuestras realidades personales, que a menudo no son binarias.

Paradójicamente, la nueva realidad era más relajada e incluso conservadora, al no requerir de nosotros una adecuación tan exacta a uno de los dos géneros binarios, que se suponía que teníamos que ser heteros y hacía natural la operación de genitales incluso si no era estrictamente deseada. ¿ Cuántas personas transexuales se han dicho “yo soy un hombre o una mujer como otro u otra cualquiera (es decir, en sentido binario), y por tanto, tengo que operarme, y tengo que desearlo (aunque no lo desee)”?

La nueva cultura “outer” permitiría que cada cual expresara exactamente lo que deseara, y no más y no menos. Se operaría por ejemplo si le era importante y no se operaría si no le era necesario.

Thomas Beatie, transexual masculinizante, lo ha expresado muy bien, al quedarse embarazado después de cambiar en lo que ha querido, por lo que ahora tiene varios hijos, sin duda también muy deseados.  Es notable que hay otras culturas antiguas (no como ésta, que es rigurosamente contemporánea), que tienen un Código de Género estricto, y sin embargo, al no ser éste binarista, dejan un amplio margen de expresión a la variación de género, semejante al de los “outers”. Por ejemplo, en algunas culturas amerindias de hoy, la decisión de Thomas Beatie está ampliamente reconocida desde siempre (como en los “hombres-mamá” de Ecuador), o el cambio de género no supone que sea obligatoria la orientación hacia el complementario (como en las “muxes” de México)

Para una persona que vivió su propia adolescencia en los cincuenta es asombroso el cambio con las formas de vida y de pensamiento de entonces. Cualquier  narración sobre la homosexualidad estaba legitimada solo si estaba revestida de una marea retórica de patetismo y drama, aludiendo frecuentemente al secreto, como en “Confesiones de una máscara”, de Mishima, o en “La máscara de carne”, de Maxence van der Meersch; el destino de los protagonistas tenía que ser desastroso, sentido moralizante que nuestra ansia, como lectores, se saltaba desde luego.

La revolución sexual de los sesenta, fundada para las mayorías heteras en el uso de los anticonceptivos, que hacen plenamente voluntaria la procreación, ha acabado por distender la sexualidad de todos, sin llegar a hacerla obsesiva ni omnipresente. Me atrevo a decir que la represión era más obsesiva que la permisividad, haciendo de nosotros personas cargadas de sueños y  frustraciones. Creo que la generación “outer” no está frustrada.

De la misma manera, pero al revés, entre los bonobos la despreocupación por la reproducción permite una sexualidad frecuente y desenvuelta, en la que figuran algunas conductas homosexuales ocasionales.

Este cambio general de actitudes abrió las perspectivas también para las variaciones de género, y desde entonces, de una manera irreversible, porque está fundada en el avance técnico que ha distendido la sexualidad en general, la práctica de la variación de género se generalizará más, cada cual seguirá sus propias reglas de género,  sin que un Código de Género se las imponga, y habrá más diferencias personales.

“Krámpack” se hizo hace algo más de diez años. Desde entonces, la naturalidad de lo “outer” ha avanzado pero más lentamente de lo que había esperado. Hay personas y grupos que vivimos la experiencia de lo “queer” día a día (aunque lo “outer” no sigue principio teórico alguno, es solo práctica), pero suele ser en los ambientes universitarios (hoy masivos desde luego) y no unos y otros no conseguimos romper la barrera de la superconciencia.

Todavía no se ve  lo “outer” en el día a día de la televisión. Puede ir viéndose en el día a día de las aulas, siempre rebeldes. Se ve gradualmente en la práctica de la vida trans, que se abre a todas las posibilidades, aunque también lentamente. Puede decirse que los dos grandes atractores estadísticos de género, la Masculinidad y la Feminidad,  son encantadores y tiernos, se llaman uno al otro con la fuerza del instinto de procreación, pero dejarán sitio poco a poco a quienes estamos en distinto grado fuera de uno y otro, atraídos también por su hermosura, queriendo en nuestras conciencias ser puramente masculinos o puramente femeninos, aunque quizá sea mejor para nosotros ser como somos.


=11. LA IDENTIDAD CRUZADA EN MENORES DE EDAD.

La relación de los padres con sus hijos menores de edad es fundamentalmente pedagógica, y la relación de los profesionales de la educación o la psicología es fundamentalmente complementaria de la de los padres.

Cuando éstos se dan cuenta de que su hijo actúa como variante de género, la reacción puede oscilar entre la represión por principio  o el “¿qué hacer?”, sesgado hoy día hacia el permiso, pero aún así, lleno de problemas prácticos: ¿solo en casa?; ¿también en la escuela?; ¿en qué condiciones?; ¿por qué hay qué trabajar, qué se puede conseguir?

Por todo eso, este texto se va a plantear como una Pedagogía de las personas menores variantes de género.

En primer lugar, hay que optar entre la represión por principio y la permisión. Los padres tienen medios incluso legales para ambas.

En las pocas familias que conozco en este momento en Andalucía, en este segundo decenio del siglo XXI, hay aproximadamente la mitad que optan por la represión y la mitad por la permisión. ¿Cuáles de ellas están teniendo razón? ¿Cuáles serán las consecuencias para los hijos de las que se equivoquen? Es un asunto muy serio.

Sabemos que la represión a secas, con métodos simples, no solo no da resultado, sino que estimula el sentimiento de afirmación personal entre sufrimientos muy fuertes a esas edades tan tiernas.  Es verdad que hay métodos profesionales de atención a menores variantes de género. En la edad prepuberal, según muchos estudios de seguimiento, aceptados incluso por autores permisivos, parece que la variación de género se suele traducir en la edad adulta en una mayoría de gays y lesbianas, una pequeña cantidad de trans, y algunos heteros. Pero estos resultados pueden deberse a la percepción de la represión ambiental y a la “fase larga de negación” a la que me referí antes, por lo que es preciso prolongar mucho los estudios de seguimiento. Al no tener en cuenta esa posibilidad, en 2012, la Doctora Polly Carmichael, de la Portman Clinic, de Londres, en la que trabajó el Dr Domenico di Ceglie en los noventa, afirma puede ser que erróneamente que entre los menores tratados en edad prepuberal se consigue un 80% de resultados favorables al género de partida, mientras que en los tratados en edad postpuberal el 80 % siguen optando por el género de destino.  Mientras la hipótesis de la fase larga de negación se demuestra, se pueden objetar estos datos diciendo que esa edad más tierna es más influenciable por definición, especialmente por incluir la preadolescencia, que los estudios de Psicología Evolutiva caracterizan como de interiorización de las normas sociales y suma docilidad ante ellas.

Supongamos que se ha elegido la permisión, como lo hacen varias de las parejas de padres que conozco. Como principio para aprobar esta opción, vale la afirmación de Freud de que las represión provoca neurosis por lo que debe ser sustituida por una canalización de los sentimientos. Estoy de acuerdo y añadiré unos matices que he vivido o visto en otras personas: la represión produce un enquistamiento de las formas de los sentimientos, que tienden a quedarse casi inmóviles aunque pasen decenios  y que haya siempre riesgo de un estallido liberador pero incontrolado; la canalización, la expresión no explosiva, sino racionalmente controlada, permite que evolucionen, que cambien, que se adapten mejor a las circunstancias.

La canalización fue el método que siguió el Dr Domenico di Ceglie, Director de la entonces llamada Unidad de Trastornos de Identidad de Género de la misma Portman Clinic de Londres.

Con Claire Sturge y Adrian Sutton, publicó en 1998 un breve escrito titulado “Guidance for the management of gender identity disorders in children and adolescents”, en el que advertía de las diferencias con los adultos, e incluso entre la edad antepuberal y la postpuberal,  y de que en esas edades los menores muestran una gran fluidez a partir de la variación de género que hace que la mayoría evolucione como gays o lesbianas, unos pocos como transexuales o transvestistas y algunos como heterosexuales. Señalaba como método, en cuatro puntos, el asesoramiento a las familias, una terapia que ayudase al desarrollo de la identidad de género mediante la exploración de su naturaleza,  la aceptación del problema con la superación del secreto y apoyo al menor y su familia para soportar la incertidumbre y ansiedad que acompañan el desarrollo de la identidad de género.

Recomendaba como indicada una intervención tan temprana como fuera posible en la vida del niño  y a veces, (pero ambiguamente expresado) una alteración secundaria del desarrollo de su identidad de género, que podía referirse a acciones médicas que  dividía en plenamente reversibles, refiriéndose a la detención hormonal de la pubertad; parcialmente reversibles, incluso mediante cirugía, que son la masculinización o la feminización hormonal; e irreversibles, que son las quirúrgicas, que deberían posponerse hasta los 18 años, entendiéndose que las acciones anteriores podrían decidirse antes de esa edad.

El Dr di Ceglie ha sido muy consciente de que “una pequeña minoría” podía volverse atrás del cambio de género. En el Coloquio Transiti, de Bolonia, donde tuve ocasión de oirlo dos años después, en 2000, expuso la historia de una persona menor que pudo estudiar con ropa femenina y recibir un tratamiento de detención de la pubertad; llegada a los 18 años, antes de entrar en la Universidad, dio las gracias por la atención prestada, pero decidió volver a su identidad masculina (aunque en aquel momento, no se había hecho un seguimiento para constatar si se había tratado de esa “fase larga de negación” a la que me he referido)

Existen hoy, por tanto, profesionales que han tomado también una posición permisiva como ayuda y complemento de las decisiones paternas en este sentido. Es verdad que, en ocasiones, podrían pedir una retirada de la patria potestad, porque en todo caso, tanto padres como profesionales deben velar por los mejores intereses del menor.

Éste no pertenece a nadie; provisionalmente, mientras no es mayor de edad, debe estar sujeto a tutela, pero no a propiedad de nadie; incluso, mientras tanto, es dueño de sí mismo, y como tal debe ser respetado.

La autonomía potencial o actual de la persona humana debe ser el principio básico de una Pedagogía de la Variación de Género.

El menor va a ser educado para llegar a ser capaz de tomar las decisiones sobre su propio género. Incluso podrá tomarlas progresivamente. Al acercarse la pubertad deberá tomar las decisiones sobre el tratamiento de detención de la pubertad, previo un proceso de información exhaustiva, en concierto con sus padres y los profesionales, tanto para empezarlo como para retirarlo. A mi entender, se debería aplazar las decisiones parcialmente reversibles (que pueden implicar esterilidad definitiva, y una reversibilidad dependiente de una cirugía de corrección), así como las irreversibles a la edad adulta, a no ser que el aplazamiento de las primeras acarree problemas de salud corporal.

El segundo principio de esta Pedagogía debe ser que la autonomía requiere información; los menores variantes de género requieren conocimientos especializados sobre sexogénero, formar grupos de trabajo con otros alumnos y alumnas, cotejar sentimientos y experiencias, compartirlos (saliendo así con naturalidad del secreto, e informando a su vez a los otros), e incluso, cuando fuere posible, grupos de diálogo con otros menores variantes de sexogénero, para discernir los parecidos y diferencias con otras personas.

En este proceso de información, los menores variantes de sexogénero deberían ser también capaces de distinguir entre voluntarismo y realismo. Sin dejar de soñar con técnicas futuras, deben ser capaces de distinguir sus posibilidades y los límites en que van a vivir.

Esta distinción entre posibilidades y límites me parece esencial para su bienestar futuro. La voluntad debe conocer lo conseguido y reconocer los límites actuales, para no dejarse llevar por un torbellino de tristeza y descontento, quizá propio de los que buscan la Fuente de la Eterna Juventud o alguna similar, imposible en este mundo, que condiciona la existencia a los límites/posibilidades: es posible vivir una existencia femenina o masculina, siendo consciente, con naturalidad, de las propias imperfecciones y las propias posibilidades.

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Voy a detallar ahora algo más el desarrollo del método “Di Ceglie”, en las siguientes etapas:

=en la edad prepuberal, se contará con el apoyo de la dirección del centro de estudios, para permitir que la criatura variante de género pueda acudir a clase, ser tratada por maestros y alumnos y en los documentos internos del centro con el nombre y el género deseado;

=al acercarse a la pubertad, si sigue deseándolo, emprenderá un tratamiento de detención de la pubertad;

=al llegar a la mayor edad legal, si sigue deseándolo, decisión personal sobre hormonación y cirugía.

La primera etapa es fácil; no suele haber reacciones de acoso escolar por parte de los compañeros cuando la identidad de género está bien definida ante ellos y se siguen públicamente todas las normas del código de género; es más difícil hacer admitir el afeminamiento, pero dentro de una identidad masculina, o la homosexualidad, que rompen las normas de género.

En la segunda y la tercera hay más dificultades. En los actuales tratamientos de detención de la pubertad se recomienda que no duren más de tres o cuatro años; si se empieza hacia los doce o trece años, sitúan a la persona variante de género en los dieciséis o diecisiete. Este tratamiento tiene la ventaja de ser reversible.  Si se empezara un tratamiento de hormonación cruzada, sería reversible durante un tiempo, pero luego irreversible (constituyendo a una castración química) Es verdad que permite a la persona variante de género una mejor inserción social futura en el género deseado, pero se arriesga a que, llegado el momento, no deseara continuar, y tuviera que afrontar esterilidad, impotencia masculina y operaciones de mamoplastia. Todo eso sería más irreversible si hubiera habido, antes de la mayor edad, operaciones de genitoplastia.

Obsérvese que estoy hablando de una evolución en los deseos de la persona variante de género y de seguir en todo momento su voluntad, que es la única opción  que se puede considerar. Ningún profesional de la psicología es capaz, como si fuera una patología, de diagnosticar ni menos de pronosticar una evolución tan fluida como la que ocurre en la menor edad, y especialmente durante el tránsito de la edad prepuberal a la puberal.


Es cierto que, cada año que pasa en el mantenimiento de la identidad cruzada, refuerza las posibilidades de que sea definitiva. Según la  historia de cada persona, sus afinidades, sus proyecciones, será posible comprobar perspectivas razonables de acierto. El diálogo sistemático de la persona variante de género con un psicólogo especializado en adolescentes puede ayudarle a clarificar sus sentimientos y su evolución, si se plantea en términos de ayuda libremente deseada, no de imposición autoritaria ni de examen que debe ser aprobado, lo que suscitaría su rechazo e incluso una angustia contraproducente.

Pero es imposible para la misma persona variante de género, para sus padres, para todo profesional que les ayude, estar seguros de que los deseos de los catorce años se mantendrán en edades sucesivas; la denegación del muchacho atendido por Di Ceglie ocurrió con 18 años.

A partir de entonces, se requiere un avance cauteloso. Todo debe ser objeto de cuidadosa evaluación. La persona variante de género puede tomar decisiones parcialmente reversibles, si lo justifica.

Puede ser que no se deba mantener el detenimiento de la pubertad más que unos tres años, de los doce a los quince, por ejemplo. Existe algún consenso médico, no unánime, hoy por hoy en demorar la hormonación cruzada hasta los 16 años y cualquier intervención quirúrgica hasta los 18. Pero si la única alternativa para cubrir ese año entre los quince y los dieciséis, por ejemplo, fuera la hormonación feminizante o masculinizante, se evitarían cambios naturales irreversibles, como el de la voz,  que luego dificultarán una apariencia conforme a los patrones más generales de la feminidad, o solo reversibles mediante cirugía, como la formación de las mamas, que se puede volver angustiosa para un transexual masculinizante que viva hace tiempo en su nuevo género. Teniendo en cuenta esta dificultad por lo que una parte importante de los médicos consienten en un estudio caso por caso que permita adelantarla.

La postura de estos médicos se puede considerar la fundadora de las de avance cauteloso:  en conjunto, consistirían primero en la observación cuidadosa, por parte de los padres o del consejero psicológico, de la evolución de la persona variante de género, y en el mutuo acuerdo de todos los que intervienen: autonomía de la persona variante de género, todavía no total, sino compartida por los padres, y libre ejercicio de los profesionales.

Observación quiere decir seguimiento, no imposición; frecuentes diálogos, una práctica de aconsejamiento, incluso de contradicción dialógica, pero siempre abierta a entender las razones de la variación de género,  y mutuamente empática, serían muy eficaces para ir alcanzando la seguridad posible en cualquier decisión y en cualquier dirección.

Una negociación con la persona menor variante de género le podrá presentar con toda claridad la incertidumbre objetiva sobre su evolución, aparte de la seguridad subjetiva que exprese, la necesidad de la prudencia y el estudio de las posibilidades transaccionales.

Es deseable que la persona variante de género se inserte bien en el esquema dual, de hombres bien definidos y mujeres bien definidas. Pero es preciso que sepa que todos y ella misma, forman parte de un conjunto difuso, en el que existen dos grandes atractores estadísticos, por lo que quizá pueda mirar más definidamente su propia realidad. Será cierto que tendrá más dificultades para el día a día en una cultura binarista que si su apariencia fuera más binaria. Pero estas dificultades seguirán existiendo, pues convendrá, por ejemplo en sus relaciones afectivas  y sexuales, que mantenga total claridad y sinceridad en cuanto a su historia personal.

Lo mismo que una persona variante de género, debe liberarse del secreto de su condición (“soy transexual”), una vez liberada, una vez que viva conforme al género de destino, no deberá tampoco convertirlo en un nuevo secreto. Para que la propia persona transexual crezca segura, no deberá ocultarlo, en la medida en que su sociedad lo pueda admitir.

En este sentido, en la época escolar, su sociedad inmediata también vería en su experiencia una ocasión de educarse no binaristamente.

Nota.  La Convención Internacional de los Derechos del Niño, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, en 20 de noviembre de 1989, que España ratificó el 6 de diciembre de 1990, recoge el derecho a la identidad (en materia religiosa, idiomática, de costumbres y cultura) así como a la libertad de expresión (opinión) No sería difícil aducir, por ejemplo frente a las autoridades escolares si fueren reacias, que la identidad puede entenderse en cuanto  identidad de género y la expresión que el niño reclama es justamente la de sus sentimientos de género. He aquí algunas de los preceptos de la Convención de los Derechos del Niño:
=Artículo 2. 1:  Los Estados Partes respetarán los derechos enunciados en la presente Convención y asegurarán su aplicación a cada niño sujeto a su jurisdicción, sin distinción alguna, independientemente de la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen nacional, étnico o social, la posición económica, los impedimentos físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del niño, de sus padres o de sus representantes legales.
=Artículo 8. 1. Los Estados Partes se comprometen a respetar el derecho del niño a preservar su identidad, incluidos la nacionalidad, el nombre y las relaciones familiares de conformidad con la ley sin injerencias ilícitas. 2. Cuando un niño sea privado ilegalmente de algunos de los elementos de su identidad o de todos ellos, los Estados Partes deberán prestar la asistencia y protección apropiadas con miras a restablecer rápidamente su identidad.
=Artículo 12. 1. Los Estados Partes garantizarán al niño que esté en condiciones de formarse un juicio propio el derecho de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que afectan al niño, teniéndose debidamente en cuenta las opiniones del niño, en función de la edad y madurez del niño.